En nuestro contexto político, desde hace mucho que vivimos en tiempos de crisis originadas por diversos factores y actores. Situaciones que están relacionadas con temas de corrupción, incapacidad de gestión de autoridades, demagogia, falta de liderazgo político, etc. Siendo el primer asunto el más problemático, ya que al parecer, cada vez más los actos de corrupción se van cometiendo con más regularidad y, en lugar de que sean combatidos eficientemente, se percibe que, incluso, este mal social ha ido hasta institucionalizándose dentro del aparato estatal.
Siendo la corrupción un problema serio y muy perjudicial para el país, más serio y preocupante aún es, el no hacer nada. La indiferencia de cierta parte de la población frente a actos irregulares y delictivos. Y peor aún, la defensa o lealtad ciega y empecinada que algunos practican para proteger a los que son parte de su grupo o que se alinean con su línea política. Esto sin la necesidad de pertenecer a un mismo partido o movimiento político, solamente basándose en que ciertas personas han defendido o defienden la “causa” en común.
Desde la izquierda hasta la derecha, se han visto casos en los que no ha importado que haya actos de corrupción o por lo menos indicios de la comisión de estos hechos delictivos, para ignorar intencionalmente o incluso, defender a personas que se consideran del mismo bando. Tal vez, esto sea así, ya que se podría pensar que, si no se hace dicha defensa, el bando contrario podría ganar y pues, esto no convendría. El bando o la “causa” común debe siempre primar.
En ese sentido, es que, antes de seguir al grupo o bando, debemos reflexionar individualmente si es que tales personas o actos se adecúan a los valores y principios que supuestamente se defienden para consolidar nuestra democracia. Deberíamos reflexionar respecto a si es válido dejar de lado los principios que se tienen por una supuesta causa común. Deberíamos tomar en cuenta que sin principios nuestra sociedad podría ir a la deriva.