El fin de semana antepasado seis soldados murieron ahogados al pasar el río Ilave de la provincia de El Collao, de la región Puno. Según informan medios oficiales, este hecho fue la consecuencia de una serie de agresiones de una turba de aproximadamente 800 manifestantes que arrinconaron al pelotón a punta de piedrazos a orillas del río. Los soldados, al verse atrapados entre la espada y la pared, tuvieron que cruzar el río para poder escapar de los violentistas que amenazaban sus vidas. Muchos de estos soldados —la gran mayoría jóvenes con poca experiencia— no sabían nadar y las consecuencias fueron realmente las más nefastas. Además del trágico fallecimiento de seis militares, se reportaron hombres heridos. Muchos de estos perdieron la consciencia debido a las piedras que fueron arrojadas mientras formaban una soga humana.
Por si fuera poco, días previos al atentado, no muy lejos de ahí, esta vez en Juli, un grupo de manifestantes —abanderados con las mismas consignas— prendieron en llamas la comisaría de esta localidad. Este hecho dejó un saldo de siete heridos, pero felizmente ningún muerto. La dependencia policial quedo prácticamente destruida y el costo material será alto. Luego, los grupos rebeldes recurrieron a la Villa Militar de la zona procediendo nuevamente a tirar piedras y arengando la destrucción de la localidad. Este hecho, nuevamente presentó heridos. Todo el material está documentado, pero pareciera que a gran parte de nuestros periodistas limeños poco a nada le interesa los hechos, sino únicamente relatar una historia digna para el progresista buenista.
Ciertamente lo insólito de esta noticia, al margen de la mala gestión inicial por parte de los militares que no tomaron las medidas necesarias y del precario manejo del Ministerio del Interior para informar y prever los sucesos —como ir desarmados—, es que diversos medios y personalidades públicas como la aventurada Rosa María Palacios o el ex candidato presidencial socialista, Yonhy Lescano, fueron incapaces de responsabilizar a los manifestantes locales agarrándose de la historia narrada por La República, donde se acusa a los generales de obligar a estos jóvenes a cruzar el río a sabiendas de su incapacidad para nadar. Sin embargo, no nos debería sorprender esta tibieza para relacionar la violencia sistemática y la criminalidad con los manifestantes provincianos y/o de origen indígena, pues ya es casi una regla en nuestro país anular de juicio moral a toda persona fuera de la metrópoli. Pareciera como si existiera temor al decir que una persona proveniente del campo fuera capaz de agredir y azuzar a otros al mal.
Cuando hacen del mito una verdad
Es pertinente remontarnos en el tiempo para detallar mejor el fenómeno previamente mencionado. En 1755, Jean-Jacques Rousseau, filosofo contractualista, desarrollaría la idea del buen salvaje, propia de la antropología precaria de sus tiempos, pero añadiendo una concepción filosófica que hasta el día de hoy es aplicada y citada en diferentes trabajos: «El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe»; dicha frase encarnó la idea de bondad del humano alejado de la civilización, pues para el ilustrado “…nada hay tan dulce como el hombre en su estado primitivo…”. Es por ello que muchas veces observamos cómo se blinda moralmente a manifestantes o autoridades políticas únicamente porque no poseen un origen en la ciudad o sencillamente porque pertenecen a una cultura no occidentalizada.
Esta clase de pensamiento radical lo padecimos en las pasadas elecciones entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo con frases donde se pretendía crear la falsa dicotomía entre corrupción e ignorancia, siendo Fuerza Popular el partido de la ciudad infectado de corrupción y maldad, pese a tener mejor manejo técnico de la gestión pública en contraposición con la ignorancia y poco educada, pero bondadosa y bien intencionada candidatura de Pedro Castillo por Perú Libre. Lo perteneciente a la ciudad para el progresismo, infectado de producción masiva y comercio, termina siendo inherentemente lo malvado; mientras que el campo, con su naturaleza y precariedad, será siempre bondad e inocencia.
Cuando el río suena es porque bolches trae
El problema real que conduce esta clase de pensamiento identitario del progresismo es comenzar a considerar a las personas con leyes distintas, puesto que si es que un grupo de personas no hacen el mal mas que por casualidad o sin saber que realmente pueden elegir no hacerlo, deberíamos en consecuencia de ello configurar una ley apartada similar a cuando se le adjudica demencia a una persona. Entonces los procesos de justicia serían dispares violentando la igualdad ante la ley, que es precisamente lo que nos aparta del mundo del tribalismo. Asimismo, culturalmente estamos dándole carta libre a seguir cometiendo infracciones y crímenes vandálicos al no responsabilizarlos de sus propias acciones.
El mensaje, como pasa en otras esferas de lo políticamente correcto, dado que perteneces a un grupo históricamente sometido y no estas en las mismas condiciones cognitivas que el resto, podemos tolerar las atrocidades que cometas y en la misma medida, el problema al ser apartado del sujeto, se encuentra —bajo esta concepción errónea— en la sociedad que lo rodea. La cultura cada día más bolchevique, al tratar de idiotas e inhabilitados a un grupo, que a su vez se posiciona políticamente, no hace nada más que validar el crimen y contradecir aquellas reglas que paradójicamente son las que nos han hecho salir del salvajismo.