OpiniónViernes, 1 de diciembre de 2023
Relato de un Náufrago (de la vida), por Juan Carlos Lynch
Juan Carlos Lynch
Comunicador y redactor

Hace unos días, retomé uno de esos amores literarios que una vez que nacen, nunca mueren. Con gran ilusión encontré en mi humilde biblioteca un libro de Gabriel García Márquez, “el Gabo”. ¡Que alegría! Un libro viejo, gastado, de esos que huelen a antigüedad, pero que saben a presente. Un deleite abrirlo y sumergirme en esa breve, pero profunda historia.

“Relato de un Náufrago” es una historia real, una crónica vivencial de un oficial de la marina de Colombia, Luis Alejandro Velasco. Narra en él sus peripecias y desgracias en altamar, luego de que el buque donde se encontraba es azotado bruscamente por el violento oleaje, arrojando a algunos tripulantes al océano. Velasco, de ser un hombre de mar, pasaría a ser, de manera irónica, un hombre náufrago. Aquel hombre queda varado por las circunstancias que el mar ocasionó, dejándolo a él solo, sin comida ni agua, bajo el sol ardiente y la oscuridad de la noche, en una balsa y un reloj de muñeca.

La narrativa que imprime García Márquez en el relato es fascinante, generando tensión, angustia, sensación de vacío y ansiedad. Esta crisis de naufragio del personaje me retrajo a lo que uno puede llamar “crisis existencial”, o “naufragio del ser”. El mar es un símil en cuanto a la incertidumbre, al mar de posibilidades o probabilidades, a lo arbitrario de la vida, a los avatares que uno debe encarar. Los desastres (como la tormenta que relata el escritor) a veces solo se presentan de manera intempestiva causando estragos. Pero es el hombre que debe de replantear su orientación en la vida en medio de las tormentas.

Velasco pasó diez días en altamar. Solo. Con necesidad. Sin nadie ni nada. A merced del mar (de los problemas). Una real crisis, tan real como la que pasamos tú y yo. ¿Qué hacer en medio del mar? Es aquí donde las fuerzas externas se confrontan con aquellas que cohabitan en el alma. Todo ser vivo lucha por sobrevivir. Ese era su plan: sobre-vivir. Es curioso, pero en momentos de crisis uno se olvida de que está vivo por la vorágine de lo ajeno. Es menos sensible al sentir de sus pulsaciones, que al oleaje que nos arremete.

El heroísmo del personaje retratado en el libro de García Márquez es el de no haberse dejado morir. Es la tenacidad de tomar su balsa y buscar orientación, claridad en los detalles, razones para seguir. Porque, como señala el oficial, hay un instante en el que ya no siente dolor, pero eso no es similar a ya no sentir esperanza. Se puede suprimir el dolor, pero sin acortar las ganas de vivir.

Una reflexión profunda hallada por Velasco en medio de su crisis fue que las heridas físicas que tenía eran aliviadas por la sal del mar. Es decir, la agonía de permanecer en una balsa a mar abierto no fue del todo insignificante. Quizás, nada lo es. Quizás, es el hombre que puede plasmar sobre las circunstancias de la vida aquello que solo los humanos podemos: sentido.

Hay mares que a uno le tocará transitar solo. Sin nada más que uno mismo. Y, recostado en tu balsa con los ojos apuntando al cielo, quizás solo así, contemples que tan incontable como el cielo son las fuerzas que se alojan en tu espíritu.

En la vida hay que saberse hombre de mar, pero también náufrago; un espíritu que sabe navegar, pero que también sabe nadar. Pueden ser diez días o diez años, sea como se nos presente la tormenta, hay tomar esa balsa y esperanzarse mirando al cielo.

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