OpiniónJueves, 15 de febrero de 2024
Activistas del marxismo ecológico, por Franco Consoli
Franco Consoli
Analista político

Después del apogeo y del éxito de marketing que resultó ser la agitadora Greta Thunberg, quien, al parecer, sabe más que los expertos, el activismo climático se ha vuelto “tendencia” en el mundo, sobre todo para los jóvenes. Sin embargo, estos “activistas” en vez de ser reconocidos por sus obras, por plantar árboles, o por hacer algún plan para enfrentar el cambio climático, son reconocidos por sus agresiones a la historia y al patrimonio cultural.

Otra vez un museo de arte ha sido objeto de una agresión por parte de estos jóvenes que huyen de la inteligencia. La víctima en esta ocasión fue “La Primavera” de Monet, expuesta en Lyon. Siendo así el segundo ataque por parte de este grupo de delirantes, dado que hace solo unas semanas, la Mona Lisa fue atacada en el Louvre por dos mujeres quienes le lanzaron sopa.

Este indignante y patético acto, no es para nada nuevo. En los últimos años, diversas obras de arte han sido víctimas de varios activistas lunáticos, como los girasoles de Van Gogh, La Primavera de Botticelli, La Venus del Espejo de Velazquez, La Joven de la perla de Vermeer y a la Mona Lisa, que, en los últimos dos años, le han lanzado sopa y un pie, ¿a la tercera le tirarán un plato de fondo? Incluso se acordarán aquí en el Perú cuando Greenpeace dañó nuestras líneas de Nazca en el 2014.

Estos activistas creen que sus ridículos ataques contra obras de arte, son contribuciones a sus luchas. Creen que salvan el planeta atentando contra obras de arte, en vez de realizar proyectos para reducir la contaminación o de crear iniciativas para que las personas cuiden mejor el medio ambiente, o por último podrían simplemente recoger basura en las calles. Mientras tanto, no han hecho nada por su causa.

Estos actos reflejan el extremo del marxismo ecológico planteado por James O´Connor. Según este autor, la crisis ecológica es una consecuencia de la sobreacumulación debida al capitalismo, al consumismo y al productivismo. Y ahora, los activistas ambientales son el bastión radical de un concepto con bases marxistas de O´Connor, “la ecología de los pobres” que se basa en grupos sociales que luchan por justicia ambiental y la equidad social, que es, entre comillas, lo que buscan estos activistas tira sopa. Llevando así su protesta al extremo radical violento, típico de las ideologías marxistas.

Sin embargo, a parte de estos ecologistas, mi crítica va contra los propios museos y las normativas. Si bien las pinturas pueden estar protegidas por un vidrio templado, como en el caso de la Mona Lisa, no con todas es así. Pero viendo la repitencia de estos actos, ¿Cómo es posible que no se hayan tomado medidas distintas para evitar estos actos? Mientras en Estados Unidos, uno debe pasar detector de metales para entrar a un museo, en Europa, el continente de la cultura, uno puede entrar con sopa, dulces, o lo que sea y podrá atentar contra un pedazo de historia.

El problema, a parte de la negligencia de seguridad de los museos, es que la sanción no motiva a que estos marxistas piensen dos veces sus actos. En la mayoría de los casos, la sanción es solamente pecuniaria, una multa, y capaz una noche en prisión, independientemente del país al que uno vaya. Razón por la cual estos actos reinciden constantemente, porque no hay una función coherente de la pena. El jurista español Mir Puig señaló que la función de las penas debe sincronizar la norma con la conducta para proteger a las personas. Así, las penas deben desincentivar al infractor a cometer el acto o el delito. En este caso, si no hay una pena ejemplar para estos activistas, estos actos seguirán repitiéndose, y algún día, algún pedazo de historia pagará el precio de esta pasividad frente a los activistas climáticos.

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