Para Aníbal Torres la profilaxis de su pasado no tiene límites. Puede incluso usar como recurso un pacto que tuvo con los que naturalizan la violencia. Y no es para menos si se hace una retrospectiva de su paso por el régimen chotano. Ahí tenemos al memorable “correrán ríos de sangre”. Ahora, siguiendo la pauta de sus ínfulas de superioridad, creyendo que la verborrea sigue jugando a su favor, aprovechó una entrevista —acompañada por un caricaturesco cintillo inferior que decía “palmas combativas”— ya no solo para divinizar a Pedro Castillo, sino que ahora ha revelado que tuvo un acuerdo con un cabecilla de Sendero Luminoso en los noventa. Los reflejos del presidenciable son para llorar.
La historia se dio en el último tramo del siglo XX cuando era decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Mayor de San Marcos, según contó a un medio digital tuitero, conocido por darle tribuna de forma consecutiva, preguntas de bajo calibre y loas entre líneas.
El que fuera ministro de Justicia, premier, aliado de la alta esfera chotana y presunto autor de la carta que oficializaba el momento más tiranizante de Castillo, señaló que varios integrantes de esta célula insurgente se le acercaron para pedirle una reunión en su despacho en el recinto educativo con este mandamás subversivo —hasta ahora un NN—. Torres no dio nombre ni fecha y siguió, sin repreguntas.
“Yo les digo dónde y cuándo. Ellos me dijeron que en el comedor. Les respondí que estaban locos porque allí entran estudiantes y personal administrativo a cada rato. Pero me volvieron a decir que nadie iba a entrar”, anotó. Así de fácil pudieron persuadir a alguien encargado de todo un pabellón de futuros abogados y finalmente se dio la cita, donde una vez más no dijo con quién fue, pero sí dijo que este personaje lo acusó de recibir dinero de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Lo que, por supuesto, negó, casi como un calco argumentativo del caviar: “No, ¿Fujimori? Jamás. Por encima mi dignidad, pero sigamos hablando, señor Terrorista”.
Esta narración carnavalesca tomó otro rumbo cuando el mismo Torres confiesa que este “jefe de Sendero” le hizo un pedido, al que no solo accedió, sino al que le puso incluso algunas condiciones: que lo dejen trabajar. Esto ganó cuerpo cuando incluso encontró un enemigo en común con el senderista: las Fuerzas Armadas. Es como quien señala que llegó a un consenso con un extorsionador para que opere en cualquier otra cuadra, menos en la suya, y que solo tiene licencia para fastidiar al vecino que no le cae.
“Me dijo: ‘Doctor, queremos que saque un comunicado’. Yo sí estaba de acuerdo en sacar un comunicado porque todos los puntos que presentaron se referían a los abusos que cometían los miembros de las Fuerzas Armadas, fuerzas policiales contra los estudiantes, contra los profesores. Yo le dije: ‘Sí, yo estoy de acuerdo con eso, yo saco eso, pero lo que quiero es que me dejen trabajar’”. Y según complementó se aceptó los lineamientos: “Conforme, doctor, nosotros le dejamos trabajar a usted”, le habrían dicho.
Lo que fue uno de los tantos arrebatos de la perturbada objetividad de Torres parece ser la antesala de un posible sismo para su presente. El congresista Fernando Rospigliosi, por ejemplo, le dijo a Perú21 que la Fiscalía podría investigar si existe el delito de apología al terrorismo en sus declaraciones.
De todas formas, no termina siendo descabellado este tipo de revelaciones del septuagenario que amagó a la cárcel por una diabetes que a la vez no le impide participar en cuanta marcha antigobierno se presente. Lo que sí termina siendo descabellado es que este tipo de prototipos sigan aterrizando en nuestra órbita política, muy venida a menos. No solo disocia una situación donde el asentimiento roza la complicidad, sino que relativiza un delito cuando se comparte un adversario y además polariza a esta nueva generación que no descentraliza la culpabilidad y se la sigue asignando a un Estado al que considera el promotor de todos los males. Como a Torres, le suben el volumen a la moralina y se la bajan a la autocrítica.