OpiniónJueves, 26 de octubre de 2023
No basta ser campeón del mundo, por José Antonio Torres Iriarte
José Antonio Torres Iriarte
Abogado y analista político

La economía argentina de hoy se ve afectada por las altas tasas de inflación, el aumento del desempleo y la pobreza, en un contexto de virtual insolvencia financiera. Argentina, que hasta mediados del siglo pasado mostraba índices de desarrollo y bienestar económico propios de países desarrollados, no ha sido capaz de construir las bases de una economía con fundamentos macroeconómicos sólidos que le permitan cumplir con sus acreedores internacionales y financiar el creciente gasto público.

El sistema político argentino a lo largo del siglo XX contó con la participación de la Unión Cívica Radical en un primer momento, y con la irrupción en la escena política de Juan Domingo Perón, un líder carismático que impulsó políticas de mayor gasto público y redistribución del ingreso a lo largo de un decenio, hasta el golpe de Estado que puso fin a su segundo mandato. En un escenario de posguerra, Argentina impulsó un proceso acelerado de industrialización influenciado por las propuestas de la CEPAL. Por otro lado, en el plano de los derechos laborales y sociales, se otorgaron mayores beneficios a la clase trabajadora organizada por el sindicalismo de orientación peronista. Las tradicionales clases medias argentinas no formaron parte del gran movimiento político de masas generado en torno a un militar y político de la capacidad y liderazgo de Perón.

El golpe militar de 1955, la proscripción del peronismo y el largo exilio de Juan Domingo Perón marcaron la escena política argentina hasta 1972. El breve gobierno de Cámpora y el tercer mandato de Perón demostraron el arraigo popular del peronismo, pero también pusieron de manifiesto cómo el partido Justicialista, en nuestra opinión, se había convertido en un movimiento sin una línea ideológica definida, siendo posible que en sus filas militaran extremistas de izquierda, como los Montoneros, que perpetraron acciones terroristas en los años setenta.

La muerte del General Perón en julio de 1974 agravó la crisis política. La sucesión presidencial se cumplió cuando asumió la presidencia la viuda de Juan Domingo Perón. El golpe de Estado de marzo de 1976 marcó el inicio de una dictadura militar que durante años transitó entre la represión, el mal manejo de la economía y que tuvo su epílogo trágico con la Guerra de las Malvinas en 1982. La derrota militar y la grave crisis financiera fueron el preludio del retorno a la democracia en 1983.

La elección del líder de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín, se dio en un contexto internacional de crisis influenciado por el elevado servicio de la deuda externa en toda América Latina y un retorno progresivo a la democracia en varios países de la región. El gobierno de Alfonsín concluyó de manera anticipada con altas tasas de inflación y una elevada deuda externa, dando paso a los sucesivos gobiernos de Carlos Menem, líder peronista que impulsó reformas económicas en consonancia con los grandes lineamientos del Consenso de Washington.

El Plan de Convertibilidad, expresado en la paridad cambiaria entre el peso y el dólar, tuvo su correlato en una mejora de los índices económicos, cierta estabilidad financiera, apertura de la economía, pero también un aumento de las demandas sociales. El retorno al poder en 1999 de la Unión Cívica Radical en alianza con otros sectores políticos demostró las limitaciones del modelo económico impulsado por Carlos Menem.

Fernando de la Rúa fue errático en la conducción económica del país, no logró el apoyo del peronismo en momentos decisivos, cuando a finales de 2001 se limitaron los retiros bancarios para contrarrestar la "corrida bancaria" y neutralizar la fuga de capitales, generándose una gran convulsión social. Argentina una vez más no fue capaz de solventar su deuda externa, controlar la inflación y estabilizar su economía. Los sucesivos gobiernos fueron el signo político de un estado de virtual ingobernabilidad del país. Si la "crisis de la deuda" afectó las economías latinoamericanas en la década de los ochenta, no hay que olvidar que la crisis del sudeste asiático en la segunda mitad de los noventa limitó el crecimiento y golpeó las economías más vulnerables de la región.

En un contexto de globalización e integración de mercados, la economía argentina como parte integrante del MERCOSUR estrechó sus lazos comerciales con Brasil, Uruguay y Paraguay. Argentina, desde su independencia, fue el destino de olas migratorias significativas procedentes, sobre todo, de España e Italia. Con políticas de gratuidad de la educación pública, salud y seguridad social, Argentina se convirtió en un referente, y la ciudad de Buenos Aires se cimentó como una gran urbe comparable incluso con la vieja París.

Del apogeo económico, de la bonanza apoyada en la exportación de carnes y cereales en un determinado momento, la economía argentina ha seguido cayendo en grandes desequilibrios, un manejo irresponsable del gasto público y el sobreendeudamiento externo. Argentina, con Néstor Khichner en el gobierno, con Cristina Fernández en el poder durante ocho años y hoy bajo la conducción del peronista Alberto Fernández, demuestra que no ha aprendido de sus errores.

Argentina es una economía que no ha sido integrada en los mercados internacionales, que cuestionó la suscripción de Tratados de Libre Comercio con las principales economías y bloques comerciales del mundo. Argentina, con aranceles altos, una industria sobreprotegida, subsidios generosos y un Estado ineficiente, no ha logrado comprender o valorar la importancia de la estabilidad financiera y que la inflación se desborda cuando se emite moneda y circulante de manera irresponsable.

Las elecciones en Argentina, más allá de los resultados, exigen en mi opinión que desde el Justicialismo o el peronismo en todas sus vertientes, por un lado, o desde el "macrismo" o la histórica Unión Cívica Radical, por otro, admitan altas dosis de irresponsabilidad en el mal manejo económico del país. El deber de un político con vocación de estadista es educar al pueblo, dejando de lado la demagogia y la promesa fácil. Considero que el deber y gran imperativo es reducir la pobreza apoyándose en el crecimiento sostenido de la economía. No se puede reducir la pobreza sin crecimiento económico, multiplicando el gasto público con emisiones inorgánicas sin límites.

En un contexto de crisis y más allá de los partidos que se han alternado en el poder en los últimos cuarenta años, hoy compite electoralmente un candidato como Milei que cuestiona todo, pretendiendo ser el abanderado del liberalismo. La política debe juzgarse por los resultados. Argentina y el pueblo argentino observan con interés a un candidato disruptivo, que utiliza un lenguaje economicista y, al mismo tiempo, directo para convencer al electorado más joven, a los desilusionados por las malas políticas económicas e incluso a los pobres (que cada vez son más) en un país signado por la desesperanza y la pobreza.

Argentina debe construir una gran coalición política que impulse un programa mínimo de reformas económicas. La pobreza no se reduce por mandato de una ley, ni con subsidios, ni con clientelaje político; la pobreza se reduce con más inversión, más empleo y mayor productividad laboral. Argentina siempre tendrá un lugar en la historia de América Latina. Más allá de las ideologías y las promesas, debe prevalecer la responsabilidad y el sentido común. Argentina debe comprender que no basta con ser Campeón Mundial de Fútbol.

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