La semana pasada el politólogo estadounidense Steven Levitsky, quien muestra recurrente a la vez que selectivo interés por la política peruana, envió, acompañado de la firma de otros miembros de la academia de su país, una carta con carácter de ruego a su Secretario de Estado, Anthony Blinken. En esta deja saber su posición sobre la inminente extradición del prófugo expresidente Alejandro Toledo, ordenada por el sistema de justicia estadounidense tras largo proceso, e intenta persuadirlo de cambiar el curso de los hechos en el último minuto.
Levitsky tiene todo el derecho de interceder por el señor Toledo ante su Secretario de Estado, pero los ciudadanos del Perú tenemos no solo el derecho, sino el deber de precisar que mucho de lo que en esta misiva se señala no se ajusta a la realidad, sino que describe el mundo desde atrás de una prejuiciosa persiana americana.
Levistky empieza su carta invocando a Blinken a suspender el proceso de extradición a Toledo dejando de lado todos los argumentos legales y enfocándose —supuestamente— en los Derechos Humanos. La carta parte muy mal. En un proceso de extradición, los argumentos legales son la esencia de lo que debe ser escuchado. Dentro del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva, que en el caso de Toledo se ha respetado de forma puntillosa, se contemplan los derechos humanos. Las décadas de estudio sobre América Latina y la democracia que menciona en su primera línea, no habrían incluido el estudio de los principios del Derecho.
Luego, presenta sus dudas sobre la idoneidad del sistema de justicia peruano. A los peruanos no nos caben dudas que es un sistema que tiene mucho por mejorar; sin embargo, es el mismo sistema que ha procesado a todos los expresidentes que conocemos. Es el mismo sistema que condenó a Fujimori y luego le revocó un indulto, que mantuvo en prisión preventiva a Humala y PPK, para luego darles comparecencia. ¿Por qué tanto miedo? ¿Será que lo que Toledo ha dicho no es tan potente como lo que ha callado? Me resulta muy complejo imaginar por qué tanto celo con alguien que, a todas luces, debe responder ante la justicia. Sobre todo, ¿Por qué el gesto dramático (y desesperado) de recurrir a la carta del académico buscando un cuasi-indulto? Por que, no nos engañemos, lo que se está buscando es extraer a Toledo de responder ante la justicia para siempre.
Y aquí es que las falacias de Levitsky —o de quienes lo informan— se empiezan a caer. Dice el profesor que el sistema de justicia peruano no ofrece las garantías necesarias, pero se olvida que el proceso en contra de Toledo tuvo su origen en una declaración de parte que se dio frente al Departamento de Justicia de los Estados Unidos y ha sido su país —y no el nuestro— el que ha valorado la carga probatoria de esos hechos (que pide dejar de lado). Además, en el Perú aquella declaración fue reforzada por otras partes involucradas y esto dejó meridianamente claro que Toledo tendría, por lo menos, que responder algunas preguntas. Pero Toledo no quiso responder ninguna pregunta y escapó de todo cuestionamiento a los Estados Unidos.
Toledo no escapó, por los argumentos que él indica, apenas terminado su gobierno. Toledo escapó en febrero de 2017, después de haber sido candidato a la presidencia de la República, sin éxito, en dos oportunidades, y luego de participar activamente en la democracia en la que hoy dice no creer. Tras mencionar la edad de Toledo (77) —curioso ángulo para mostrar a un Secretario de Estado que sirve en una administración liderada por un presidente de 80 años— Levitsky termina por mostrar su pretendido As de espadas: que no se pueden negar los aportes que Toledo hizo a la democracia. Una vez más, urge escapar de la trampa sofista: nadie niega esos aportes. Lo que Levitsky omite mencionar es que Toledo no será procesado por dictador, sino por supuesto coimero.