El nuevo proyecto de ley de Adriana Tudela sobre la reducción del subsidio al cine y el incremento de incentivos tributarios para las empresas que incursionen en la producción de cintas ha generado más de una opinión contraria. El sector izquierdista no ha dudado un instante en criticar y hasta ofender a la autora llamándola “racista”, “facha” o “pituca”. Sin embargo, cabe resaltar que no entienden que la llamada “Ley Tudela” no implica quitarles subsidios a los productores de cine, ni tampoco negarles a las poblaciones quechuahablantes la posibilidad de incursionar en esta linda industria. Colegas columnistas de este medio periodístico han explicado de forma magistral los puntos relevantes del proyecto de ley de la congresista de Avanza País, como también han desmontado las falacias o maniqueos del progresismo de Sifuentes o Curwen.
Estos socialistas de Starbucks, inhabilitados para poder captar cualquier idea que no venga de su pretencioso círculo, consideran que el arte y el mercado son como el agua y aceite. Sin embargo, para tragedia de ellos, en esta columna explicaré la enorme falsedad de esa creencia. Además de enaltecer lo que, para mí, ha sido la dinámica social más embellecedora y provechosa que el ser humano ha conocido hasta el momento, que logra poner a la autorrealización individual y a la cooperación social en una misma palabra: el mercado.
No importa si disfrutas más del fútbol o la música, del arte o la ciencia; siempre sus primeras apariciones en la historia se han dado porque alguien, o algunos, trataron de ver algo más que lo inmediato. Personas que no se limitaron a copiar, sino a crear. En algún momento tomaron la decisión de ir por el mundo, de trasladar esa ambición innata del ser humano por sobrevivir a deslumbrarse, gozar o divertirse por esa "creación destructiva" que Schumpeter denominó innovación.
Adam Smith decía: "No es por la benevolencia del carnicero o panadero que obtendremos nuestra cena, sino por la preocupación de sus propios intereses". El ser humano busca la felicidad y, para ello, necesita actuar. La inacción no descubre, tampoco compara ni comprueba lo que le es conveniente. La inacción es afirmar que la vida no tiene valor; por ende, no vale la pena ni siquiera obrar en esta. Vivir siempre dependerá de acciones, ya sea para la conservación u obtención de valor.
La autorrealización, ese sentimiento de que mi vida está encaminada hacia lo que quiero, que poseo esos valores materiales o inmateriales que le dan forma a mi persona, únicamente puede darse con la posibilidad de que nadie se interponga en mi camino ni me niegue coercitivamente mi búsqueda de felicidad. La autorrealización es, entonces, saber que los pasos que doy tienen sentido, pero inevitablemente, se dan porque los elijo, pues tengo la libertad para hacerlos.
Hasta este punto del texto podemos interpretar que la vida es una jungla donde cada quien busca su propio destino porque así lo deseamos. No obstante, esa conservación u obtención de valor, imprescindible para nuestros proyectos de vida, depende de dos mecanismos. En primer lugar, la fuerza bruta y, por otro, el intercambio. El mercado (o capitalismo para algunos) consta del segundo, nunca del primero. Es la comprensión de que es más fructífero intercambiar que simplemente robar o amedrentar contra el prójimo. Pues, como diría Bastiat: "Donde entra el comercio tampoco entran las balas".
Siguiendo un poco más de cerca las propuestas del economista austriaco Ludwig Von Mises, podemos afirmar que el ser humano busca fines (ese proyecto de autorrealización individual basado en la búsqueda de la felicidad) mediante ciertos medios. El fin es meter un gol y el medio es darle pases al delantero, por poner una analogía simple. De manera empírica, podemos darnos cuenta de que los medios serán subjetivos, dado que los fines siempre lo son. No todos pretendemos alcanzar lo mismo. He ahí donde se produce esa cooperación social, desordenada y muchas veces incomprendida, que es el mercado.
Asimismo, de alguna u otra forma, vemos en la otra persona un medio para que nos dé algo que valoramos para nuestro determinado fin, y es en el intercambio de mi valor (el que puedo dar en ese momento) por lo que me puede dar el prójimo, que ambos, después de estrecharnos las manos en mutuo acuerdo, podremos continuar (incluso sin tener que volver a saludarnos) en la búsqueda de nuestros propios fines.
El arte como un objetivo de autorrealización personal es posible solo en un sistema de libertad individual que permita la creación, así como la exploración de todo lo que nos rodea. En cambio, los sistemas que utilizan la fuerza para obtener valor de otros socavan la creatividad, la innovación y la reflexión personal, ya que desde el principio asumen que no todos los deseos humanos valen la pena perseguir e imposibilitan la dinámica del aprendizaje conjunto.
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