OpiniónMartes, 9 de enero de 2024
Neurosis y sesgo colectivo en el progresismo, por Lucía Meléndez
Lucía Meléndez
Activista política

En el ámbito de la psicología social, el sesgo de grupo y la neurosis colectiva afloran como fuerzas influyentes en movimientos progresistas actuales, como el colectivo LGTB, Black Lives Matter, el indigenismo o el feminismo. Sin sucumbir a alineamientos ideológicos, exploremos críticamente cómo estos fenómenos psicológicos impactan la percepción de la realidad en estos grupos.


El sesgo de grupo, inherente a la psicología social, se revela cuando individuos tienden a favorecer a aquellos con características similares, forjando una dicotomía de "nosotros" frente a "ellos": Blancos contra negros, hombres contra mujeres, heterosexuales contra homosexuales. Por ejemplo, en el colectivo LGTB, este sesgo podría manifestarse en la propensión a percibir a quienes están fuera del grupo como ajenos o incluso hostiles, basándose únicamente en su orientación sexual. Una ilustración precisa de cómo la unidad puede dar paso a la exclusión.


La neurosis colectiva, por otro lado, manifiesta síntomas neuróticos amplificados en la colectividad. En el progresismo, estas neurosis colectivas pueden adoptar la forma de pensamiento colectivista y la homogeneización de la identidad. Por ejemplo, en el movimiento feminista, podría traducirse en generalizaciones excesivas de las experiencias individuales de mujeres, contribuyendo a una visión distorsionada y polarizada de las dinámicas de género.


Los movimientos progresistas, al abrazar estos sesgos y neurosis colectivas, corren el riesgo de simplificar problemas complejos y marginar voces divergentes. La sobreidentificación en su endogrupo puede distorsionar la percepción de la realidad y agudizar divisiones sociales. En un esfuerzo aparente por combatir la discriminación, a menudo caen en la trampa de crear nuevas formas de exclusión.


El pensamiento colectivista y la masificación de la identidad afectan la percepción y toma de decisiones en, no solo conflictos sociales, sino también políticos. Fomentar un diálogo abierto, la diversidad de pensamiento y la autocrítica es esencial para evitar la trampa del simplismo y trabajar hacia objetivos compartidos de seguridad y justicia sin caer en distorsiones colectivas que, paradójicamente, podrían perpetuar nuevas formas de intolerancia.

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