OpiniónViernes, 29 de septiembre de 2023
El idioma, la bandera y la enseñanza, por Rodrigo Saldarriaga

Leía una reflexión de José Javier Esparza en la Gaceta de la Iberosfera sobre lo dicho por el controvertido nacionalista catalán Jordi Pujol en cuanto a la soñada "independencia" de Cataluña del resto de España: "La independencia es cuestión de futuro (…) Por eso, lo de la actual generación tenemos que preparar el camino con tres asuntos básicos: el idioma, la bandera y la enseñanza”.

No se puede continuar la lectura de tales palabras, de semejante vaticinio, a pesar de que se refiera a una región al otro lado del Atlántico, sin pensar en nuestros incipientes pero feroces separatistas que pululan en el sur peruano y más allá de Desaguadero, salivando solo al pensar en cómo luciría la wiphala en una asta en lugar de la bicolor por la que tantos peruanos han dado su vida.

La reingeniería social para dividir al Perú no es una quimera, sino una realidad, ejecutándose no en la clandestinidad, sino con la venia de seudointelectuales alienados y un gobierno que, aunque los sectores más radicales de la izquierda tilden de “derecha”, no es más que la continuación de esa metástasis que fue ungida en 2021 por el voto popular para asumir la dirección de este país a la deriva y amenazado por la subversión, el crimen organizado -nacional y trasnacional- y la estupidez de los burócratas.

Hasta el momento, la bandera rojiblanca sigue uniéndonos, al igual que el idioma español –como lengua franca- y una fe que, con sus matices, sigue siendo mayoritariamente cristiana. En un país tan heterogéneo como el nuestro, donde conviven varias culturas y etnias, buscar un elemento de cohesión no es un capricho ni una imposición; al contrario, es una búsqueda urgente para lograr la unidad en la diversidad que nos ha tocado vivir y mantener por el bien común.

No es novedad que en España haya dementes que odien a su bandera, su himno y sus símbolos patrios. La guerra civil de 1936-1939 polarizó para siempre a un país que ya se encontraba dividido por la revolución y la contrarrevolución. Es casi improbable que, a corto plazo, en el Perú se dé un fenómeno de odio similar; sin embargo, así como las modas abortistas y lgbtistas pasaron de Madrid o Barcelona a Buenos Aires o Lima a través de estudiantes de posgrado y profesores, tales cuentos separatistas y divisionistas pueden encontrar terreno fértil en estas tierras ansiosas por novedades.

La irrupción de la wiphala en nuestro escenario político, cuando parecía estar limitada a Bolivia -aunque en Ecuador también se han visto esos trapos entre los revoltosos- debe preocupar a cualquier peruano patriota que honra y defiende a su país, con todos sus defectos, tanto como a su familia y su hogar.

La wiphala es una bandera identitaria que está siendo instrumentalizada por radicales que capitalizan el odio y el descontento hacia la república y el modelo económico para incentivar la división entre peruanos. Y ha conseguido migrar con éxito del altiplano a nuestro territorio gracias a la victoria electoral perulibrista y sus aliados caviares que ven estas expresiones como folclóricas y reivindicatorias (¿de qué?), sin advertir el peligro real que representa esa agenda para nuestra unidad.

Es cierto que será muy difícil para aquellos que pretenden reducir la peruanidad a solo el componente indígena cambiar con rapidez la narrativa vigente e imponernos su visión distorsionada, pero no dudarán en continuar agudizando las contradicciones y, mientras tanto, contrabandear sus símbolos y eslóganes. Total, muchos de ellos, y sus admiradores, ya están en la enseñanza.

Rescatar la educación, secuestrada por sindicalistas ideologizados y apátridas, es clave si queremos construir un Perú sin complejos de inferioridad, que insiste en ser adolescente y no madurar jamás, huérfano desde 1821.

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