OpiniónLunes, 24 de abril de 2023
Toma de la embajada de Japón: de allá venimos, por Bruno Schaaf
Bruno Schaaf
Analista político

Este sábado se cumplieron 26 años de la histórica Operación Chavín de Huántar, en la que las Fuerzas Armadas llevaron a cabo uno de los rescates de rehenes más emblemáticos de la historia, sólo comparable a la Operación Thunderbolt, en la que las Fuerzas de Defensa de Israel rescataron a 102 rehenes en Uganda en 1976.

A pesar de la enorme dificultad de la operación –recordemos que se trataba de 14 terroristas armados en una zona urbana, donde además de la dificultad de llevar a cabo una operación militar, medios como La República podían fácilmente obtener información clasificada y hacerla pública– el comando Chavín de Huántar logró un éxito rotundo: el rescate de todos los rehenes con vida, salvo el magistrado Giusti, y la baja de solo dos comandos, el teniente coronel Juan Valer Sandoval y el teniente Raúl Jiménez Chávez. Por el lado de los terroristas, todos fueron abatidos.

Además del éxito militar, políticamente esta operación significó el último clavo en la tumba del terrorismo –del siglo pasado–. Cuatro años antes Abimael Guzmán había sido capturado, la actividad terrorista había decrecido drásticamente y el país estaba lentamente recuperando su viabilidad. La inflación había caído de 7,649% en 1990 a 11.5% en 1996 –el año de la toma de la embajada– y, si bien 1996 no fue un buen año económicamente, entre 1993 y 1995 el Perú había crecido 8.8% anualmente, muy por encima del promedio latinoamericano que era 2.1%. En pocas palabras, después de treinta años de parálisis económica y una década de violencia, el optimismo había vuelto al país.

Pero entonces llegó la toma de la embajada de Japón y el país quedó paralizado por cuatro meses. El gobierno se enfocó en el rescate de los rehénes y hay quienes señalan que dejó de lado las reformas de Estado de segunda generación que se habían anunciado en el CADE de 1996.

Sea como fuere, el rescate de los rehenes fue un éxito y una victoria para un país que resurgió de sus cenizas. Es cierto que pudimos habernos levantado mejor, defendiendo más a nuestros comandos de las ONG’s de derechos humanos, protegiendo la narrativa de quienes buscaban alejarla de la verdad o llevando a cabo las reformas que se olvidarón en el verano de 1997, pero también es cierto que haber salido del pozo de violencia y miseria que fue la década de los ochenta es logro suficiente para estar orgullosos.
Evitar el retroceso y honrar a quienes construyeron esta mejor versión del Perú es responsabilidad de todos, por mucho que le moleste a la izquierda.

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