En una de sus Tradiciones, “Con días y ollas venceremos”, Ricardo Palma relata el hábil artilugio mediante el cual don José de San Martín y Francisco Javier de Luna Pizarro se comunicaban. Para ello, se valían de un humilde “ollero”, quien escondía correspondencia secreta en un doble fondo de las ollas que vendía, pregonando todos los días a las 8 de la mañana: “¡Ollas y platos! ¡Baratos! ¡Baratos!”.
Los pregones, en la Lima antigua, eran toda una institución y cada hora traía uno distinto. Pues bien, ya después de la Independencia, a partir de las 10 de la noche, el último pregón era un Sereno, quien, reemplazando a los ambulantes de horas tempranas, pregonaba, según dice la Tradición:
“¡Ave María Purísima! ¡Las diez han dado! ¡Viva el Perú, y sereno!”.
El grito ha llegado hasta nuestros días, pero quizá su origen y significado se olviden, pero Palma imperecedero nos lo recuerda: “por mucho que el tiempo estuviese nublado o lluvioso, la consigna era declararlo sereno”.
Han pasado dos siglos desde los tiempos del famoso pregonero, y nuestro destino, difícil, promisorio, lleno de lucha y de victorias sobre la adversidad, continúa su marcha hacia el futuro. Por lo que, en estas fechas solemnes, los peruanos de bien no podemos sino proclamar:
¡Viva el Perú y sereno!
¡Cómo no hacerlo, cargados de optimismo y entusiasmo!
Somos el país generoso y la tierra fecunda, cuna del mestizaje, en la que se unen las sangres, primero de conquistados y conquistadores, que dan vida a una nueva nación. Una nueva nación que no es ni España ni es Inca, es el Perú que a todos nos une.
¿Cómo olvidar el optimismo si en estas tierras recibimos con generosidad a tantos migrantes que acá llegaron con un brazo atrás y otro delante, desde lo que antaño eran lugares lejanos de la Tierra, como China y Japón, y otros menos lejanos como Italia, Alemania y otros europeos? Y todos ellos contribuyen y se unen a nuestra síntesis inmortal.
¡Qué generosidad inspira nuestra tierra en la que las sangres se funden! No en vano en el Perú, el que no tiene de Inca tiene de Mandinga, frase antigua e inmortal que simboliza nuestro mestizaje.
¿Cómo cambiar el optimismo por el derrotismo cuando vemos con nuestros propios ojos el surgimiento de una nueva clase media que, armada de tenacidad y esfuerzo, descendió de las cumbres andinas a las ciudades, trayendo el mundo andino y fusionándolo irreversiblemente con el costeño? Hoy no hay ciudad más andina que Lima.
¿Por qué abrumarnos por las dificultades cuando los peruanos hemos sabido sacudirnos de una banda de facinerosos que quisieron hacerse del poder y convertirnos en satélites de Cuba y Venezuela? Hacernos renunciar a nuestras libertades y convertirnos en esclavos. Todo ello pacíficamente, pues los muertos, siempre trágicos, fueron obra de esos facinerosos.
¡Qué emoción nos convoca y qué alegría sentimos los peruanos cuando en todos los lugares del orbe nos encontramos con algún miembro de la diáspora peruana, añorante de su terruño, de sus sabores y colores! El Perú se lleva en la sangre, marca los genes y no se olvida.
El indescriptible colorido del desierto, las montañas abrumadoras y escarpadas, las selvas vastas, verdes e infinitas. El mar refrescante y templado. El pueblo generoso y valiente, acostumbrado a vencer dificultades y hambriento de progreso.
El sacrificio de los que nos precedieron, haciendo patria, abriendo caminos, colonizando lugares remotos, defendiéndonos con sus vidas de los enemigos de la Patria. Tenemos demasiado que agradecer y por qué luchar.
El Perú, pues, sigue adelante, y para este no hay tiempo malo, nublado o lluvioso.
¡Viva el Perú y sereno!