OpiniónDomingo, 17 de septiembre de 2023
La Derecha Revolucionaria, por Fernán Altuve
Fernán Altuve
Abogado y analista político

El historiador israelí Zeev Sternhell, autor de un celebre libro La Droite Revolutionarie, entre otros de importancia, es uno de los más famosos especialistas en lo referente al fenómeno político que conocemos con el nombre genérico de “fascismo”. Este destacado profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalem, ha concluido acertadamente, después de haber rastreado exhaustivamente las fuentes del pensamiento fascista, que este encuentra sus orígenes ideológicos en el pensamiento de izquierda y no en las corrientes clásicas de la derecha.

La palabra Fascio, significa literalmente haz y hace referencia a muchos elementos débiles unidos. Fue a partir de esta idea que hacia fines del siglo XIX muchos trabajadores del sur de Italia denominaron a sus agrupaciones gremiales con este nombre el cual se generalizó después de la rebelión campesina de los fasci siciliani que fue debelada en 1894.

La primigenia izquierda italiana, a diferencia de las otras de Europa, tuvo dos retos particulares que la alejaron del libreto seguido por los movimientos marxistas del continente. Estos retos fueron, primero que el socialismo en Italia, para controlar a los sindicatos, tuvo que competir con un poderoso movimiento anarquista, motivo por el cual recurrió a las tesis de un sindicalismo revolucionario según lo propuso Georges Sorel (1847-1922), autor de Reflexiones sobre la violencia (1908), ideas que resultaron en una síntesis más atractiva que las teorías partidistas de Lenin.

El segundo reto fue el debate sobre el problema nacional y el internacionalismo, que en Europa se verifico después de la I Guerra Mundial, pero que en Italia se había presentado antes, específicamente entre 1912 y 1913, a raíz de la guerra Italo-Turca. Fue así que los socialistas italianos se dividieron tempranamente entre una minoría internacionalista y una mayoría nacionalista entre los que se encontraba el director del diario del partido socialista Avanti, este era Benito Mussolini (1889-1945).

Por estas razones no fue extraño que el Fascio Revolucionario de Acción Internacionalista, fundado en 1914 para promover un sindicalismo universal, terminase reconociendo, en octubre de ese año, que:

“...No es posible ir más allá de los límites de las revoluciones nacionales sin pasar primero por la etapa de la revolución misma...Allí donde cada pueblo no vive en el cuadro de sus propias fronteras...allí donde la cuestión nacional no ha sido resuelta, el clima histórico necesario para el desarrollo normal del movimiento de clase no puede existir”

Con la entrada de Italia a la Gran Guerra (1915) la presencia de una izquierda nacionalista se fue fortaleciendo hasta que al final de la contienda el “sindicalismo revolucionario” originario podía ser considerado en propiedad como un “nacionalsindicalismo”, nombre que por lo demás fue reivindicado por la Falange Española de José Antonio Primo de Rivera (1903-1936) junto con los colores de sus banderas, negro y rojo, que eran iguales a los de las agrupaciones anarcosindicalistas.

Después de la Guerra Mundial se consolidaron el movimiento artístico “Futurista” de Tommaso Marinetti (1876-1944), la literatura modernista de Gabriele D´Annunzio (1863-1938) y el sindicalismo radical Arturo Labriola (1873-1959), quien como ministro de trabajo (1920) en un el gabinete liberal de Giolitti (1842-1928) propuso por primera vez la representación política sindical o corporativa. La suma de todas estas corrientes impactaron de manera decisiva en los jóvenes soldados desmovilizados que se reunieron en los Fasci de combatimento (1919) para actuar políticamente como lo hicieron en la Marcha sobre Roma en 1922.

Fue entonces cuando los viejos maestros del nacionalismo, aquellos que durante el periodo de 1890 y 1914 habían hecho de este ideario una “teoría de gabinete”, observaron cómo sus discípulos se habían transformado por el populismo de las trincheras. Estos pupilos se alejaban de la anterior visión aristocrática de “la derecha como obra de arte” y acogían el discurso revolucionario de la pequeña burguesía que así lograba la deformación izquierdizante en las tesis del nacionalismo decimonónico.

Está derecha jacobina, en realidad una falsa derecha como algunos la han llamado, tuvo un carácter revolucionario porque aceptaba una política radical de las masas así como los más violentos métodos de sus milicias partidarias que buscaban jaquear a los ejércitos tradicionales que eran vistos como un peligro para las pretensiones ideológicas de un partido extremista que se consideraba la vanguardia de una raza, nación o grupo de la misma manera que había ocurrido con la guardia nacional burguesa durante dentro la Revolución Francesa. De lo dicho se puede entender por qué el politólogo ruso Alejandro Kojeve afirmaba que el lema hitleriano Ein Reich, Ein Volk, Ein Fuhrer no es más que una traducción del principio revolucionario francés de la “Nación es una e indivisible”.

Para entender más exactamente la raíz revolucionaria e izquierdizante del fascismo hemos de mencionar a tres de sus más destacados ideólogos, Julius Evola (1898-1974) y Alfred Roosemberg (1893-1946), quienes se caracterizaron por tratar de hacer compatible a la tradición con sus interpretaciones ideológicas. Pero para este fin tenían que desvirtuar la tradición judeocristiana de occidente e inventar una pseudo tradición étnica que justificase los presupuestos teóricos de cada ideología como buscaba la arqueología nazi

En ese sentido, el ideólogo fascista Julius Evola hablaba de una misteriosa “tradición hermética” (1931) que, en realidad no es más que simple ocultismo, razón por la cual sostenía que el régimen de Mussolini solo se podía perfeccionarse mediante un “imperialismo pagano” (1928), teoría que desato en aquel entonces una dura polémica entre el Vaticano y el gobierno fascista que hasta hoy en día muchos han querido desconocer. Si bien Evola se distinguió hablando de una raza espiritual, a diferencia del racismo darviniano anglo-germano, es indudable que su visión de la raza es esotérica y resulta en un “mito incapacitante” según lo critico un verdadero tradicionalista como el español Elias de Tejada (1977).

Pero la más grave mitificación de la raza correspondió a Alfred Roosemberg quien, en 1930, escribió su tristemente célebre libro El mito del siglo XX donde exponía la teoría de la supremacía aria-nórdica y proclamaba un paganismo germánico que se inspiraba en el Conde Gobineau (1816-1882), en Lord Chamberlain (1855-1927) y en el norteamericano Madison Grant (1865-1937). Estos postulados expuestos en el discurso La lucha por la concepción del mundo de 1934 consagraron a Roosemberg como el ideólogo máximo del racismo nazi y su culto nórdico, tesis que fueron duramente condenadas por el Vaticano en la Encíclica Mitt Brinender Sorge de 1937.

Aquí cabe mencionar el caso del ideólogo falangista Ernesto Giménez Caballero, cineasta y escritor iconoclasta, autor de Genio de España (1931) y conocido como el “D´Annunzio español”, puesto que fue distinto al de los dos anteriores en el plano del racismo debido a que era un gran admirador de la herencia cultural sefardita y, en 1934 hizo una gira por los Balcanes para incorporar a estas comunidades en la Falange Española de la que había sido uno de sus fundadores en 1933. Ahora bien, en el plano político su adhesión a una postura de izquierda es muy clara cuando afirma que: “…el Fascismo, consecuencia de la Revolución rusa, es el triunfo de lo social: nacionalizado, universalizado, racionalizado”.

Como hemos podido apreciar en estos tres exponentes del fascismo el origen de sus ideas se encuentra el en la revolución izquierdista y no en la contrarrevolución derechista. La izquierda siempre ha querido negar esta realidad, incluso ha intentado distraer la interpretación del fenómeno fascista, incluso llegando a sostener que es un rezago del bonapartismo del siglo XIX, pero en el fondo lo que hacen estas teorías tendenciosas es evidenciar que ciertamente los orígenes intelectuales del fascismo están en la izquierda y no en la derecha.

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