OpiniónViernes, 15 de septiembre de 2023
Una reflexión sobre la esclavitud, por Juan Carlos Lynch
Juan Carlos Lynch
Comunicador y redactor

Sobre la esclavitud. La esclavitud es in-humana, pues representa la negación de quienes se ven sometidos a tal condición. El hombre es capaz de deshumanizar, es decir, propugnar la degradación personal del individuo. Pero esta es una paradoja, pues las acciones inhumanas no son ajenas al ser, son inseparables de la persona. Su inmanencia explica su propiedad. Continúa la paradoja: cometer actos inhumanos, es de carácter humano. También somos el mal que hacemos.

La potencialidad humana de hacer mal no tiene precedentes y nuestra historia de las civilizaciones está embadurnada de sangre, racismo, esclavitud, xenofobia, dolor, lágrimas, sufrimiento. “Toda forma de esclavitud supone la total reducción de seres humanos a medios, meros medios, para ser utilizados sin miramiento alguno: es cosificación, es mercantilización”, comenta José Antonio Pérez, catedrático de la Universidad de Granada. Se nubla el concepto de dignidad, un imperativo que señalaba Kant, que implica tratar a cada cual como “fin en sí”.

“Siendo un fin en sí mismo, cada ser humano es único y no puede ser sustituido por nada ni por nadie porque carece de equivalente. No posee un valor relativo, un precio, sino un valor intrínseco llamado dignidad”, Kant.

La Declaración Universal de Derechos Humanos, en 1948, nos dice que cada individuo independientemente de su condición social, cultural y económica, tiene derechos inalienables y dignidad, por tanto, en todo momento y lugar deben ser garantizados. La dignidad humana es la causa de que se reconozcan los derechos en sí, es su justificación misma. Por el contrario, al no hacer esa ponderación sobre el valor de la persona, sustrae todos sus derechos y la somete a la tiranía de otros.

Se abusa de la persona, de su dignidad, cuando se ignora que la tiene. Se olvida que es en el propio ser en el que se encuentra enraizada la dignidad humana, por tanto, la persona vale por lo que es; ella misma debe cuidar su dignidad. Toda la humanidad es portadora de dicha cualidad, pues en esta se encierra la creación más privilegiada sobre toda la naturaleza, al ser propietaria de una dimensión racional y moral, que la facultan para tomar decisiones en cuanto a su voluntad.

Esclavitud en el Siglo XXI

Desde la antigüedad hasta hoy, la lucha contra la esclavitud ha sido larga, y no ha terminado.

La trata de personas, que significa una explotación de carácter sexual o para el modo de explotación que sea, el trabajo infantil, el trabajo en condiciones infrahumanas, es una vida a total expensas de la voluntad de otros. Sin libertad alguna y en la más rotunda de las desigualdades.

Existen 218 millones de niños de entre 5 y 17 años que se encuentran ocupados en la producción económica según la Organización Internacional del Trabajo. De ellos, casi la mitad (152 millones) son víctimas del trabajo infantil y 73 millones se encuentran en situación de trabajo infantil peligroso.

En la India y Afganistán, niños y niñas trabajan en la industria del ladrillo cargando con pesadas cantidades de éstos, mientras los hombres alimentan el fuego.

Los dueños de los hornos reclutan a los niños entre las familias humildes, a las que prestan dinero para la asistencia médica o la celebración de un funeral y los intereses desorbitados de los préstamos perpetúan la deuda, que pasa de padres a hijos.

También hay esclavitud infantil en Brasil, donde los esclavos hacen el carbón usado en la fabricación de acero para automóviles y otras piezas de maquinaria, o en Myanmar (Birmania), donde le dedican a la cosecha de caña de azúcar y otros productos agrícolas.

En China, los niños esclavos preparan explosivos y fuegos de artificio utilizados en la pirotecnia, mientras que Sierra Leona, se surte de esclavos para extraer diamantes de las minas.

En la República Democrática del Congo, miles de niños son esclavizados y explotados en la extracción de la casiterita y coltán, elementos usados e indispensables para los PC, mp3, teléfonos móviles y un sin fin de instrumentos que cotidianamente usamos los que habitamos en el llamado "primer mundo".

En Benin y Egipto se calcula que un millón de niños son forzados a trabajar en el sector algodonero porque son más baratos y obedientes que los adultos y tienen la estatura idónea para inspeccionar las plantas de algodón.

En definitiva, continúa dándose la negación de la humanidad de niños, niñas, hombres y mujeres a los que se roba su dignidad a la vez que se les destruye su vida.

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