OpiniónDomingo, 25 de junio de 2023
Torpeza incremental, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

El mundo que vivimos se parece, cada día más, al descrito por Ayn Rand en su obra La Rebelión de Atlas. Rand, huida de la Rusia bolchevique se convirtió en una autora de culto que, por medio de sus novelas (La Rebelión de Atlas y El Manantial) estableció una corriente político-filosófica a la que denominó “Objetivismo”. En el Objetivismo, la realidad, lo existente, debe aceptarse como tal. Nuestros deseos, pasiones o buenas intenciones, no pueden alterarla. Su filosofía no deja lugar alguno para Dios, siendo la razón un valor absoluto.

En el mundo de La Rebelión de Atlas es uno al revés, donde las calificaciones de una persona para desempeñar trabajos especializados son irrelevantes. El resultado es que todas las entidades, públicas y privadas están sumidas en la más absoluta decadencia y decrepitud. Es el dominio de los mediocres e incapaces. En la obra de Rand, los héroes son justamente aquellas personas dotadas de extraordinario talento y capacidad de trabajo y que frente a estas deprimentes circunstancias se niegan a subordinarse, rebelándose y abandonando la sociedad.

Lo irónico es que esto ocurre mientras el mundo y los sistemas ideados por el ingenio humano se vuelven más y más complejos, lo cual no sólo exige mayor preparación y talento para administrarlo, sino también nos hace cada vez más vulnerables a errores catastróficos y a las consecuencias de nuestras predecibles torpezas (recordar el accidente ferroviario en La Rebelión de Atlas, un ejemplo de falla desastrosa).

La aparente implosión del ahora famoso minisubmarino que, por la bicoca de US $250,000.00 te ofrecía sumergirte a 4,000 metros de profundidad para observar los restos del Titanic, es un excelente ejemplo de todo esto.

Descender a esas profundidades de los océanos exige destrezas y conocimientos inimaginables hace poco tiempo atrás. Es posible gracias a grandes avances en el campo de la ingeniería y del desarrollo de materiales. Pero también exige de quien maneja los artefactos que descienden a estos abismos, conocimientos sin margen para las equivocaciones.

Pues bien, según múltiples fuentes periodísticas, el propietario de la empresa Oceangate, la que ofrecía el tour de los restos del Titanic, no quería contratar a oficiales submarinistas retirados de la Marina de EE.UU., puestos estos son hombres blancos de cincuenta años o más, por lo tanto “poco inspiracionales”.

Asegurarse que el minisubmarino este conducido por una persona experta en sumergirse a los abismos más profundos de la tierra y con un fuerte entendimiento, de, por ejemplo, el desgaste de materiales, no interesaba. Consumido, aparentemente, por la arrogancia y frivolidad, le preocupaba más “inspirar” o, mejor dicho, tener buena prensa. Llamar a este comportamiento “torpeza” es casi un generoso eufemismo. El resultado, más pronto que tarde, es un error catastrófico, cuyo trágico impacto ha sido la pérdida de cinco vidas humanas.

En esta oportunidad “sólo” fueron cinco las víctimas, pero tarde o temprano podemos tener otro error catastrófico, producto de una torpeza similar pero mayor donde las víctimas se cuenten por cientos, miles o hasta millones.

El enorme avance de las últimas décadas tiene un coste, como hemos anotado, en complejidad, pero, de un tiempo a esta parte, a los verdaderos poderes fácticos de la tierra, ya no les interesa la aptitud y competencia de las personas sino tener buena prensa.

Ojalá que no nos hayamos convertido en un Titanic Global, que, sintiéndonos el súmmum de la modernidad y por tanto indestructibles, marchemos a toda máquina a nuestro suicidio (en el caso del famoso barco, los propietarios querían la buena prensa de la rapidez con la que cruzaba el gran charco del Atlántico – la historia se repite…).Esa es la pregunta que se hace en un interesante artículo con el que me tope (https://pjmedia.com/richardfernandez/2023/06/22/our-titanic-n1705689) estos días y que me la hago yo también.

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