Hasta finales del año pasado, los analistas y observadores de la política peruana se preguntaban con ahínco cuándo caería Pedro Castillo. Esa pregunta guiaba el debate coyuntural. Hubo diversas percepciones y opiniones, pero pocos imaginaron el inusual desenlace que se avecinaba. Hoy en día, la pregunta es radicalmente distinta: ¿Llegarán Boluarte y el Congreso al 2026? Y las respuestas son variadas.
Un sector sostiene que sí, argumentando que la convivencia y el supuesto pacto entre el Congreso y el gobierno proporcionan la suficiente estabilidad legal para mantenerse en el poder. Otros opinan que, tal como ha quedado demostrado en la clase política, los actores que ostentan el poder son tan precarios que cualquier turbulencia coyuntural podría dar lugar a una real posibilidad de poner fin al gobierno.
Los acontecimientos de la última semana, que incluyen la elección de la mesa directiva y el discurso presidencial, parecen reconfigurar la cuestión acerca de la asociación entre el Congreso y Boluarte, o al menos, modifican radicalmente la percepción previa sobre la convivencia entre ambos poderes.
En primera instancia, la elección de la última mesa directiva ha desvirtuado por completo la reputación, aceptación e incluso las simpatías que se tenía hacia el sector conocido como "Bloque Democrático". Este sector era el último con algún tipo de simpatía en el electorado.
Si bien se podría pensar que esta mella reputacional se debe únicamente a una alianza poco natural entre los hermanos Cerrón y ciertas bancadas de derecha, esa es solo una parte del panorama. Por segundo año consecutivo, se ha entregado la presidencia del Congreso al cuestionado partido de César Acuña, y la desvergüenza que ha caracterizado sus acciones se ha profundizado al acumular poder.
Es incomprensible que un supuesto “Bloque Democrático”, por más desesperada que sea su situación, haya optado por elegir a un personaje como Alejandro Soto para presidir el Congreso. Y esto no solo se debe a las innumerables páginas de expedientes judiciales y fiscales en su contra, sino también porque carece de absolutamente cualquier mérito para ocupar un cargo de tal magnitud, ¿En verdad era la mejor carta del bloque? Creemos que no. Se pudo hacer más, pero la arrogancia y la falta de practicidad en el ejercicio parlamentario cumplieron un importante rol.
La ciudadanía percibe claramente las maniobras destinadas a acumular poder. Estos arreglos generan un profundo repudio, que solo alimenta el ya causado por “Los Niños”, los “mochasueldos”, los viajeros, el violador, entre tantos otros. Incluso una política como la presidente Boluarte, impopular y cuestionada, se ha percatado de la debilidad. Aunque muchos hayan preferido no verlo, en su discurso presidencial por Fiestas Patrias, ha iniciado una confrontación.
Durante el largo mensaje, criticó la labor legislativa, señalando que, de las 243 leyes expedidas, solo 129 fueron promulgadas, 57 son declarativas y varias afectan la caja fiscal y la prohibición de iniciativa de gasto. Además, propuso modificar el artículo 77 del Reglamento del Congreso para cambiar las formas en que se legisla. Simultáneamente, solicitó facultades por 120 días para temas como inseguridad ciudadana, el Fenómeno de El Niño Global, desarrollo de infraestructura y meritocracia.
En resumen, la presidente Boluarte ha criticado la producción legislativa, ha manifestado su deseo de cambiar el reglamento del Congreso y ha solicitado facultades para legislar sin depender del poder legislativo. Es evidente el cambio de postura hacia un poder que supuestamente la apoyaba, lo que puede indicar que ha estado evaluando su nivel de respaldo en el Congreso.
Desde el punto de vista constitucional, la presidente seguiría en Palacio si cierra el Congreso, ya que simplemente se elegiría uno nuevo. Sin embargo, si el Congreso la destituye o ella renuncia, no hay un segundo vicepresidente y todos se irían a sus casas (previo gobierno interino por 6 meses). Esto plantea la pregunta de si realmente el Congreso sostiene a Boluarte o, en cambio, la supervivencia del Congreso depende de ella.
Aunque no parece que la presidente tenga un plan inmediato de cerrar el Congreso como lo hizo Martín Vizcarra, es posible que haya visto una oportunidad de obtener popularidad a través de la confrontación y distanciarse de los desmanes de los congresistas.
El Congreso ha sido advertido de este inicio de confrontación por parte de Boluarte. Además, las señales de empoderamiento que ha exhibido durante esta semana han sido explícitas.
No sería sorprendente que, con el paso de los meses, el gobierno mejore en su gestión de obras, realice actos populistas para ganar el apoyo de la población y confronte con mayor ahínco a un Congreso cada vez más acorralado. Esos factores se pueden extraer de lo dicho en el discurso.
En ese escenario, la pregunta que guiaría la coyuntura podría cambiar a ¿hasta cuándo se mantendrá este Congreso? o ¿cuándo la presidente Boluarte se atreverá a cerrarlo? No es la primera vez que ocurre este cambio de prioridades en el debate público.
Otra pregunta importante es, ¿La actual mesa directiva está preparada como para realizar un plan de contención ante una escalada de conflicto en las relaciones con el Ejecutivo? Viendo su composición es evidente que no, pero están a tiempo de preparase.