OpiniónLunes, 5 de junio de 2023
Nayib Bukele: ¿Este es tu ídolo?, por Christian Hopkins
Christian Hopkins
Abogado y analista político

El presidente salvadoreño se encuentra en un auge sin precedentes de popularidad desde que saltó a la fama, allá por el año 2019. Aquel año, ganó unas elecciones presidenciales presentándose como un candidato millennial, sin una marcada ideología política y enfatizando el uso de las redes sociales como principal vía de comunicación con su electorado.

Aquella campaña presidencial fue exitosa para quien algunos años antes fuera militante del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), partido tradicional de la izquierda de El Salvador; y luego alcalde de San Salvador, capital del pequeño país centroamericano, también por el FMLN.

Es sorprendente como alguien que, hasta hace menos de una década se encontraba militando y gobernando desde la izquierda, se haya convertido de un día a otro en un ídolo internacional y referente de la derecha. Se podría argumentar que el pensamiento político de una persona evoluciona y madura con los años y que, con Bukele, teniendo en cuenta su juventud y su corta carrera política, este pudo ser el caso. Pero hay detalles de su intempestiva carrera al estrellato político que son, cuando menos, inquietantes, y denotan un marcado autoritarismo populista, muy característico de la política de este lado del mundo.

El caudillo millennial

Antes de las elecciones del 2021, en las que su partido Nuevas Ideas obtuvo 56 de los 84 escaños de la Asamblea Legislativa de El Salvador, Bukele gobernaba con una minoría parlamentaria y, por lo tanto, se enfrentó múltiples veces con los legisladores de la oposición.

Así, el punto más álgido de esta confrontación ocurrió en febrero de 2020, cuando Bukele ordenó a los militares ingresar armados a la sede del Parlamento para exigir que aprobaran su ley de presupuesto. Simultáneamente, Bukele llamó a través de sus redes sociales a la población a levantarse en “insurrección popular” contra el Legislativo.

Recientemente, al cumplir los cuatro años de mandato, el popular Nayib anunció una drástica “reorganización de la división política administrativa” de El Salvador y una “guerra frontal” contra la corrupción.

Sobre el primer punto, esta reorganización consistirá en reducir en un 30% los escaños de la Asamblea Legislativa y en un 75% la cantidad de alcaldías. Muchos interpretaron erróneamente este anuncio como una medida de corte liberal en tanto propone una reducción del Estado y de la burocracia. No obstante, un análisis menos superficial permite dar cuenta que esta propuesta no reduce a lo que yo llamo el Estado-Oficina (la burocracia pura y dura), sino al Estado-Representante, es decir, a la oposición, a la representación de las distintas facciones políticas, generando una mayor concentración del poder y una gran facilidad para que el gobierno de turno manipule las elecciones legislativas y municipales (que tienen lugar simultáneamente) para obtener sendas mayorías. Esto no suena muy liberal, ¿verdad?

Luego, respecto de la “lucha frontal” contra la corrupción, Bukele propone aplicar la misma estrategia que fue exitosa para controlar a las maras y las pandillas en El Salvador contra los corruptos. Otra propuesta que a primera vista parece interesante, pero oculta riesgos insospechados. En un gobierno autoritario no existe la corrupción oficialista; en ese sentido, la “lucha frontal” contra la corrupción podría traducirse en una lucha frontal contra la oposición.

Esto último, conjugado con elementos tales como las detenciones arbitrarias y los campos de prisioneros que han sido características vitales para que la estrategia contra la barbarie y la violencia de las pandillas sea eficaz, podría significar una brutal represión de la oposición política maquillada bajo una supuesta lucha contra la corrupción.

Así, si bien puedo saludar o estar de acuerdo con una o dos medidas adoptadas por el gobierno de Bukele, de ninguna manera lo considero un referente, mucho menos uno para la derecha latinoamericana. Si le hacemos el juego a un caudillo autoritario y anti republicano solo porque habla fuerte contra la CIDH, ¿qué nos diferencia de la izquierda internacional con sus Castros, sus Ortegas y sus Maduros?

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