El futuro del gobierno de Dina Boluarte sigue perdiendo estímulos. En menos de dos semanas, ha protagonizado una secuencia que solo dilata la intriga y consolida los mínimos aires de representatividad: realizó un viaje con más pena que gloria a Estados Unidos para la 78 Asamblea General de Naciones Unidas; tiene a su inamovible premier Alberto Otárola atenazado por presuntas maniobras irregulares; una última encuesta perfiló nuevamente su casi nula sintonía con la ciudadanía; se ha cuestionado su estado de emergencia por plantearse sin táctica ni estrategia, y más. Con el país al borde de una recesión, con la amenaza de una Toma de Lima para el próximo 12 de octubre, con una palestra capitalizada por la indigencia política, todas las clarividencias apuntan a que en cualquier momento se viene un golpe de dados.
Como si el sentido común empezara a ser anticuado, vemos a una mandataria que todavía no ha entendido la frescura de su pasado inmediato, que actúa como si hubiera caído convenientemente en el borrón y cuenta nueva. Me refiero a que fue parte del molde perulibrista, lo que por supuesto ha dejado en su contra una antipatía indeleble. Y en todos los frentes.
En medio de esta aventura ininteligible que viene teniendo en el poder es extremadamente vergonzoso que haya dejado una semblanza deplorable del país en Estados Unidos. Amagó furibunda a una reportera que le consultó por el estado de emergencia que se había activado en nuestros territorios por el avance de la delincuencia. ¿Marca castillista? Luego, amnésica voluntaria, deslizó que no podía representarnos fuera de nuestros márgenes. ¿Entonces para qué pidió licencia para gobernar vía remota? Seguido a esto, su ministro Mathews trató de edulcorar esa reacción diciendo que no podemos ventilar “los trapitos sucios” en el exterior. Y ni qué decir de algunos de los memorables comentarios de la mandataria (“hemos devuelto estabilidad y esperanza al país”) o las reuniones ficticias que trató de vendernos en las redes sociales (como con Joe Biden, lo que fue desmentido por el mismo gobierno norteamericano).
A dos meses de cumplir un año en el sillón de Pizarro resulta surreal no solo que no se adelante a las consecuencias de sus malos pasos, sino que no atisbe cómo le juega esto a favor de sus anticuerpos, entre ellos el sector progresista, ese que en su momento le subió los decibeles a sus aplausos cuando PPK invitó a los extranjeros a entrar en masa y sin ningún problema al Perú. Esa vocación populista, marcada por el correctismo político, nos estalló en la cara. Y ahora: mutismo total.
Por otra parte, volviendo a Boluarte, una última encuesta de IEP acaba de exponer que el 80% no confía en su gestión. Y no es para menos. Alguna vez se disculpó porque “a veces” comete errores a la hora de “buscar personas calificadas” para su equipo. En líneas generales, por sus decisiones, por sus improvisaciones orales y hasta en el plano gestual. ¿Cómo va a dibujar una sonrisa de oreja a oreja cuando dice que hará retroceder a la delincuencia? No es una señal de alguien que está pisando fuerte.
A esto se suma la larguísima permanencia del premier Alberto Otárola. Hay una dependencia total del que acaba de ser acusado de tener una red de amigos a los que ha favorecido con millonarias órdenes de servicio. Y no desde ahora, sino desde que asumió la cartera de Defensa. Por mucho menos se ha cambiado a otros ministros. No se puede naturalizar este juego de roles.
Si es que Boluarte y su comparsa quieren que su historia no sea la historia de un mal recuerdo deben dejar esta apología al tedio y las medias tintas. No solo se trata de apuntar a sus enemigos como si en su interna todo estuviera bien. Hasta ahora el mensaje a la nación del pasado 28 de julio sigue pesando más por su duración —más de tres horas— que por sus resultados. Deben empezar por abordar efectivamente este último dilema capital, tan transversal como una manifestación violenta: la criminalidad. Si no hay reglas claras, algún día dejaremos de ser la antesala y aterrizaremos sin paracaídas a la materialización de lo inconcebible.