OpiniónViernes, 9 de junio de 2023
Palabras incorrectas, percepciones erradas, por Tony Tafur
Tony Tafur
Periodista de El Reporte

"Confiar es bueno, no confiar es mejor", diría uno de los personajes de Juan Villoro. Parto de esta premisa para tratar de encontrar el asidero de la gaseosa declaración del premier Alberto Otárola: "La crisis ya concluyó en el país". ¿Eso es verdad? ¿Un día Perú se levantó y ya no tuvo la autopercepción kafkiana de sentirse un insecto? No es que peque de escéptico contumaz ni de fatalista al asumir que las encrucijadas son a veces nuestro estado natural, pero si hacemos una mínima radiografía uno nota que en realidad no estamos en una primavera democrática. En realidad, estamos en un limbo político-social y cualquier paso en falso puede llevarnos a un cataclismo sin precedentes.

Empecemos con el terreno de las indecisiones. La presidenta Dina Boluarte desde el día uno fue una enemiga pública de su ex aliado, Pedro Castillo. No se ruborizó ni entró en medias tintas. Olvidó, sin embargo, que esta no era una técnica de efecto permanente y que poco a poco esta carta de presentación fue cayendo en la perorata. Ya todos sabemos, ahora con el decreto ley encontrado para la disolución del Congreso, cuál era la semblanza que ocultaba el ex mandatario detrás de ese traje de humildad redireccionada. Así que ser enemigo del villano ya no es un talento. Debería ser una variable inmanente. Contado esto, damos el salto a la metamorfosis: donde Dina tuvo que ser Dina de verdad.

¿Y quién es? Tenemos varios botones.

Es la que desconoció a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional. Sí, se retractó, pero la lectura oficial es que retrocedió y eso fue un salto al vacío en medio de una investigación, en la que está incluida, por los fenecidos. Sí, claro, la investigación debe ser milimétrica. Estamos de acuerdo. Pero debe darse sin sesgos, ahí tenemos varios informes internacionales amplificando un lado de la historia, y sin deserciones, error en el que cayó la mandataria.

Es la que sigue sin percibir la errancia de Rosa Gutiérrez, titular del Ministerio de Salud, durante la campaña del dengue: un eco de lo que pasó con Martín Vizcarra durante la pandemia. Y ahora se nos viene el Fenómeno del Niño.

Es la que prefiere el juego verborreico con el bloque de la izquierda regional como Manuel López Obrador, de México, y Gustavo Petro, de Colombia. Es la que usa la mitad de sus fichas ante la arremetida de los que quieren liberar/reponer al golpista, un adelanto de elecciones y una asamblea constituyente. Y no olvidemos que aún está en camino la movida de los abogados argentinos Croxatto y Zaffarini, y también estamos a puertas de la supuesta Tercera Toma de Lima. Y así un largo etcétera.

Entonces, ¿esto es sinónimo de que la crisis ha llegado a su colofón? ¿Estamos escondiendo debajo de la alfombra estos lunares?

Por otra parte, tenemos al Congreso. En este universo de elementos desprestigiados sigue velando el espíritu de la urgencia personal, antes que el colectivo. Quieren amordazar a la prensa. Quieren asfixiar económicamente a los trabajadores. Quieren transar entre entidades ideológicamente polares. Quieren trabajar desde Estados Unidos. También desde la playa. Se ganan amonestaciones tan triviales como el caso del congresista Lizarzaburu atribuyéndole peyorativos a una bandera. No se ganaba nada con eso. Cero autocontrol.

Todo apuntaba a que este sería un escenario calcado del que fue en su momento con Valentín Paniagua. Pero no. Al parecer, solo es un idéntico al que pasó con Vizcarra cuando cayó Pedro Pablo Kuczynski. Como escribiría el psicoanalista Adolf Guggenbuhl: "Es un rasgo específicamente humano obtener placer en la destrucción". O en la reincidencia de tragedias.

Y bueno, seguiría repasando más el tablero, ser mucho más específico, pero esto podría terminar siendo un libro.

Así que, señor premier, sí, cayó el que quiso ponerse la corona del tirano, pero esto no se tradujo necesariamente en ver una secuencia de personas bamboleándose al ritmo de la democracia ni tampoco se vienen contemplando masivas movilizaciones por la redención obtenida con bastante antelación. Los únicos que vemos en las calles, de vez en cuando, son esos pequeños pero ruidosos grupos que quieren tejer un tapiz distorsionado de los últimos hechos históricos en nuestro país. Y del lado de los que deberían hacerle frente solo son una mezcla de palabras de corto aliento. La autoridad no puede ser verbal, necesitamos hechos. Y, por supuesto, también una mayor representatividad.

Las preguntas que caen por su propio peso son: ¿Nos estamos preocupando de verdad por el futuro político de nuestras próximas generaciones? ¿O estamos otra vez solo obsesionados con la persecución de una buena economía? Debería ser simbiótico, ¿no? Que se sigan centrando en un solo flanco solo alarga la vulnerabilidad y, en consecuencia, la incertidumbre.

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