OpiniónLunes, 21 de agosto de 2023
¿Milei peruano?, por Juan Villarán
Juan Villarán
Administrador de empresas

El fenómeno Milei en Argentina, al igual que el de Bukele en El Salvador y antes, el inconcluso de Fujimori en Perú, rompen paradigmas y obligan a repensar la definición de democracia y la necesidad de la sucesión. No los desvalorizan, por el contrario, los refuerzan. Esto se aprecia, por ejemplo, en el caso de los Estados Unidos, que a lo largo de toda su historia republicana funcionó bajo el bipartidismo, alternando matices de gestión en estricto respeto a una única Constitución. Sin embargo, esta línea de libertad y respeto a la ley de leyes se rompe cuando cambia la línea de principios que regía para ambos partidos, permitiendo que el socialismo, como un Caballo de Troya, penetre y conlleve a la desnaturalización de valores. Esto da paso a la creación de su propia "casta" de burócratas, subsidios inorgánicos y destrucción de las familias por ideologías progresistas.

A diferencia de esto, en el Perú, una mal llamada democracia ha producido la proliferación de partidos políticos, alejando nuestro sistema de la concepción que tuvo Clístenes en Atenas y convirtiéndolo en la versión actual de una Torre de Babel. Más allá de esto, en nuestro entorno, líderes como los mencionados enarbolan la bandera del sentido común e interpretan el hartazgo de sus pueblos, tanto desde la derecha como desde la izquierda. Si el resultado es opuesto a la democracia, crean castas políticas de poder que se alimentan del pueblo para perpetuarse.

Por lo tanto, lo que en un principio sostenía la democracia era un gobierno fruto del deseo mayoritario de un pueblo que buscaba progreso en libertad. Reconociendo las diferencias, elegía representantes para todos. Sin embargo, en el camino, la democracia fue secuestrada y prostituida, y es necesario revertir este proceso, como parece ser la reacción argentina y como lo fue en Perú en 1990. La democracia también implica protección. Si el camino es el progreso, las corrientes políticas deben alternar y matizarse, pero deben alejarse de las líneas totalitarias que el socialismo presenta como una mayor igualdad, la cual solo puede lograrse creciendo hacia arriba y no redistribuyendo, lo que solo lleva al estancamiento y, eventualmente, al precipicio.

Por lo tanto, pensar en la democracia como un don gratuito es una falacia. Este estado de elección libre y representación genuina no es gratuito. Debe merecerse, conlleva riesgos al recibirlo y después al consolidarse y defenderse. Milei y quienes fueron mencionados al inicio rompen los tabúes de lo "políticamente correcto" simplemente por hacer lo correcto, al igual que en una sucesión que será recompensada si logran sus objetivos. Entonces, en una democracia plena y protegida, esa recompensa será verdaderamente merecida.

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