Uno de los personajes que más desprecio dentro de la sociedad peruana es el macho. Y con eso no me refiero al estilo de "macho" que usan las feministas para referirse a cualquier hombre que tiene una buena autoestima, hace deporte y no cree en la ideología de género, sino al macho achorado, malcriado e ignorante. Esos que abundan en nuestra sociedad.
Hace unos días, una amiga muy cercana mía caminaba por la calle con esa tensión extra con la que cargan muchas veces las mujeres en las calles peruanas. Cuando, mientras cruzaba la pista, un energúmeno despreciable le grita "avanza, puta", diciéndole además todos los sinónimos posibles para referirse a una "dama de la noche", desde la "P" hasta la "Z".
Más allá de la incomodidad y del mal rato, ella me decía que a la larga no se sintió aludida por las palabras del salvaje, sino que, más que nada, la hizo sentir indignada. "Cómo me van a decir eso a mí, que no mato ni una mosca". Y luego me hizo un comentario, en un tono irónico, que me hizo reflexionar sobre esta columna.
"Bueno, Franco, después de ese insulto, puedo decir que me han bautizado las calles limeñas".
Me pareció un comentario tan real. Efectivamente, le habían dicho lo que probablemente les habrán dicho a muchas mujeres peruanas en la calle sin razón alguna. La habían hecho pasar por el rito de iniciación de la denigrante sociedad peruana. "¿Qué vas a saber tú del Perú, si nunca te han aventado la madre en la calle?", eso me lo dijeron cuando era niño. Y creo que sí, el equivalente para los hombres, a la situación de mi amiga, es que insulten a su madre. Ese sería nuestro rito de iniciación.
Pero regresando al punto central, ese es el putrefacto machito peruano. Ese que maltrata a la mujer, que la ve como un inferior y que se siente con el derecho de decirle lo que se le venga en mente, o pegarle si el abusivo lo considera necesario. Ese que se "envalentona" frente a una mujer, que ahí sí tiene pantalones, pero que cuando otro hombre le hace frente, regresa a su hueco, agacha la cabeza y dice: "no pasa nada, jefe".
Ese cobarde que se corre cuando no es el más fuerte o cuando no tiene ninguna arma en la mano. Que cree que ser hombre significa cosificar a una mujer. Que se siente con el derecho de pegarle a su esposa y que, si su hijo trata de defender a su madre, le dice: "machito eres, ¿no?", mientras también le pega a él.
Un macho que maltrata a las mujeres o las insulta en la calle, como en el caso de mi amiga, pero adula a la mujer con la que se quiere acostar. Algunas veces, como todo un caballero, se hace pasar. Pero que, al cruzar tres calles, manda a rodar a cualquier mujer.
Ese es el macho peruano, sin ánimos de excluir a los tantos que hacen lo mismo en otros países de la región, que los hay. Porque este es un aspecto cultural que no es exclusivo de un solo país. Un abusivo soberbio, pero cobarde a la vez. Un pusilánime empoderado que luego es generalizado. Y en el intento de no generalizarlo, a veces tendemos a ocultarlo, minimizarlo y terminamos sin hacer lo suficiente como para erradicarlo.