OpiniónMiércoles, 17 de enero de 2024
¿Posmodernismo o idiotez?, por Patricio Krateil
Patricio Krateil
Comunicador

Llevamos más de dos semanas del 2024, y se siente extraño que hayamos avanzado casi un cuarto de siglo hasta ahora. Reflexiono sobre los inicios de los años 2000; ciertamente, muchas cosas han cambiado. Sin embargo, al pensar en mis padres o abuelos, me imagino todos los cambios desenfrenados que deben haber presenciado, seguramente muchos inimaginables.

En definitiva, la mayoría de los cambios, gracias a las nuevas tecnologías y estudios, han sido positivos. Hoy en día disfrutamos de mejores sistemas de salud, procesos más eficaces y eficientes para los alimentos, mayor riqueza en el mundo, y ciertamente, las oportunidades laborales se han disparado como también los campos de estudio. Las comunicaciones ya no dependen del correo, sino de un clic en nuestro celular. Tenemos, como diría Antonio Escohotado, la Biblioteca de Alejandría en nuestro bolsillo; solo es cuestión de querer aprender.

No obstante, pese a todos estos cambios para el bien del ser humano, también hemos retrocedido en aspectos culturales y morales de forma bárbara. Las ideas del posmodernismo, que tuvieron a Francia como epicentro, sumadas a las típicas explicaciones sociales del marxismo clásico e incluso a sus reinterpretaciones psicoanalíticas, han dado como resultado una sociedad que no contempla la realidad como un hecho, sino como una batalla de “verdades”.

La verdad, entonces, no yace en un principio ontológico, sino en el imaginario de cada persona. La verdad, para estas generaciones, se crea. Hoy se puede escuchar a muchos jovenes decir que “todo es relativo” y que “todo depende de como uno lo vea”. Esto último se ejemplifica muy bien en la famosa frase pintada en una pared en la Francia del Mayo del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.

Si la verdad no es precisamente verdadera, entonces muchas de las características innatas totalmente visibles por nosotros mismos, estarían sujetas a discursos que pretenden imponer o prevalecer como “verdad”, según la filosofía contemporánea. De este modo se trata de “deconstruir”, que es una suerte de desaprender lo que sabemos y conocemos. Por ejemplo, tenemos que deconstruir nuestros supuestos estereotipos respecto del sexo, una mujer cromosomaticamente mujer que además luce como tal, puede ahora no serlo y parte de nuestra deconstrucción es desaprender que aquello que luce y es cromosomaticamente mujer puede no serlo.

Esto sucede con todo lo demás; ahora se ha puesto de manifiesto que toda cultura es inherentemente igual, no hay cultura mejor o peor, dado que la verdad no es una cosa definible, simplemente imaginable. En ese sentido, una cultura que apedrea a un homosexual por su condición como tal, según estas ideas, es igual de buena que la cultura occidental, donde incluso se les permite el matrimonio en ciertos lugares.

Pero esta última premisa cae en un absurdo teórico si nos ponemos un poco más analíticos, ya que si la idea de que todas las culturas son iguales moralmente es en sí misma una idea cultural (pues no existe idea ajena a una cultura), la idea que sostenga que no todas las culturas son iguales es también una idea cultural que debería tener el mismo valor que la primera. Entonces, ¿es igual de válida la idea de que todas las culturas son iguales que la de que no todas lo son?

Pero las locuras de esta sociedad contaminada no tienen fin. Ahora, han llegado al absurdo de hablar de gordofobia o “body shaming”, amparándose en la irracional idea de que al igual que todas las culturas valen igual, todos los cuerpos tambien. Pues, no. No todos los cuerpos son iguales, hay cuerpos más sanos que otros en relación con la grasa corporal que uno posee. Es lógico, un cuerpo mas saludable es menos propenso a enfermarse. Una dieta balanceada como procurar no llevar una vida sedentaria disminuye los enormes riesgos de muerte o enfermedades crónicas.

Incluso, según la misma OMS, un cuerpo con una masa corporal de más de 30Kg debe ser considerada obesidad. Asimismo, el riesgo de muerte es directamente proporcional al aumento de grasa corporal de una persona.

Pero bueno, ¡qué podemos esperar del posmodernismo progre! Si uno de sus mayores pilares, el filósofo francés, Michel Foucault, toda su vida se resistió al uso de preservativos o chequeos médicos. Al punto de señalar que el VIH y demás enfermedades sexuales son solo un artilugio más de la "voluntad de poder" de las farmacéuticas y clínicas para mantener el relato imperante. Y así, como Foucault murió por contraer VIH, muchas personas mueren por sobrepeso de un infarto, al creer toda esa pantomima posmodernista de que “todo cuerpo es igual y el peso es un construcción social"

Pues como diría Ayn Rand: “Uno puede ignorar la realidad, pero jamás podrá ignorar las consecuencias de haberla ignorado”.

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