Ningún peruano debe sentirse orgulloso de que tengamos a tres expresidentes en la cárcel. Uno de ellos con condena y los otros dos bajo el régimen de prisión preventiva.
La lista podría crecer si se tiene en cuenta que Martín Vizcarra tiene varios procesos pendientes y acaba de ser denunciado constitucionalmente por haberse vacunado subrepticiamente contra el Covid-19, mientras nuestros compatriotas morían. Vizcarra sacó ventaja de su cargo para beneficio propio y además bajo su mandato el Perú se convirtió en el país con el peor manejo de la pandemia y con el mayor número de muertos por millón de habitantes.
El caso de Ollanta Humala es distinto pues él ya superó la etapa de la prisión preventiva y, actualmente, se espera a la espera del inicio del juicio por el caso Gasoducto Sur.
¿Qué tienen en común estos personajes además de haber compartido techo en la prisión de Barbadillo o afrontar procesos por corrupción? Pues que todos se encumbraron en respuesta a un “anti”.
A finales de los 80, el Perú era un país atacado por las huestes terroristas y una crisis económica galopante. Los partidos políticos –aunque golpeados—seguían siendo el referente electoral. La candidatura de Mario Vargas Llosa surgió como una coalición de partidos tradicionales como Acción Popular y el Partido Popular Cristiano. El ahora Nobel de Literatura ofrecía la recuperación económica del país con un cambio de modelo.
Nada hacía presagiar la derrota del escritor liberal, hasta que apareció el hombre del tractor. Un ingeniero que ofrecía ‘honradez, tecnología y trabajo’, y desafiaba a los tótem de la política nacional. El “Chino” conectó con un pueblo que tenía hambre y miedo, pero además porque representaba la “anti” política. La izquierda de entonces lo apoyó sin reserva en el afán de combatir al modelo “neoliberal”, a la “derecha imperialista”. El ingeniero ganó y los peruanos conocimos la palabra ‘outsider’. Fujimori cambió el modelo económico y se olvidó de sus socios de ocasión. El resto es historia.
Diez años después, ya era un gobierno atacado por la corrupción y su autoritarismo era inocultable. El todopoderoso asesor en la sombra era sinónimo que algo se podría en el régimen de Fujimori. Apareció Toledo como un “salvador” de la democracia. Al ‘Cholo’ le perdonaban todo: desde sus noches en blanco, hasta al no reconocer a una hija. Pasada la crisis del 2000, Toledo fue elegido en las elecciones del 2001 en las que llegó a disputar la segunda vuelta con el expresidente Alan García. La lucha contraFujimori sumado al antiaprismo y las ganas de cambio, hicieron a Toledo presidente. Pero ya al tercer año de su gobierno no dudada en pedir una coima de 35 millones (soborno conocido).
Ollanta Humala se enfrentaba en el 2011 a la hija de Alberto Fujimori. Al ex militar también se le perdonaba todo con tal de que le gane a Keiko. Ni las denuncias de violaciones de derechos humanos ni su supuesto radicalismo antidemocrático pesaron al momento del voto. Keiko Fujimori no podía ser presidenta. No importaban ni las propuestas ni mucho menos los planes de gobierno. La única oferta válida era el “No a Keiko”.El ‘anti’ fue el movimiento político más organizado.
Si bien Vizcarra llegó a la presidencia tras la renuncia de Kuczynski, (el triunfo de PPK también tuvo una alta dosis de “anti”) el moqueguano “neutralizó” a la ‘China’ y disolvió un Congreso de mayoría fujimorista. Suficiente razón para ensalzarlo. Ni su pésimo manejo de la pandemia y los indicios de corrupción lo bajaron del pedestal que lo pusieron algunos. Pero todo tiene su final.
El caso de Pedro Castillo es digno de estudio. Las pruebas de que no estaba mínimamente preparado para la presidencia y de su cercanía con la izquierda más violenta y radical eran públicas. Castillo significaba el retroceso, el salto al vacío, la peor pesadilla para la democracia. Pero muchos prefirieron obviar esas evidencias, pues una vez más la oposición al rival pesó más que las razón.
¿Habremos madurado como electores? Lo sabremos en las próximas elecciones en las que quienes creemos en la libertad, democracia y en la posibilidad de hacer un gobierno íntegro, tendríamos que llegar a un consenso para enfrentar mafias y radicalismos que siempre querrán el poder a costa incluso del país.