OpiniónDomingo, 21 de enero de 2024
Lima, la no tan Horrible, por Alfredo Gildemeister

Nunca imaginó don Francisco Pizarro, aquel lunes 18 de enero de 1535, que la ciudad que estaba fundando y cuyo objetivo era que fuese la ciudad principal o capital del Virreinato del Perú, con el transcurrir de los años y de los siglos, se convertiría en una inmensa metrópoli, en donde el despelote y el caos urbano reinase por doquier. En esa mañana de enero – y muy dentro del estilo español de la época- el primer solar o terreno fue destinado para la iglesia principal de la ciudad, dedicada a la Virgen de la Asunción, lo que sería la catedral de Lima. Luego repartió los demás solares. Alrededor de la Plaza Mayor, la que después sería denominada Plaza de Armas, se destinó un solar para la casa del Gobernador y otro solar para el ayuntamiento o municipalidad. Esta distribución se mantiene hasta el día de hoy. Lo demás fue sencillo pues a cada conquistador se le dio un solar, cuatro solares conformaban una isla o manzana cuadrada y a cada lado se le denominaba cuadra. La ciudad se fue formando en base a cuadras y calles rectas. Antes de acabar aquel año de 1535, muchos vecinos venidos de Jauja y de otros pueblos fueron poblando la nueva ciudad abriendo sastrerías, zapaterías, carpinterías, herrerías, espaderías, cerrajerías y carnicerías, conventos, iglesias, etc. Y así Lima fue creciendo con el pasar de las décadas y de los siglos, manteniendo sus cuadras y estrechas calles rectas, siendo rodeada en algún momento por una muralla de adobones, piedras y torreones por seguridad. Llegado el siglo XIX sus calles, según cuentan diversos testigos y visitantes extranjeros, olían a orines, eses de caballos y demás elementos propios de los desagües que corrían por el medio de las calles, tal como solía ocurrir y oler -porque no decirlo- en muchas grandes capitales del mundo de aquellos años.

Han pasado 489 años desde la fundación de Lima y la ciudad ha crecido de manera desordenada, caótica y sin planificación alguna. Solo por hacer una simple comparación, mencionemos la ciudad de París, capital de Francia. A fines del siglo XVIII era una ciudad con un diseño medieval, de calles estrechas, barrios insalubres, una plazoleta frente a su catedral de Notre Dame, maloliente y de calles inseguras. A principios del siglo XIX, Napoleón nada menos, decide reordenar y modernizar París. Decide pues convertir París de una ciudad de la época medieval, a una ciudad moderna. Para ello decide ampliar algunas calles, crear avenidas y erigir monumentos y puentes sobre el Sena. Colocó placas a las calles con el nombre de cada calle y una numeración ordenada en base a números pares e impares. Mejoró el estilo de las aceras, preparándolas para la lluvia y conectándola a desagües, e implementó una iluminación total de las calles convirtiendo a París en la “ciudad luz”. Si bien todas estas obras fueron revolucionarias para la época, sería un descendiente y sucesor del gran Napoleón, Luis Napoleón III el que realizaría la reforma urbana de fondo sobre Paris. Para ello contrató a un funcionario público de nombre Georges-Eugene Haussmann. Este decidió reurbanizar París, creando grandes plazas, avenidas, un sistema de drenajes y parques urbanos como el Bois de Bolougne. Concebido y ejecutado en tres fases, el plan implicó la demolición de nada menos que de 19,730 edificios históricos y la construcción de 34,000 nuevos. Esto tomó desde 1852 hasta 1870. En casi 20 años, Paris fue transformada y reordenada con miras a sus próximos cien años o más, manteniendo su uniformidad y belleza hasta el día de hoy.

Mientras París era reordenada y rediseñada por Napoleón y Haussmann, Lima crecía de manera desordenada sobre sus viejas calles rectas y cuadradas, llegando un momento a sobre salirse de sus viejas murallas para continuar creciendo. Cabe reconocer que la construcción de la Plaza San Martin, al demolerse la manzana que allí existía, constituyó un avance, así como la construcción de la avenida La Colmena, hoy Nicolas de Piérola, la ampliación del Jirón Lampa y las plazas Dos de Mayo y Bolognesi, con el Paseo Colón y demás arterias, fueron dando un respiro a esa Lima virreinal y vieja.Mi abuela decía que una ciudad es reflejo de la manera de ser y de pensar de su población y Lima es un fiel reflejo de ello. Una ciudad que ha venido creciendo a la diabla y en donde se construye casi como y donde a cada uno le da la gana, ya se trate de una zona residencial, comercial o industrial o lo que sea, las construcciones en Lima obedecen a lo que el ciudadano prefiere y difícilmente a lo señalado en las normas pertinentes, pues leyes y reglamentos nos sobran, otra cosa es que se cumplan ya sea por desidia o por corrupción.

En la Lima actual moderna, uno puede apreciar un tráfico caótico, así como una construcción anárquica: edificios de más de diez o quince pisos al lado de casas residenciales de dos pisos, zonas urbanas residenciales en donde los chifas, peluquerías, talleres de mecánica y comercios pululan, etc. Hoy por la escasez de terrenos, la construcción vertical se impone y los edificios aparecen en donde uno menos se lo espera, y con las alturas que se desee, olvidando que Lima se encuentra en una zona sísmica que, al parecer los constructores, con tal de construir, vender y hacer negocio, han olvidado. Los grandes edificios al pie de los acantilados de la Costa Verde o en los cerros de Camacho, parecen burlarse de los terremotos sufridos en años anteriores, así como en los conos se construye en los cerros con material noble, pero con cimientos de piedras amontonadas una encima de otra, que no quiero pensar lo que pasaría en un sismo de grado siete o más.

En fin, el desorden y el caos es la regla. Los reglamentos y leyes de urbanismo son para los tontos. En este país la gente hace lo que le viene en gana y la realidad lo demuestra cada día, como vemos hoy con el advenimiento de las lluvias y los correspondientes huaicos de cada año, demuestran que no aprendemos ni prevemos. Nos gusta correr riesgos por lo que las tragedias abundan, una especie de masoquismo colectivo. Confiamos en la “buenas vibras” y que el Señor de los Milagros, San Martincito y Santa Rosita, nos protejan. En todo caso, nuestra Lima, tal como dijera Sebastián Salazar Bondy, en mi modesta opinión ya no es “Lima la horrible”, pues hoy ya no es tan horrible, pero qué duda cabe, cuánta falta le hace a Lima un Haussmann que, como en París, reordene este despelote urbano en el que se ha convertido nuestra “ciudad jardín”, la bella “ciudad de los reyes”. Y con todo, esta es mi ciudad, mis calles, mis plazas, mis parques, mi bodega, mis ambulantes, mi barrio y aquí nací y de aquí no me muevo. ¡Te amo Lima! ¡Feliz aniversario Lima!

Si quiere suscribirse a todo nuestro contenido Vía WhatsApp dele click a este link: https://bit.ly/3N3yfVQ

También puede ingresar a nuestra cuenta de Telegram: https://t.me/elreporteperu