Lima apaga otra vela. Santo 489. Seguramente algunas autoridades —¿Rafael López-Aliaga?— nos van a encandilar hasta el empalago con festines y convites, imponiendo este lenguaje estentóreo como un elemento distractor, como un desatinado concepto de distensión, como una finta de mal gusto, cuando la realidad es que la capital, todos sus ocupantes, tú, yo, nosotros, sigue sobreviviendo a ese amplificado riesgo, por ese exasperante letargo del Estado, de la delincuencia, en todas sus formas y no solo las locales, sino también las importadas, llámese Tren de Aragua, Tiguerones. Naufragamos en medio de la extorsión, el sicariato, los secuestros, el robo al paso, el fuego cruzado y así un largo etcétera. Ya no hay lugar que no sea irrespirable. La incertidumbre se ha industrializado.
Sí, este problema se ha desbordado en todo el país, pero vamos a concentrarnos en el cumpleañero. La capital, solo en 2023, alcanzó un total de 412 casos de muerte por sicariato, superando a los 367 del 2022.
Así reza una estadística de la Policía Nacional del Perú (PNP), la que sí, claro, puede llegar a tener algunos malos elementos, lo que no significa, como arengan en redes sociales esa izquierda generalista y testaruda, que toda la institución es una alegoría del bajo fondo. Pese a las evidentes carencias en logística, armas, personal y más, las operaciones no se han detenido, los agentes siguen enfrentando y rastreando al hampa, incluso poniendo su propia libertad sobre un hilo. Y con esto me refiero a esos episodios donde pasan de protectores a culpables por solo actuar en defensa propia. Mientras que los que representaban una verdadera amenaza para la sociedad, esos que algunas veces son justificados en nombre de la pobreza, pueden incluso llegar a ser capturados para luego paradójicamente volver a las calles y jugar a la reincidencia. Una procesión infinita.
Este viernes 19 de enero se van a cumplir cuatro meses del Estado de Emergencia. En Lima solo se incluyeron a los distritos de San Martin de Porres y San Juan de Lurigancho. Sin embargo, la medida ha pecado de insuficiente o, en el peor de los casos, de abstracta. Ahora tienen en la mira hasta a alcaldes como pasó con el de La Victoria, Rubén Cano, a quien le dejaron una corona fúnebre y una granada en su domicilio. O también a un exburgomaestre como Miguel Saldaña, de Comas. Y hasta la misma seguridad del hijo de la presidenta Boluarte fue víctima de los delincuentes.
El alcalde de Lima, Rafael López-Aliaga, conocido por sus innecesarias playas artificiales, prometió que en su gestión iba a haber "delincuencia cero". Pero ahí vemos todo lo contrario. Tenemos distritos que son prácticamente tierra de nadie. Y lo máximo que hizo nuestro flamante inventor de potencias mundiales fue comprar 400 motos, frente a los 10.000 que supuestamente iba a conseguir. Esta adquisición incluso habría sido mal negociada. Las trajo cada una a casi 55.000 soles. Un posible despilfarro teniendo en cuenta que la estrategia es el primer eslabón.
Lima está a 11 años de cumplir medio milenio. Estéticamente se ha desarrollado en algunos sectores. Cívicamente todavía nos debe bastante. Políticamente sigue en el ruedo de la voluntad de la nada. Poéticamente, aunque altiva, sigue siendo grisácea y desordenada, pero es nuestra capital, el corazón del país. Y esta conexión, tomando en cuenta nuestro presente, nos puede empujar a una peligrosa mimesis, donde se puede volver un denominador común la impasibilidad, la naturalización de estos desequilibrios. Entonces, a las autoridades, a bajarle el volumen a la festividad, a los apuntes sentimentales, y a intensificar la reversión de esta crisis.