OpiniónViernes, 16 de junio de 2023
Orgullo y Mérito, por Pancho de Piérola

¿De qué puede uno estar orgulloso en su vida? ¿Qué es el orgullo? Curiosa palabra que a mediados del año comienza a aparecer de manera literal y figurativa en, cada vez más, rincones del mundo. Creo que podemos encontrar tres acepciones para la palabra: la justa, la excesiva y la equivocada.

El justo orgullo es aquel que deviene del mérito. Es un sentimiento de satisfacción hacia algo propio o cercano a uno que se considera meritorio. El mérito está relacionado a la competencia, al esfuerzo, al sacrificio. Diplomas, medallas, títulos, arte, hijos. Todo aquello que nos permita trascender de manera positiva en el tiempo. Es el justo orgullo.

Por su parte, el orgullo excesivo está relacionado con la vanidad. El exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás. Esta forma de soberbia es consecuencia de la primera forma de orgullo cuando no se tiene humildad. Cuando no hay una manera de mantener los pies en la tierra.

Hoy vemos cómo la palabra orgullo es atribuida, injustamente, a características, aspectos o comportamientos no meritorios. Por ejemplo, ¿puede alguien estar orgulloso de su talla? Estoy seguro de que Michael Jordan está, justamente, orgulloso de ser, tal vez, el mejor basquetbolista de la historia, pero dudo de que esté orgulloso de medir 1.98 cm. No tuvo control alguno en la composición genética con la que nació. No hay mérito sobre lo que no se tiene control y si no hay mérito, no puede haber orgullo.

Veamos otros ejemplos. ¿Puede alguien estar orgulloso de su color de piel? Si seguimos los conceptos previos, la respuesta es no. No hay mérito en lucir un color de piel distinto a los demás. Pero, hoy, vemos cómo esa respuesta es un rotundo depende. Si una persona de tez clara muestra orgullo, es opresión, pero si es de piel oscura, es resistencia. ¿No hay un peligro en el orgullo de la raza? Cuando una raza es meritoria de orgullo, comienza el desprecio hacia las demás.

Este ejercicio se puede repetir con hombres y mujeres. La mujer orgullosa de su sexo es empoderada, el varón orgulloso del suyo es misógino. Nacionalidad, idioma, religión y orientación sexual son, también, buenos ejemplos de presunto orgullo. Curioso cómo detrás de las etiquetas de igualdad se esconden todas estas dicotomías para separar a las sociedades.

El filósofo Viktor Frenkl decía que solo hay una manera digna para medir a las personas: las decentes y las indecentes. Las características con las que uno nace no garantizan la pertenencia o la exclusión a un grupo. Ser “bueno” es difícil, por consiguiente, meritorio. Por eso la decencia sí es digna de orgullo.

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