El término “derecha” sirvió en un inicio para designar a los diputados liberales, moderados o girondinos, que ocuparon esta ubicación de la cámara donde se reunían en sesión las asambleas de la Revolución Francesa y que se oponían a los radicales, o cordeliers, de la “izquierda” así como a los extremistas, jacobinos, localizados en la parte alta de la sala, y que eran conocidos como “la montaña”. Fue recién a partir de la Revolución de 1848 cuando quedo definida la expresión “derecha” para englobar a todas las fuerzas defensoras de un orden establecido contra las acechanzas del modernismo, el progresismo y el socialismo.
Por eso hoy en día muchos recurren al término “derecha” para generalizar una idea o un comportamiento que, según creen, pretende mantener un status quo, sin tener en cuenta que entre las corrientes que confunden dentro de un solo calificativo existen distintos pensamientos que, si bien privilegian el “principio de orden”, ponen énfasis en la precedencia de un orden religioso, uno social o uno político. Aquí podemos distinguir tres grandes corrientes.
En primer lugar, podemos observar a la más antigua: el “tradicionalismo”, que se sostiene en el principio “Trono y Altar” y evoca el paradigma agrario del Antiguo Régimen con su protección paternalista de la Fe y la comunidad. También se le conoce como ideario contrarrevolucionario o propiamente “reaccionario”. En Francia está representado por los “Legitimistas” que defienden a la Casa de Borbón, en España por los Carlistas, en Inglaterra son llamados “Jacobistas”, en Italia eran los ultramontanos de Pío IX y Pío X, y en Alemania fueron los partidarios del príncipe de Metternich. Sus escritores más conspicuos son el vizconde De Maistre (1763-1852), De Bonald (1754-1840), Menéndez Pelayo (1856-1912), Juan Vázquez de Mella (1861-1928) y Juan Donoso Cortés (1809-1853) que acogió estas ideas hacia el final de su vida. En el Perú destacan José Ignacio Moreno (1767-1841), Bartolomé Herrera (1808-1864) y José de la Riva Agüero (1885-1944).
Seguidamente está el “conservadorismo” propiamente dicho, que está inspirado por el irlandés Edmund Burke (1729-1797), miembro del partido Whig y adversario de los Tories ultramonárquicos. Este ideario acepta algunas ideas de la Revolución Francesa pero no sus métodos, y postula que las reformas deben hacerse moderadamente conservando lo bueno que haya en el pasado sobre todo en el orden social y en el avance mercantil. En Francia surgieron como partidarios de la Casa de Orleáns dirigidos por Guizot y los eclécticos. Décadas después esta fórmula fue reivindicada por Hyppolite Taine y actualmente por el Gaullismo. En España sobresalen los moderados de Jaime Balmes (1810-1848) y Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897), mientras que en nuestros días resalta Manuel Fraga Iribarne y el recientemente fallecido Gonzalo Fernández de la Mora (1924-2002). En Alemania este pensamiento guio a los seguidores de Bismarck y su prusianismo. En Italia se presentó tardíamente en torno a la Doctrina Social de la Iglesia de León XIII y Pío XI. En el Perú sus figuras representativas fueron José María Pando (1787-1840), Felipe Pardo y Aliaga (1806-1868) y Francisco García Calderón Rey (1883-1953).
En tercer lugar, está el nacionalismo que es un producto típico de la Revolución Francesa y que en principio es antagónica con las corrientes anteriores. Es una especie de “derecha jacobina” como la que inspiró en Francia a Maurice Barres (1862-1923) o Charles Maurras (1868-1952) y su L´Accion Francaise. Esta corriente lentamente difunde el abandono del monarquismo universal por un “cesarismo nacional” al estilo del General Boulanger y cambiar una fe trascendente por una ideología racionalista donde el Estado tiene un papel determinante. Otra expresión de este ideario es el regeneracionismo español de Joaquín Costa (1846-1911) y Ángel Ganivet (1865-1898) que influenció la “peruanidad” de Víctor Andrés Belaunde (1883-1966); en tanto, Italia vio expresiones culturales similares con el “Futurismo” de Tommaso Marinetti (1876-1944) y Gabrielle D´ Annunzio (1863-1938).
Después de la primera guerra mundial, una nueva generación de discípulos de los pensadores anteriores criticó a sus maestros y abandono su visión elitista de la “derecha como obra de arte” y propugnó una nueva política de masas para lo cual acogieron lenguaje y métodos totalitarios que imitaron de los bolcheviques de 1917. Los nuevos líderes de este “nacionalismo revolucionario” asumieron una estrecha visión laica del mundo, se contaminaron de izquierdismo intelectual y no supieron superar su vulgar antisemitismo de evidente extracción pequeñoburguesa. Este fenómeno mesocrático es a lo que se llamó “Fascismo” en Italia, “Nacionalsocialismo” en Alemania y “Nacionalsindicalismo” en España siendo una indudablemente deformación del nacionalismo romántico del siglo XIX y una antítesis del tradicionalismo y el conservadorismo.
*Publicado en La Razón. Lima, 1 de Julio de 2003.
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