Las consignas irreconciliables y las tirrias internas, más la efectiva disuasión policial, le pusieron punto final a una Tercera Toma de Lima, que tenía más de fábula que de realidad.
Lima, el 19 de julio, despertó con un malestar metafísico: algo podía pasar, pero nadie sabía qué.
Había iniciado oficialmente la tercera toma de la capital, que generaba presagios desalentadores después que, en su primer acto, que fue el 20 de enero de este año, los manifestantes —que consideran ofensivo ser llamados violentistas— provocaran un incendio de grandes proporciones en el Edificio Marcionelli, en la Plaza San Martín, y otros destrozos como romper adoquines para tirárselos a las fuerzas del orden, porque los palos y las guaracas no satisfacían sus intenciones casi mortales. Esto había sido parte de una coreografía, bien sincronizada, tras el golpe de Estado de Pedro Castillo. Y sus artífices, hasta hoy, no le han puesto fecha de expiración a sus aspiraciones.
(Edificio Marcionelli, brutalmente quemado en enero).
Por eso, la tensión era una sensación natural.
Cerca al mediodía de este largo 19 de julio, bajo un clima que parecía un camaleón meteorológico, un frío-calor intermitente, empezaron a concentrarse los primeros grupos que vinieron de las regiones. Entre estos, de Cusco y Huancavelica. Estaban en la Plaza 2 de Mayo. No eran hasta entonces un grupo numeroso, pero sí estentóreo. Varios cargaban pancartas y arengaban en alusión al golpista, al que trataban como si fuera un profeta encarcelado.
Este panorama, por supuesto, no detuvo el funcionamiento de la ciudad. Los centros comerciales seguían operando. Los servicios de transporte seguían recogiendo a los peatones: algunos de paso sosegado; otros adrenalínicos. Se seguían armando los estrados en la Av. Brasil para el desfile militar por Fiestas Patrias. No era necesariamente un mundo paralelo, uno indiferente, era el síntoma de un universo de peruanos que exponían sus prioridades en medio de una crisis económica (según Bloomberg estamos al borde de la recesión) que puede agravarse.
La cuota de confianza provenía además de los 24 mil efectivos policiales que prometió el ministro del Interior, Vicente Romero, y que estuvieron desplegados desde el primer minuto. No solo en puntos estratégicos como el aeropuerto, la Fiscalía, el Poder Judicial y más, sino también para ser el acompañamiento correspondiente a los manifestantes.
Esto pudo verse cuando los bloques regionales decidieron movilizarse, ya cerca de las 3 de la tarde, hasta la Plaza San Martín. No al corazón de este espacio inaugurado el 27 de julio de 1921, sino a las zonas adyacentes como la av. Quilca, el jirón de la Unión, la av. Nicolás de Piérola y el jirón Carabaya. Dieron vueltas y vueltas casi indefinidamente por ese contorno de 12.300 metros cuadrados escoltado por agentes policiales que tenían permiso para usar armas no letales, como bombas lacrimógenas, si es que algún adepto del rompimiento de la Ley se le ocurría provocar disturbios. Los insultos y las afrentas contra los efectivos no faltaron. Pero no se dejaron inmutar por esta ensalivada fórmula para ponerlos nerviosos, nunca rompieron filas.
Con el sol de aires volcánicos fuera de la jornada y con la llegada de un cielo encapotado, cerca de las 4.30 de la tarde se fue haciendo grande otro bloque. Venían del Cono Norte, Ventanilla y más. Un simple paneo daba cuenta de que la barra de un equipo de segunda división podía tener más convocatoria, pero siguieron. En el camino, después de pasar por la comisaría, que antes era el penal el Sexto y que ahora estaba custodiado por valientes policías mujeres, llegaron a la Plaza Bolognesi, donde recogieron a un minúsculo grupo de Perú Libre, en el que como era de esperarse no se asomó nunca Vladimir Cerrón.
(Perú Libre, vacío).
La ruta ya estaba marcada. En la Plaza San Martín estaban los frentes que exigían la liberación y reposición de Pedro Castillo y que cerca de las 5 de la tarde iniciaron su avance hasta la avenida Abancay, donde entre la Corte Superior de Justicia y la galería El Hueco había un cordón policial para evitar que lleguen al Congreso. Mientras que por la avenida Miguel Grau, con dirección al mismo cruce, avanzaba el otro bloque. En este caso, los grupos políticos: Juntos por el Perú, Partido Morado, Perú Libre, Partido Comunista Peruano, la comunidad LGTBI y otros más. Aquí también estaban los etnocaceristas, sin Antauro Humala.
(El “centrista” Partido Morado no tuvo resquemor en marchar con la ultraizquierda).
A estas alturas, la manifestación, que se desarrollaba también en otras partes del Perú, ya tenía un registro malicioso: unos estudiantes habían tomado la Universidad Nacional de Cajamarca y un grupo de violentistas intentaron quemar la Prefectura de Huancavelica.
En Lima no podían quedarse atrás. Internamente no había cohesión respecto a las demandas, pero sí a la hora de generar fricciones. Un grupo de jóvenes y no tan jóvenes, que tenían escudos de madera y de plástico, y que además estaban encapuchados, comenzaron con su belicosa apuesta de empujar a los policías. Esto al ritmo de un “Sí se puede” que lo consumían auditivamente como un afrodisiaco. Lanzaron también una bomba que emanaba un humo color anaranjado. Tal vez como distractor. Por otro lado, también lanzaron gasolina y le prendieron fuego, lo cual pudo terminar mal si los efectivos no amagaban habilidosamente ese líquido inflamable.
(Polvo naranja con vinagre. No sabían qué más lanzar…).
En un momento, ya con la marea oscura de la noche en velo, la policía permitió, como parte de un gesto arriesgo, pero democrático, que los manifestantes avancen, como una forma de descubrir para qué realmente querían.
Mientras tanto, se pudo tener un contacto con el ex congresista del Partido Morado, Gino Costa. Entre sus exigencias, dijo, está el “adelanto de elecciones para salir de la crisis política”, pero no la liberación-reposición de Pedro Castillo, pese a que había más de siete grupos, como el Ágora Popular, con esa petición. También dijo que la parlamentaria Flor Pablo debería llevar la batuta en la Mesa Directiva. "Yo creo que en el Congreso Flor Pablo representa del centro lo mejor de nuestra clase política”, apuntó, lo cual deja entre líneas cierto trasfondo y que nos trae a la memoria a una movedizo Daniel Olivares en la protesta de noviembre del 2020.
Por otra parte, también hablamos con el ex presidente del Poder Judicial, Duberlí Rodríguez. Además de enarbolar las exigencias previamente mencionadas, hizo hincapié en la nueva Constitución. “Para que haya una nueva Constitución, primero tiene que haber un poder constituyente. Un poder constituido como es el Poder Legislativo no puede hacer de poder constituyente porque sería una doble labor”, apuntó. También quiere la asamblea Constituyente sea “paritaria”. Por otra parte, quiere que Pedro Castillo siga su proceso en “libertad”, pero con “comparecencia”. Y señaló como principal argumento a las encuestas para que se dé “el adelanto de elecciones”.
(Duberlí Rodríguez, expresidente del PJ).
Para Yohny Lescano, excandidato a la presidencia con Acción Popular, partido en el que está con licencia, no estamos “en democracia”. “Por mucho menos en Ecuador y España han adelantado elecciones”, dijo. Según su visión, el profesor chotano cayó “por su inexperiencia”. Y sobre la bancada acciopopulista, indicó que está en contra del “trabajo desastroso” que está haciendo. “Y por los seudodirigentes que están pretendiendo apoderarse del partido”, complementó. Y finalizó anunciando que “si se presenta la oportunidad podría estar nuevamente compitiendo en las elecciones presidenciales”.
(Lescano, quien quedó quinto en la contienda del 2021).
Aprovechado el contexto, y con estos elementos del tablero político ya alejándose, la policía empezó a disuadir a todos los manifestantes en la avenida Abancay porque un violentista había lanzado una bomba molotov. Había estado demorando.
Los grupos que quedaron empezaron a disgregarse. Algunos se quedaron en la Plaza San Martín; otros fueron por avenidas laterales, dejando pintas al paso en las paredes. Con este desenlace no lograron más que evidenciar, otra vez, que la Policía actúa de acuerdo con la Ley y que solo responde cuando los manifestantes cruzan los límites.
(Una plaza no muy llena).
Los poquísimos miles que fueron a marcha amenazaron con seguir con más tomas de Lima, pero lo cierto es que este episodio los dejó sin piso.