OpiniónViernes, 10 de noviembre de 2023
Pelea de bípedos, por Patricio Krateil
Patricio Krateil
Comunicador

En la política, así como en nuestra vida cotidiana se ve con ojos temerosos, pero también con cierto deslumbramiento a aquellos que son particulares, diferentes y únicos. Es normal comprender que el que es igual al resto puede que no sea honesto en su comportamiento, dado que sencillamente podría solo estar siguiendo lo que se dice de momento, mientras que el distinto logra atrapar de una manera especial. La honestidad del fuera de serie es más creíble, o al menos se siente así.

Esa particularidad y diferencia en las ideologías o posturas políticas suele ir bañada de un juego dialéctico en donde se selecciona y categoriza al resto en un mismo saco ideológico para de esa manera enfrentar de forma sencilla a los oponentes de turno y establecerse a ellos mismos como la verdadera salida al status-quo.

En el clásico diagrama de Nolan vemos, quizás no del todo correcto, cuatro tendencias políticas sumamente marcadas: Progresistas y socialistas de lado izquierdistas mientras que en la derecha encontramos a liberales y regímenes verticalistas (monarquistas, fascistas, falangistas).

Si bien pueden existir discrepancias notables y para muchos no sea tan precisa esta interpretación, de forma coloquial es totalmente valida a mi parecer. Ahora, cada una de estas facciones posiciona a todos sus rivales en una misma línea para tratar de jugar al amigo-enemigo en términos de Carl Schimitt.

Sin embargo, considero que tranquilamente se podría hacer otra distinción en donde veamos únicamente tres grupos. Los igualitaristas (socialistas, progresistas, Jacobinos, marxistas), individualistas (liberales, libertarios y conservadores anglicanos) y los tradicionalistas/tercera posición (monarquistas, fascistas).

Cada uno de estos grupos interpreta a los dos adversarios como parte del mismo problema. Pues claro, si el resto es igual y es el problema, quien no sea como ellos, es la solución.

Para los igualitaristas, los tradicionalistas y liberales son los que apañan un sistema de jerarquías y de meritocracias, que no ven en las estructuras sociales la raíz del problema ni tampoco conciben el cambio antropológico del ser humano en esa visión de la revolución histórica. Entonces un fascista y un anarcocapitalista, para un marxista, por ejemplo, es una misma familia, ambos sucumben a proyectos conformados por jerarquías productos del devenir histórico.

Por otro lado, para los individualistas, conciben a los tradicionalistas y a los igualitaristas como la familia colectivista. En efecto, para un libertario, un tradicionalista enfoca su esencia en un pensamiento político como el de Platón donde el colectivo prima y el bien común puede -y debe- someter los intereses del individuo. A su vez, un socialista es lo mismo en ese aspecto, puesto que interpreta la sociedad en clases o actualmente en minorías, las cuales, son una suerte de manada únicamente porque poseen algún tipo de rasgo predominante como su sexo, color de piel u origen natalicio. Entonces existe una colectivización de los individuos.El pensador y psicólogo, Steven Pinker, consideró que el nazismo y el comunismo son el mismo brote colectivista donde se interpreta a la sociedad no como suma de partes sino como acumulación de grupos. Hasta aquí con el pensamiento de los liberales.

Finalmente, los tradicionalistas suelen asociar a los igualitaristas e individualistas como el grupo de los materialistas, racionalistas y modernistas. La queja y sentencia que hacen es interpretar a ambos grupos como pensamientos de tendencia universalista y anticlericales en todo aspecto, desde una propuesta metafísica más cientificista hasta la idea de la explicación de lo político únicamente desde lo material. La política se vuelve eternamente un presente, un objeto y por ende puede ser maleable.

Esta pequeña reflexión va para entender que, así como cuando la persona que se considera distinto -y actúa como tal- muchas veces solo es el resultado de un capricho y no necesariamente de una singularidad mejor comprendida, identificada y solemnemente aplicada. En la política muchas de estas artimañas para agrupar a unos y a otros en diferentes abanicos ideológicos configura solamente el deseo de un niño de diferenciarse de sus amigos para ganar atención.

Finalmente, cualquiera puede categorizar. La pregunta es si es relevante aquellos indicadores previos a la agrupación.Esto me recordó mucho la anécdota de Platón y Diógenes.

Platón había definido al hombre como un “bípedo sin plumas”. Diógenes cogió una gallina, la desplumó y la soltó en mitad en los muros de la Academia diciendo:

“Aquí tenéis a un hombre de Platón”.

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