El siglo XX representa para la historia de las civilizaciones una tragedia sin precedentes. Causa: totalitarismo y dictaduras militares; tiranía. Resultado: 120 millones de muertes. Los números son aterradores, más la historia de cada una de ellas es un horror.
Recapitulando a los 10 dictadores más sanguinarios e inescrupulosos tenemos a los siguientes junto con el número de muertes durante su dinastía: 1. Mao Zedong: 78 millones; 2. Josef Stalin: 23 millones; 3. Adolf Hitler: 17 millones; 4. Leopoldo II de Bélgica: 15 millones; 5. Hideki Tojo: 5 millones; 6. Ismail Enver Pasha: 2,5 millones; 7. Pol Pot: 1,7 millones; 8. Kim Il Sung: 1,6 millones; 9. Mengistu Haile Mariam: 1,5 millones, y 10. Yakubu Gowon: 1,1 millones.
¿Qué puede llevar a un hombre a provocar la muerte de millones de persona? ¿Poder? ¿Maldad? ¿Resentimiento? Es de suma reflexión el poder filosofar sobre esta cuestión: quien debería propugnar la libertad y soberanía de los individuos, se convierte en asesino de los mismos.
Platón, en su escrito “La República”, hará un diagnóstico acerca de la tiranía y la libertad. El griego dirá que solo es libre quien se autogobierna, es decir, el hombre que es capaz de sujetarse a la razón y no a su parte concupiscible, dando como resultado el deseo de sabiduría y una eventual compresión de la justicia (para determinar la justicia hay que usar la razón). Por el contrario, quien se deja llevar por lado más instintivo, pasional, es más proclive a ejercer injusticia, pues antepondrá sus deseos, como la riqueza y el poder, como categoría suprema. Este último, dirá Platón, corresponde al tirano.
El justo, el hombre racional, es aquel que puede —y sabe cómo— poner límites. Y reconoce que puedes alcanzar poder, pero no necesariamente libertad. Platón analiza que la libertad nace en el interior del hombre, no por fuerzas externas. Libertad interior, significa entonces, no verse esclavizado por sus propias pasiones desaforadas. Pues, el resultado de alguien quien gobierna desde su estado más elemental, será un consumidor de su ciudad, un parásito que solo vive para sí mismo. El corazón de la libertad según el filósofo es ser libre a través de la razón y en el ejercicio de la sabiduría.
Esclavo de su propia tiranía
El tirano es víctima de su propia tiranía. “El alma tiranizada será la que menos hace lo que quiere”, dirá Platón. Porque no hay nadie más esclavo que quien ha perdido su alma (concepto griego para identificar el principio de vida) por sus vicios. El tirano es dominado por el miedo, pues encuentra resistencia sobre quienes gobierna y su grupo de confianza es reducido. Siempre está a la defensiva. Su deseo de riqueza y poder demuestra que no está satisfecho con nada; que hay un vacío existencial. Y como no tiene cómo llenarla, sus pasiones lo gobiernan. El tirano ha carcomido su alma, vive en desorden, no usa la razón, no es feliz, causa dolor y genera injusticia.
Los tiranos del siglo XX, todos, perdieron su alma. Y, siguiendo al pensamiento de Nietzsche, comprendieron que la única fuerza que domina al mundo es la voluntad de poder. ¿Qué es el hombre sin alma y con voluntad de poder? Un ser que pierde sus facultades originarias es incapaz de ver en el otro a su prójimo, deshumaniza para conquistar sus propios deseos y es insensible frente a la dignidad humana, pues al no haber naturaleza del alma, solo ellos deciden quiénes son persona y quiénes no. Un tirano, en resumen.
Un alma esclava, esclaviza a otras.