OpiniónLunes, 12 de junio de 2023
¿Y si tuviéramos un Congreso ideal?, por Naomi Teruya
Naomi Teruya
Comunicadora

La última semana se debatió la bicameralidad en el Pleno. Dado que no superó los dos tercios del número legal de congresistas, ahora pasará a referéndum. A este tema, sin embargo, se le acusa de ser la fachada de muchos congresistas para que se puedan reelegir, como si esto dependiera de los electos únicamente y no de los electores. Independientemente de las motivaciones, la alta desaprobación que tiene el Congreso como institución y representatividad hace que cualquier reforma constitucional que implique cierto “beneficio” sea rechazada.

Entonces, ¿los temas a debate tienen anticuerpos porque muchos no están de acuerdo con quienes conforman nuestro Parlamento o porque realmente consideran que ciertas reformas no son buenas para la estructura política? Es así como parece que muchos olvidan que las reformas y los proyectos de ley deben darse a favor de la ciudadanía, ciudadanía que merece tener un Parlamento bien conformado que implique reelegirlos si así lo consideran y que sean precursores de lo que es la política: el arte de debatir y negociar el poder en beneficio de todos.

Distante de lo real y el deber, imaginando el Congreso ideal para caviares, el cual apruebe miles de proyectos de ley para beneficiar a organizaciones que nadie conoce y, junto con el principal objetivo de la izquierda más radical, multiplicar más el rol del Estado para así seguir perpetuándose en puestos de trabajos que por meritocracia no obtendrían (al final es una forma de reelegirse para seguir parasitando). No muy diferente actuaría la supuesta derecha que tenemos, que maximizaría el mercantilismo y el amiguismo para seguir obteniendo beneficios de los contribuyentes que dicen defender.

No hay duda de que la idea del Congreso perfecto depende de los valores de quien lo conceptualice, porque siempre se querrá que la mayoría sea la que mejor comulgue con los estándares propios. La realidad es que ningún Congreso es popular y no debería serlo. Además consideremos que cada cuadro legislativo es el reflejo de quienes los eligen, el mal que criticamos es la proyección de nosotros mismos como sociedad.

¿Acaso estamos condenados en la desdicha de seguir soportando pseudopolíticos y narrativas que nos venden idealismos que nos dividen?

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