OpiniónJueves, 12 de octubre de 2023
¿Representación indecente?, por Eduardo Vega Marisca

Han pasado casi dos semanas desde que se llevó a cabo la fiesta, tras la cual perdió la vida Christian Enrique Tirado. Lo único que tenemos, además de la identificación del autor (que sigue prófugo), es que la colección de mentiras propaladas por la congresista Roselli Amuruz nos muestra la clase de persona que ella misma es, y hasta dónde pueden llegar sus "amistades peligrosas". Sin contar cómo otros actores de la escena política aprovechan el escándalo para salir de las primeras planas.

Con esto en mente, y considerando los desparpajos con los que actúan Alejandro Soto para evadir la justicia, las demoras en la captura de Vladimir Cerrón (mientras tuitea y presume cómo evade la captura de la PNP), la "dignidad" con la que Digna Calle dice que "despacha" desde EE. UU. y, al mismo tiempo, se queja de ser injustamente acusada por abandono del cargo, la falta de escrúpulos con la que Daniel Abugattás "justifica" a un grupo terrorista que asesina niños o viola mujeres como Hamás, o el absurdo de nuestros ministros al declarar en emergencia algunos distritos seleccionados de Lima en lugar de hacerlo para toda la ciudad, me pregunto nuevamente si nuestros políticos han interiorizado los conceptos formales de moral, ética o decencia.

Si entendemos la moral como "la doctrina del obrar humano que pretende regular el comportamiento individual y colectivo en relación con el bien y el mal y los deberes que implica", y la ética como "el conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida, ya sea profesional, cívica o deportiva", podríamos llegar a la increíble conclusión de que nuestros representantes no tienen ni tendrán reparos en actuar como lo han venido haciendo. Los mínimos estándares de decencia en los que viven o fueron formados los han acostumbrado a vivir en el límite de la ambigüedad y el relativismo de lo que ellos consideran correcto.

Así las cosas, en el colmo de la insensatez y la vergüenza, la vida y el trabajo de nuestros políticos parecen haber degradado su comportamiento hasta llevarlos al límite en el que sus actos pueden convertirse en delitos. De lo contrario, no se podría explicar la innecesaria colección de mentiras propaladas por Amuruz para dar explicaciones sobre lo ocurrido en las fiestas con sus amigos. No se entiende por qué una vicepresidenta del congreso preferiría mancillar su honor y someterse al escrutinio de sus acciones (que son además completamente opuestas a sus discursos) ante una comisión de ética o, peor aún, ante todo el parlamento. ¿Acaso no se dan cuenta de que con estas actitudes únicamente desprestigian al congreso como institución y, en última instancia, al país?

Pero no nos quedemos allí, hay que aceptar que del lado de los votantes y opinólogos; también sobran descerebrados y cobardes, como aquellos que ante la muerte de los políticos, se dedican a realizar mofas y obituarios apócrifos, para difundirlos en redes sociales; sin pensar en el respeto que mínimamente merecen los familiares y amigos de aquel cuya honra innecesariamente destruyen, pero que seguramente saldrán a defender o pedir respeto por la memoria de aquellos que indebidamente idolatran.

El mundo parece estar al revés. Hay muchas autoridades y supuestos líderes de opinión actuando con la madurez de niños de siete años, repitiendo una y otra vez informaciones imprecisas o argumentos que contravienen la lógica y el sentido común. Incluso imponen ideologías con fundamentos claramente forzados y ridículos, como el supuesto "lenguaje inclusivo", que no generan ningún beneficio para aquellos a quienes supuestamente protegen.

Para colmo, el jefe del partido de gobierno tiene una sentencia condenatoria por corrupción, y en lugar de mostrar algún grado de preocupación o mesura, anda libre por las calles y no deja de presumir al respecto. A estas alturas, ya nada más falta que Vladimir Cerrón tuitee "jojolete, lerolero; no me atrapa el patrullero".

Lamentablemente, en el Perú, parece que nada sucede a menos que alguien cometa una torpeza como el episodio de la "Presi-diario" Castillo o se genere un psicosocial como el que motivó la salida de Merino. No hay una agenda, líderes o partidos serios y, sobre todo, decentes que estén dispuestos a entrar en el juego político para cambiar las cosas. Parece que seguimos cayendo en el espiral del fracaso o en el conformismo del supuesto "piloto automático" que está a punto de colapsar. Los peruanos llevamos mucho tiempo viviendo al borde del abismo. Solo esperemos que no sigan surgiendo más radicales con ínfulas de dictadores o revolucionarios que tanto atraen a la "voluntad popular".

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