Estamos en vísperas de la llamada "Tercera Toma de Lima". Los participantes de esta marcha quieren transmitir el mensaje de que las regiones, o más bien la gente fuera de Lima, está subrepresentada, subvalorada o no escuchada. Para eso consideran necesario marchar físicamente hacia Lima, el lugar donde ellos creen que se concentra el poder centralizado de las instituciones y el gobierno, así como los grandes grupos económicos y los medios de comunicación.
Algunos señalan que esta manifestación será un fracaso, dado que no se espera la misma cantidad de asistentes que en las dos primeras marchas. También indican que será un fracaso debido a la falta de organización por parte de los líderes, quienes demandan la restitución de Pedro Castillo, lo que limita su capacidad de convocatoria. En este aspecto, tienen razón, es probable que la marcha no cumpla con sus expectativas.
Pero lo que algunos no parecen ver es que Lima ya ha sido tomada. La Toma de Lima ha sido mental, no física.
Lo primero que hay que decir es que la élite intelectual limeña ya ha sido influenciada por el discurso de algunos radicales que buscan interpretar nuestra realidad política de manera alternativa, ya que consideran que esta es la única forma de proteger sus intereses. Estamos hablando de aquellos que afirman que vivimos bajo una dictadura.
No se ponen de acuerdo sobre si vivimos bajo la dictadura del Ejecutivo (Dina) o bajo la dictadura del Congreso, lo cual, en mi opinión, es un oxímoron. Para los líderes radicales de la marcha, vivimos en dictadura porque consideran que la destitución de Pedro Castillo fue injusta, mientras que para la élite progresista, vivimos en una dictadura porque los elementos afines a ellos están siendo removidos de la administración pública o siendo fuertemente cuestionados en los medios de comunicación (incluyendo las redes sociales), espacios que ellos solían dominar. Por lo tanto, ya hemos experimentado una Toma de Lima, y aquellos que han estado marcando el rumbo en los últimos años están adoptando eslóganes poco originales.
También hemos experimentado una Toma de Lima en el sentido de que algunos intentan vetar a políticos que no les agradan y exigen que se abstengan de postular a cargos públicos. Los culpan de todo lo que ha salido mal en los últimos años. Es autoritario señalar con el dedo y decir "tú no puedes postular", o culpar a una sola persona o grupo político de todas nuestras desgracias. No solo es autoritario, sino también inmaduro, considerando la escasez de opciones políticas que buscan preservar el modelo económico o, al menos, realizar cambios o reformas sensatas dentro del marco institucional.
Ahora bien, la Toma de Lima no se limita al sector progresista, ya que las narrativas que promueven los radicales a menudo son repetidas por portavoces que supuestamente son más rigurosos al hacer afirmaciones. Algunas de estas narrativas sostienen que el Perú es prácticamente como Dubái y que nuestras reservas de recursos naturales son de una proporción inconmensurable. Algunos incluso afirman que nuestras reservas de litio son tan grandes que solo con mostrarlas al mundo podemos detener el cambio climático. Simplemente no es cierto, y hemos refutado estas afirmaciones desde este espacio.
Otra narrativa es que los actores políticos externos que se infiltran en nuestro país son los principales culpables de nuestras desgracias. Sí, algunos argumentan que, si expulsamos a ciertas personas del territorio nacional, recuperaremos la estabilidad. Los nombres varían según a quién se le pregunte. Algunos mencionarán a Gallo Zamora, otros mencionarán a soldados estadounidenses, pero en esencia, su conceptualización del fenómeno es la misma. Si bien se definen de manera diferente, al final son víctimas de lo mismo: no querer admitir que las desgracias que hemos vivido las hemos creado nosotros mismos.
Personalmente, considero que la Toma Mental de Lima tiene consecuencias más graves que la Toma Física. Y no me refiero a los miles de compatriotas que viven en las regiones y que seguramente muchos de ellos piensan de manera constructiva. Me refiero a que debemos temer la forma de pensar de un radical, de un conspiranoico, de alguien malinformado, de alguien que opina basándose en sus emociones o instintos y no en los hechos. También me refiero a pensar como aquellos que no están convencidos de los valores democráticos y de las libertades, ya sean políticas, económicas o individuales.
El verdadero cambio comienza al pensar dos veces antes de opinar.