OpiniónMiércoles, 21 de junio de 2023
El liberalismo no es "woke", por Patricio Krateil
Patricio Krateil
Comunicador

Muchos autores contemporáneos de corte liberal de gran renombre pecan de tibios, neutrales e indiferentes en relación con los temas correspondientes al progresismo. No es tan fácil encontrar a un liberal actual que critique duramente al feminismo colectivista, que pretende tener tanta injerencia en la vida individual de las personas, o a las hordas radicales de Black Lives Matter que disfrutan de impunidad luego de romper ventanas y atentar contra la propiedad privada. Incluso aquellos aclamados por la corriente principal del liberalismo, como Gloria Álvarez o Iván Carrino, se sienten incómodos al hablar favorablemente de Javier Milei, cuando cualquier liberal o libertario con dos dedos de frente le daría su voto abiertamente en las urnas, al igual que sucedió con Alberto Benegas Lynch, quien no se preocupa por lo que digan sus compañeros de ideas amarillas.

Al final, estos liberales de aguas termales terminan siendo poco innovadores, ya que no se atreven a opinar sobre un mundo nuevo, ya que aceptan acríticamente lo que se considera correcto sin responder previamente a por qué. Claro, como Hayek nunca habló de los Social Justice Warriors y Mises nunca presentó un documento sobre género, prefieren no opinar, como si un liberal solo pudiera escribir sobre lo que ya se ha escrito anteriormente. Realmente me resulta idiotizante. Parecen mantras de una secta. El conocimiento avanza precisamente cuando se le confronta, diría un liberal como Popper, que parece que no leyeron con discernimiento.

Algo similar a lo mencionado observé en el artículo de Yesenia Álvarez: "El liberalismo es woke", publicado hace un par de semanas en el diario Perú21. La autora afirmaba que el liberalismo debía apoyar abiertamente las políticas LGTBI sin cuestionarlas, y que aquellos denominados liberales que criticaran estos movimientos simplemente estarían demostrando, al hacerlo, su conservadurismo y no serían más que impostores.

Yesenia Álvarez señaló lo siguiente en su columna: "Pueden reconocerlos porque, además de agredir, a estos falsos liberales se les ha dado por defender un mal llamado 'derecho a ofender', por señalar de colectivista la celebración del orgullo, y por llamar monotemáticos a quienes tratamos de reivindicar la compatibilidad del liberalismo con los derechos que reclaman las personas LGBTIQ+".

En primer lugar, está claro que agredir con la intención directa no es sustentable desde ningún punto académico ni moral. Sin embargo, creo que hay una pequeña confusión que se genera adrede en este párrafo. No es que exista propiamente dicho el derecho a ofender, sino que el derecho a la libertad de expresión, a poder opinar libremente sobre algo, reafirmar o negar una posición, incluye inherentemente la posibilidad de que el otro se pueda sentir ofendido. Siendo la ofensa algo tan personal e íntimo para cada persona, es imposible pretender limitar la libertad a través de algo tan subjetivo como los sentimientos humanos. En ese caso, casi nadie diría nada y los juicios de valor estarían totalmente desacreditados, teniendo como único medio de interlocución un lenguaje exacto, típico del álgebra o la aritmética.

Voltaire seguramente respondería: "No comparto tus opiniones, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlas". Con esto tampoco estoy afirmando que Yesenia Álvarez desee censurar a aquellos que opinen en contra de los grupos LGTBI y las políticas empresariales en el mes del orgullo, simplemente me parece algo soberbio pretender tener el "liberalómetro" y elegir a dedo quién es y quién no es liberal.

Yesenia Álvarez también afirma lo siguiente: "No pueden llamarse liberales, nunca lo fueron y no lo serán, porque el liberalismo siempre significó el respeto de las libertades individuales y la lucha contra todo poder abusivo".

En principio, en este párrafo estoy profundamente de acuerdo. Las libertades individuales son intransferibles y nadie está por encima del vecino, pero está claro hacia dónde se intenta dirigir y cómo se arma sutilmente un hombre de paja. Excluyendo a las personas que directamente agreden con la intención de hacerlo, la gran mayoría de esos liberales, a quienes Yesenia considera no liberales, no critican a la persona homosexual ni a la homosexualidad en sí misma, sino a los grupos políticos creados a partir de esa característica. No entiendo cómo criticar que los movimientos LGTBI intenten imponer un currículo escolar mediante el poder estatal sería algo anti-liberal, cuando no están impidiendo que los colegios privados establezcan sus propias normas educativas, sino que más bien están evitando que los grupos LGTBI tengan influencia en las normas educativas para todos. ¿Cuándo se volvió el liberalismo un poder coercitivo del estado?

¿La tendencia "woke" del momento de cancelar todo lo que tenga un aroma machista o racista es una liberación del yugo estatal o más bien una interferencia arbitraria contra el derecho de creación de contenido? Habría que preguntarnos qué es lo "woke" para Yesenia, ya que hasta el día de hoy esa palabra se ha convertido en sinónimo de cancelaciones, censuras y cambios jurídicos desproporcionados que se están gestando en el primer mundo y que afortunadamente aún no llegan aquí con la misma intensidad.

En el texto de Perú21 también se indica lo siguiente: "Y se supone también que los liberales deberían esforzarse para que diversos y millones de proyectos de vida puedan coexistir en igualdad ante la ley".

Efectivamente, los proyectos de vida son parte fundamental del liberalismo como filosofía y proyecto político. Aunque deberíamos hacer una breve aclaración que quizás se ha tergiversado de la famosa frase de Benegas Lynch: "El liberalismo es el respeto irrestricto de los proyectos de vida del prójimo". Esto no significa que no se puedan criticar o rechazar internamente, simplemente quiere decir que no se pueden manipular o instrumentalizar. En otras palabras, uno puede estar en desacuerdo con una forma de vida específica de una persona, pero si esa forma de vida no atenta contra la libertad de los demás, no debería ser limitada o regulada. El liberalismo no es neutralidad moral, por el contrario, es un conjunto de mínimos comunes que pretende generar un espacio para nuestras propias concepciones y valores personales, los cuales, muchas veces, pueden estar en confrontación con los de otros. Mientras no se limite la capacidad de acción de una persona, la otra es libre de refutarlo, contradecirlo e incluso burlarse de ello. Blindar las palabras y jugar a la conversación "soft" es limitar nuestra capacidad de pensar.

Existen otras aristas en las que se podría profundizar la crítica; sin embargo, lo que quiero destacar es que no podemos decir qué es o qué no es liberal cuando se trata de opiniones, más aún cuando un mismo tema puede tener más de una perspectiva dentro de la misma corriente filosófica.

Recordemos el tema del aborto, donde existen liberales que, bajo la filosofía liberal, consideran que el feto tiene derechos, al igual que otros liberales que, bajo la misma filosofía, consideran que no. No pretendo tener el "liberalómetro" ni siento que esté en posición de etiquetar correctamente a nadie, pero sí creo que es igualmente perjudicial que grupos políticos, independientemente de las características que los unan, intenten utilizar la fuerza estatal para imponer su perspectiva de la vida, ya sea que venga en un paquete de flores o de espinas.

La frase del discípulo favorito de Rothbard, Hans Hermann Hoppe, parece sintetizar mejor la idea: "Para evitar cualquier malentendido, podría ser de utilidad resaltar que el previsible riesgo de discriminación en un mundo verdaderamente libertario no implicaría que la forma y el alcance de la discriminación sean idénticos o muy parecidos en todos los lugares. Al contrario, un mundo libertario presentaría, muy probablemente, una gran variedad de comunidades especialmente separadas y basadas en modelos discriminatorios muy diferentes".

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