“De acuerdo a nuestros números, hemos ganado la elección presidencial con más del 85% de los votos y un mínimo de 58 de 60 diputados de la Asamblea”. Esto fue lo que publicó Nayib Bukele en su cuenta de X el pasado domingo, después de la jornada electoral en la que, sin ninguna duda, sería reelecto para 5 años más de mandato presidencial al frente de El Salvador.
¿Alguien puede dudar de su popularidad en el país centroamericano? De ninguna manera. El éxito de su plan de control territorial contra las pandillas, reflejado en la disminución de los crímenes violentos a cifras jamás antes vistas en el pequeño país, le han valido el estatus de una celebridad y, en algunos momentos, hasta el de un santo.
No obstante, lo que para muchos salvadoreños significa no volver a soportar a las maras aterrorizando a civiles indefensos, oculta un plan muy bien elaborado para tomar, concentrar y retener el poder, explotando las debilidades del sistema republicano y capitalizando una exitosa lucha contra la violencia.
Concentración y persecución
Ya en junio del año pasado, escribí sobre Nayib Bukele, el caudillo millennial, y mencioné sus, en ese momento, anuncios más recientes: la reorganización política administrativa y la lucha frontal contra la corrupción.
Hoy, ambos anuncios son un hecho. El año pasado, Bukele logró reducir de 84 a 60 los escaños del Congreso, generando así un legislativo más fácil de controlar. Asimismo, intensificó la persecución judicial contra líderes de la oposición, culminando en muchos casos con su desafuero del parlamento y posterior detención.
Sin embargo, llama la atención que esta persecución haya sido hasta ahora unidireccional, en contra de opositores, y nunca en contra de oficialistas. Es más, se conoce de casos de jueces y fiscales destituidos por seguir investigaciones y procesos en contra de funcionarios del oficialismo.
La reelección que no se podía
En noviembre de 2023, la Corte Suprema de Justicia falló en favor de permitir que Nayib fuera candidato para las elecciones del 2024, a pesar de que la constitución vigente prohíbe expresamente la reelección inmediata. Para los salvadoreños esto no fue un problema pues, en su inmensa mayoría y tal como se ha visto en las urnas, apoyaban que el actual presidente siguiera gobernando el país.
Para nadie es un secreto que el Ejecutivo controla y dirige el Poder Judicial en El Salvador. Más bien, una de las primeras reformas que llevó a cabo Bukele fue la judicial. Él la publicitó como una reforma necesaria, para eliminar a jueces corruptos y vinculados con las pandillas. Lo que no dijo, es que los reemplazaría con jueces amigos, que persigan a sus rivales políticos y que le convaliden sus delirios jurídicos, como ha sido el caso de esta reelección inmediata.
Así, reelegido como presidente, con el 97% de los escaños del Parlamento y con un sutil pero firme control del Poder Judicial, Bukele ha marcado el hat-trick del poder político y, de manera táctica, ha derogado la república de El Salvador.
¿Qué le espera a El Salvador? Hoy, el bienestar de ese pueblo depende exclusivamente de la voluntad de su dictador. Que Dios los ayude.