Peter Parker, Spiderman, es uno de los superhéroes más reconocidos de Marvel. Su historia es muy particular y en ella encierra un principio filosófico fundamental acerca del poder y la responsabilidad.
Peter Parker es un estudiante que, de manera fortuita —o arbitraria— es elegido por la vida para adquirir una categoría sustancial de superhombre. Al ser mordido por una araña radioactiva, el personaje adquiere una serie de facultades correspondientes a una nueva naturaleza, un nuevo ser. Y nuevo status de poder.
Parker encontrará que aquellas nuevas operaciones del ser (fuerza, destreza, agilidad) pueden hacerle ganar mucho dinero, fácil y rápido. Por lo que utiliza su condición como medio para su satisfacción personal. Compite en una serie de peleas callejeras, en donde de manera sencilla consigue derrotar a sus oponentes. El poder lo envuelve en sí mismo, comienza a distorsionar la realidad, a aprovecharse de lo más “´débiles” y a hacer uso —o mal uso— de su poder. Dinero a costa de los demás. Las personas, entonces, son medios para un fin.
Pero un día todo cambiará. Aquella noche, luego del evento, Parker va a cobrar su bono. Pero el dueño decide darle solo una parte. Las cosas no salen como él quisiera y, cuando se tiene poder y te envenena el resentimiento, el ser humano puede convertirse en peor que un demonio. En aquel preciso momento, un ladrón ingresa a la habitación y encañona al empresario. Él le pide ayuda a Parker, pero este, de manera alevosa, no actúa ni se inmuta. Él cree que esa es la “justicia divina”.
Tragedia: poder sin responsabilidad
Pero la tragedia azotaría la realidad del joven más poderoso, porque se puede tener poder, pero aún así se es vulnerable. El ya corrompido hombre araña, de camino a casa, encontraría a su tío Ben regado en el piso de la calle. Una escena de sufrimiento en la que él reconoce que está a punto de ser “herido” por la vida. Ben ha sido presa de la delincuencia y muere.
Encendido en odio y rencor, el vengativo estudiante decide ir a la caza del malhechor. Lo encuentra antes que la policía, lo toma, le quita la máscara y se encuentra con la peor de sus pesadillas: ese rostro es conocido…
Parker reconocerá que él pudo haber capturado a ese hombre, que pudo detener el mal, que dejó escapar la posibilidad de hacer el mayor bien posible, que su resentimiento lo corrompió, que el poder que tiene puede generar un impacto positivo, y también negativo, sin precedentes.
Y recordará la frase de que su tío una vez le dijo, un antiguo adagio de al menos el siglo I a.C. que hace alusión a la espada de Damocles: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.
Libres para actuar
Por sí mismo el poder no es ni bueno ni malo, solo adquiere sentido por la decisión de quien lo usa. Más aún, por sí mismo no es ni constructivo ni destructor, sino solo una potencialidad para cualquier cosa, pues es recogido esencialmente por la libertad. Uno es libre de ejercer su poder, pero responsable de sus consecuencias.
Una de las características esenciales de la sociedad democrática es la existencia inseparable de poder y responsabilidad. No hay poder sin responsabilidad en el ejercicio del poder. Y para su ejecución es necesario plantearse un marco ético y moral, pues toda acción política es una orientación hacia el conocimiento del bien, de la vida buena, de la buena sociedad.
Peter Parker decidió asumir que el poder brindado debe ser usado para hacer el bien, buscar la justicia y hacer de este mundo un lugar mejor. Ya no es más seducido por sus pulsiones más viciosas, sino por la voluntad de darle sentido a tamaño regalo. Aquí nace un superhéroe, tras la consciencia de que pudiendo servirse de los demás, decide servirles.