Que la doctrina de Abimael Guzmán se siga filtrando como credo o receta justiciera en agrupaciones apátridas, tanto a escala local como internacional, es culpa de todos. De la enseñanza ambivalente en las escuelas y las universidades, de las instituciones que equiparan al terrorismo con la respuesta del Estado —unos abstemios totales en la Ley de Newton—, de los gobiernos permisivos con los monólogos incendiarios en las plazas y con su indiferencia respecto a los movimientos que se levantan en las provincias, de los electores y su apolítica, de las redes sociales y su licencia para que usuarios NN elogien a figuras subversivas, y más. Y ni qué decir del espectro político, donde pesan más los fundamentalismos antes que la exposición adecuada del personaje que quiso romper la democracia apelando a la violencia.
Nada es estático, diría Heráclito. Y hoy en día es mucho más tangible esa realidad que anunciaban prematuramente Sigmund Freud y Marshall Mcluhan: el humano llegará a ser un animal totalmente “prótetico” o uno acostumbrado a ese totalitarismo de las “extensiones”, respectivamente. Hay muchos escenarios, pero me ceñiré a esa carrera sin límites de los que son proclives a mimetizar con personajes antisistema. Se convierten en apéndices para proclamar su derecho a la sobreexistencia, buscan una autoreivindicación —no importa si malusan el humor al mismo estilo de AMLO— para plantarse como personajes hazañosos. No hay fondo más profundo que la villanización voluntaria con falsos aires heroicos.
Un botón es cómo a pesar de todas las pruebas sobre la maquinaria senderista, aún hay personas o grupos de personas que los apañan. Ahí vemos al Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef), que cada vez que tenía la oportunidad se iba hasta la Base Naval del Callao para exigir la liberación del terrorista. Luego, cuando murió exigieron que el cuerpo fuera entregado a la esposa Elena Iparraguirre para una justa sepultura. Un pedido surreal y desafiante tomando en cuenta el historial sanguinario de este personaje que venía cumpliendo dos cadenas perpetuas.
La jornada de protestas pos golpe de Estado de Pedro Castillo también trajo a colación la exposición de los otros grupos que siguen profesando este ideario. En un atestado de 18 folios, la fiscal Ketty Garibai evidenció que los capturados como Rocío Leandro Melgar (la camarada Cusi) no eran solo del Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho (Fredepa), sino que este mismo grupo es parte de la Nueva Fracción Roja, cuadrilla a la que Guzmán —tras ser capturado en 1992— le había delegado la siguiente etapa de su proceso revolucionario. En este informe también se hizo hincapié en los movimientos prosenderistas, aunque con algunos arreglos en la doctrina, que van movilizándose afuera del país: ahí tenemos a Estados Unidos. Y ni qué decir del Militarizado Partido Comunista del Perú (MPCP) que opera en el Vraem.
Y el culto no es necesariamente de forma directa como lo hacen los mencionados o como lo vemos en publicaciones de Twitter o Tik Tok, donde no tienen ningún reparo en mostrarle pleitesía al genocida. Incluso una Inteligencia Artificial (Pi) cuando le consulté si considera como un terrorista a Abimael Guzmán me respondió que “la lucha armada era una opción para cambiar la situación”. ¿Quién lo codificó? Se me vienen muchos nombres.
También está la forma tácita. Ahí por ejemplo tenemos a los profesores que consideran que Abimael fue alguien que quiso salvar al Perú llevando la guerra del campo a la ciudad o a los que creen que los terroristas deben ser defendidos por organizaciones internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. No me sorprendería que en esta época se hubiera pedido un nuevo proceso judicial. Y que lo admitan.
Muchos dijeron en su momento que la captura de Guzmán fue la estocada. Otros que fue el desmantelamiento total de la célula subversiva. Y ahora último sí, definitivamente sí, la muerte del genocida, que le puso fecha de expiración al senderismo. Lamentablemente no es así. Los estragos ideológicos siguen haciendo metástasis y se los está dejando pasar progresivamente. Hay un radicalismo que podría calar en las próximas elecciones. ¿Qué se está haciendo para neutralizar esta secuencia? Ya estamos en jaque por las organizaciones criminales, también por una exasperante pasividad. ¿Será lo mismo con el terrorismo? Una simbiosis entre ambos y perdemos al Perú en un chasquido.