La ambiciosa visita de Estado del presidente Lula a China, cuidadosamente calculada para que coincida con la visita del Canciller de Rusia a Brasilia (que se extendió a Cuba, Venezuela y Nicaragua) inauguran una estrategia geopolítica y económica brasileña de alcances que trascienden largamente los ámbitos bilaterales por el impacto regional y global que seguramente tendrá, con especial incidencia en Sudamérica y América Latina en su conjunto.
Con calculada – y casi irónica – prudencia, Lula se tomó el trabajo de visitar la Casa Blanca en los primeros días de su gobierno (quiso dejar constancia fotográfica del intercambio de sonrisas cordiales con Biden) para desplegar después su verdadera estrategia: apostar por la gran China del imperturbable Xi Jinping.
Más allá del intercambio comercial y las inversiones chinas en Brasil, el equipaje de Lula incluía gratas sorpresas para sus anfitriones, especialmente concentradas en la instrumentación de los casi olvidados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) reforzada con un banco propio para ellos y una CEO de confianza total para él: Dilma Rousseff, su sucesora en la presidencia brasileña y afiliada al mismo Partido de los Trabajadores (PT).
En esta panoplia de iniciativas, llamaba la atención una idea destinada a Putin, el agresor de Ucrania: un llamado fervoroso al Presidente Zelenski para que consienta en la usurpación territorial de Crimea en favor de Rusia como muestra de su disposición a cerrar un acuerdo que termine con la guerra; un acuerdo de paz a ser copropiciado por la China de Xi Jing Pin, a quien hizo otra propuesta atractiva: que las transacciones comerciales sino-brasileñas se hagan con las monedas de ambos países para poner en evidencia que el dólar norteamericano puede ser erradicado como medio de pago en el comercio internacional.
Como si la comunidad internacional ignorara la invasión rusa, y sus ataques y bombardeos a pueblos y ciudades ucranianas, Lula pretendió que la guerra fue generada también por el gobierno de Kiev que, por tanto, sería corresponsable de ponerle fin negociando un acuerdo de paz.
Esa es la visión que inspira las propuestas que expuso ante un Xi Jing Ping probablemente asombrado de la interesada ingenuidad de su colega brasileño, empeñado en comprometerlo a propiciar una cruzada internacional que cambie de raíz los parámetros de una realidad que todos conocemos, por más que nos disguste o nos indigne.
Lula aprovechó su periplo internacional para mencionar UNASUR con el claro propósito de resucitar ese olvidado y deshabitado organismo, sin recordar que sus últimos Presidentes Pro Témpore (por lo menos en el papel) fueron Bolsonaro y Evo Morales. El Perú debe poner atención a esas travesuras de futuro incierto y peligroso, exigiendo que se respeten las lecciones aprendidas de esa desventurada experiencia regional.
Nuestra relación económica y política con China es pragmática y sólida. Es el primer destino de nuestras exportaciones seguido por los EEUU y la Unión Europea. Sus inversiones en el Perú son crecientes y tan importantes como la minera Las Bambas y el mega puerto que se construye en Chancay, que servirá también a muchos vecinos sudamericanos. La logística y el comercio no deben cruzarse con ideologías lesivas al interés nacional.
*Artículo publicado en la web Lampadia