Solamente en el Perú se puede apreciar a líderes de opinión argumentando que está bien no tener principios o traicionar lo que representas, porque, en fin, así es la política o porque ni modo, eso lo hacen todos. Como si viviéramos en Ciudad Gótica en 1989. Esto lo vemos en representantes de distintas profesiones. Por ejemplo, independientemente de si eres fujimorista o si odias todo lo que hizo Alberto Fujimori, la exdirectora periodística de un medio de cobertura nacional que salió a decir que había oído un audio de la DEA que involucraba a una candidata acaba de ser expuesta como mentirosa al probarse que dicho audio no existe. Es decir, mintió, perjudicó a una candidata porque le cae pesada como a otros muchos y ahora no hay sanción alguna para ella. No perderá financiamiento alguno para su nuevo medio, no será enjuiciada, no será sancionada a ningún nivel. Es más, otros periodistas salen a defenderla con las acostumbradas acrobacias mentales que se aplican solamente si eres tan antifujimorista como ellos.
¿Cuál es el incentivo para hacer buen periodismo, entonces? Abiertamente nos están comunicando que un periodista puede mentir y perjudicar el proyecto político de otros porque no te caen. Y no pasa nada. Que no se quejen, entonces, cuando el nivel del periodismo sea tan bajo. Por esto es por lo que me tienen sin cuidado los gremios de periodistas o los institutos de libertad de prensa que no se manifiestan específicamente sobre esta clase de casos. Porque son parte del problema. No reaccionan a algo que, por principios, está mal.
El mismo problema podemos observar en el escándalo que se organiza porque un escrito ganador de premios internacionales que avaló en cierto momento a la Gran Transformación ahora firma un documento en el que avala a otro partido. ¿Importa? Este señor, por más influyente que sea a nivel internacional, le puso su sello de aprobación a lo que expresamente era una mentira. Apoyó a Ollanta Humala cuando le dio la espalda a todos los que habían votado por él en la primera vuelta y anunció que, oh sorpresa, ahora ya no aplicaría su plan de gobierno con estatizaciones y ministerios nuevos, sino una nueva cosa llamada Hoja de Ruta que era cualquier otro asunto. Se presentaba de manera oficial como un mentiroso. Porque, en el caso contrario (de tener la intención de sí aplicar la Gran Transformación alegando que ahora aplicaría la Hoja de Ruta), a los que nos estaba mintiendo era a los votantes que buscaba ganar en la segunda vuelta. En cualquiera de las dos opciones, estaba mintiendo. Y eso fue avalado por Mario Vargas Llosa diciendo que estaría vigilante, algo que nunca hizo, por supuesto.
Nuevamente, un mínimo de análisis concluía en que era pésima idea apoyar a Ollanta Humala y que este escritor había lapidado su capital político. Pero ¿importa? Tampoco. A nadie le importa. De hecho, Ollanta Humala ganó, Mario Vargas Llosa no vigiló nada. Y después nos quejamos del bajo nivel de la política en el Perú.
Seamos más exigentes con todo el ecosistema de la política peruana. No solo con los congresistas, sino con todos. Con los alcaldes, todos los alcaldes, no solo el de la capital, con los analistas políticos que no dijeron nada cuando el presidente de transición pasaba por agua fría muertos en otras protestas, pero ahora aseguran que vivimos en barbaries nunca vistas. Ese que tampoco dijo nada cuando la delincuencia y la inseguridad ciudadana estaban a niveles considerablemente superiores a los actuales durante el gobierno de Ollanta Humala. Ah, ahí tenía otras cosas en qué pensar, por supuesto.
El problema somos nosotros, que nos hemos acostumbrado a ser conformistas. Dejemos de serlo.