OpiniónMiércoles, 10 de enero de 2024
Aquella tarde de verano en Miraflores, por Alfredo Gildemeister

Aquella tarde del 15 de enero de 1881, la vida de los miraflorinos cambió por completo. La reserva almorzó apresuradamente, puesto que el ejército chileno se encontraba prácticamente en línea de batalla frente a los reductos y en cualquier momento se iniciaría su ataque. Federico acudió a su puesto en el reducto No.2, se acomodó en la trinchera, cargó su fusil e inclusive caló de una vez la bayoneta. No quería dejar nada para después. En el cinto tenía ya cargado el revolver de su padre de cinco tiros y el enorme cuchillo Bowie de cacería que su primo Charlie le trajera de un viaje a los Estados Unidos. Mientras más armado y preparado estuviere, mejor. Luego solo se puso a esperar, con toda calma, mirando en el horizonte a las rancherías miraflorinas, a la espera de la horda de invasores chilenos. Se preparó un cigarrillo con el buen papel y tabaco que le regalara su primo y lo prendió, procediendo a fumarlo con calma. Lo más probable es que fuera su último cigarrillo, en esta vida al menos. Al fondo, contra el neblinoso cielo de enero, se recortaba el enorme morro de Chorrillos. Aún se divisaban las columnas de humo del incendio de Chorrillos. El calor en aquel medio día de enero era insoportable.

Como miraflorino, no puedo dejar de evocar en estas fechas la heroica gesta que se llevara a cabo hace 143 años, en la que cientos de civiles patriotas miraflorinos salieron a defender Lima en los reductos, lo que sería la última línea de defensa ante la invasión chilena. Recuerdo que, de pequeño, mi abuelo materno Rafael Ruiz Huidobro Araoz, me llevaba al parque Reducto No.2 y al pie del monumento a los caídos en la batalla, me señalaba con orgullo el nombre de su tío abuelo Federico Araoz y me contaba lo que a mi abuelo le contaron de esa gloriosa batalla de Miraflores, ocurrida en la tarde del 15 de enero de 1881. La historia cuenta que luego de un armisticio que los propios chilenos violaron, a las 2.30 pm. el general chileno Baquedano ordenó el ataque a las líneas peruanas, concentrándose el ejército chileno en los primeros tres reductos y no en toda la línea de batalla cómo se creyó que sucedería. La desastrosa defensa planificada irresponsablemente por el dictador Piérola, estaba constituida por diez reductos que iban desde el mar de Miraflores hasta Monterrico Grande. Cada reducto se encontraba muy alejado del otro y estaba planificado de tal forma que la artillería peruana sólo podía disparar de frente sin poder hacerlo en ángulo. Eran como lunetas que sólo servían para defenderse frontalmente, más no de un ataque por los flancos.

Mi abuelo me contaba que su tío abuelo Federico fue designado al Reducto No.2, ubicado al este de la línea férrea y alineado con el Reducto No. 1, cerca al acantilado de Armendáriz (lo que hoy sería el cruce de las avenidas Larco Y Benavides). En estos reductos, construidos con lo que se pudo —adobones, sacos con tierra y un poco más— las acciones dirigidas por Cáceres y Suarez fueron al principio exitosas. Los peruanos contraatacaron a más de 7,000 soldados chilenos en dos oportunidades obligando a éstos a replegarse. Sin embargo, los chilenos contaban con refuerzos y municiones suficientes —además que la flota chilena bombardeaba desde el mar al Reducto No. 1— con lo que a media tarde comenzó la retirada peruana de estos reductos pues en los otros siete, increíblemente, no se luchó, quedando sus tropas absurdamente sin intervenir en la batalla. La lucha en los tres primeros reductos fue feroz, a fusil y bayoneta.

Diez reductos tenía en total la línea de defensa que iba desde la costa, a la altura de la bajada Balta, hasta la hacienda de Monterrico. Estos reductos, según Basadre, se encontraban unos de otros distantes entre ochocientos y mil metros. Entre ellos mediaban numerosas tapias que cercaban los potreros, sembradíos y ranchos que existían en aquél entonces. Fueron en los reductos 1, 2 y 3 en donde más encarnizadamente se peleó. Desde pequeño, siempre me impresionó el reducto No. 2. Mi colegio, el Carmelitas, quedaba al frente del hoy Parque Reducto No. 2 y no existía la reja que cerca el parque actualmente. Era típico que cuando dos muchachos querían pelearse, quedaban en verse detrás de la trinchera después de clases y allí se trompeaban. Sin embargo, el reducto no era lo que es ahora. El reducto original consistía en un cuadrilátero estrecho con una estacada cerrando el recinto, con un foso sin agua en el exterior, encontrándose el reducto inclusive a medio hacer, pues el día de la batalla no estaba concluida la trinchera que daba frente a la campiña ni su costado izquierdo. El costado derecho sólo estaba conformado por un montón de piedras y tierra apiñadas en desorden. Este reducto se encontraba junto a los rieles del ferrocarril a Chorrillos. Actualmente se encuentra construido en el parque una estación de ferrocarril similar al que existía entonces. El reducto fue defendido por el Batallón No. 4 de la reserva, compuesto por magistrados, abogados, universitarios, periodistas, profesores y comerciantes, a cuya cabeza se encontraba el abogado y coronel temporal Ramón Ribeyro.

Federico Araoz era hermano de Auriola Araoz. La tía Auriola le narró a mi abuelo como un amigo íntimo de su hermano Federico le hablaba sobre la calidad de hombres que pelearon en ese reducto, haciendo retroceder al enemigo en varias ocasiones hasta que, al finalizar la tarde, se quedaron sin municiones o simplemente éstas no le hacían a sus armas, pues se utilizaron diversos modelos de fusiles de calibres distintos, lo cual hacía difícil utilizarlas. Finalmente, los refuerzos chilenos contraatacaron el reducto hasta que éste cayó.

Me contaba mi abuelo que, a golpe de seis de la tarde, estando la batalla perdida, el ejército peruano retrocedió en desorden. Federico cae herido y es llevado a rastras por un compañero amigo ante la arremetida de la caballería chilena que se venía con todo. Gravemente herido, logró atravesar algunos potreros ayudado por su mejor amigo, quien lo sostenía caminando casi a rastras. En aquella época, los campos de Miraflores estaban constituidos por rancherías, chacras y potreros, cruzados por cercas de madera, acequias y algunos muros de adobones. Agotado y herido, Federico le pidió que lo dejara entre unos matorrales y que una vez que pasara todo, viniera por él. Lo último que el compañero vio fue a Federico disparando su fusil a discreción, con la poca munición que le quedaba, y dos jinetes chilenos que caían aparatosamente al suelo, heridos de muerte, luego vio que Federico desenfundaba su revolver y su enorme cuchillo Bowie, un arma en cada mano, dispuesto a defenderse como un jabato hasta la muerte. Luego de un par de días regresó el fiel amigo al lugar donde dejara a Federico, pero nunca lo encontró. Nunca se supo nada de Federico ni apareció su cuerpo. Lo más probable es que haya caído luchando contra la infantería chilena para luego ser rematado a bayonetazos y con el corvo, en el “repase” de los bárbaros invasores. Seguro fue enterrado en una fosa común. Esa fue la historia que el amigo le contara a la tía Auriola y la que mi abuelo me contara a mí.

Miles lucharon y murieron en los campos de Miraflores, hijos de las mejores familias limeñas, como los dos hijos del coronel Francisco Bolognesi –Enrique y Augusto- allí fallecidos o los que lucharon y sobrevivieron para contarlo como Ricardo Palma y Manuel Gonzales Prada. Mi abuelo nunca olvidó la gloria vivida en Miraflores y a los que como su tío abuelo Federico dieron su vida por la patria. Como dijera un soldado de la reserva, hijo de una de las mejores familias de Lima días antes de la batalla: “El corazón me dice… que se perderá la batalla porque ha palidecido la estrella del Perú; pero no importa, pelearé y moriré por la causa de mi patria…”. Que nunca olvidemos a los héroes de Miraflores. Recuerden los miraflorinos que vivimos en medio de un camposanto de gloria. Que el ejemplo de los más de 3,000 peruanos que murieron en Miraflores, nunca sea olvidado, más en nuestro Perú actual que tanto necesita de estos héroes.

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