El domingo 17 de diciembre, el pueblo chileno rechazó nuevamente un proyecto constitucional, con más del 55% de los votos en contra. El segundo proyecto, elaborado por un Consejo Constitucional electo en las urnas, y acompañado por una Comisión de Expertos proveniente de ambas cámaras del parlamento, no tuvo mejor éxito que el primero, que fue rechazado en setiembre de 2022 por más del 60% de la población.
Tras conocerse el resultado de este segundo plebiscito de un texto constitucional, Gabriel Boric, presidente de Chile y firme defensor de una nueva constitución, dio por terminado el caótico proceso constituyente iniciado con las incendiarias protestas de 2019, al pronunciar las siguientes palabras: “Durante nuestro mandato se cierra el proceso constitucional, las urgencias son otras (…) El país se polarizó, se dividió y, al margen de este contundente resultado, el proceso constituyente no logró canalizar las esperanzas de tener una nueva Constitución redactada por todos”.
Sin perjuicio de la ironía que significa que quien hace 5 años exigiera desde las calles el fin de la “constitución de Pinochet” hoy ponga fin al proceso constituyente durante su mandato como presidente, razón no le falta a Boric pues, efectivamente, si algo quedó demostrado a lo largo de estos 4 años es que la política chilena está polarizada como no se veía desde tiempos de Allende, y esa polarización fue fundamental en el fracaso de alcanzar un nuevo pacto social.
Desde el regreso a la democracia en 1990, Chile había sido gobernado por partidos socialdemócratas, de democracia cristiana y de centro derecha. Así, fue una anomalía para la política chilena la composición ultra radical de la Convención Constitucional que engendró aquel texto maximalista de izquierda, que incluía la creación de un estado plurinacional, la abolición del derecho de propiedad y el otorgamiento de derechos humanos a la naturaleza (¿?), entre otras cosas.
También fue una completa anomalía aquella segunda vuelta entre el, en aquel momento, incierto Boric, quien provenía de las canteras del Partido Comunista y quien llegó al balotaje arengando en favor del proceso constituyente y en contra de la “ultraderecha”; y el conservador Kast, un candidato marginal de la política chilena quien, de un momento a otro, se volvió un referente de la derecha, ya no solo en Chile sino en Latinoamérica.
Y ni hablar del estallido social del 2019. Que el país más rico y desarrollado de la región tuviera una violenta protesta social durante meses, exigiendo un radical cambio de modelo político y económico y edulcorada con incendios de locales comerciales, autobuses del transporte público, iglesias e incluso, estaciones del metro, etc; fue en su momento una noticia inesperada y dramática, que dio mucho de qué hablar.
En ese sentido, estas anomalías de polarización extrema y radicalización de la población, resumidas en un supuesto “despertar chileno”, hoy, temporalmente, llegan a su fin. La esquizofrenia colectiva y las ganas de romperlo todo fueron superadas por una economía menguante, una creciente inseguridad ciudadana, una crisis migratoria y un gobierno que no tiene rumbo.
Y si, en un futuro cercano, los chilenos deciden salir nuevamente a la calle a exigir mejores condiciones de vida a través de una nueva constitución. Cabe preguntarse, ¿lograrán la misma convocatoria y contundencia que tuvieron a finales del 2019? ¿ha salido fortalecida la mal llamada “constitución de Pinochet” de este fracasado proceso constituyente? Solo el tiempo lo dirá.