OpiniónMiércoles, 21 de febrero de 2024
La racionalidad de lo implacable, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

El buenismo, o pseudo buenismo, que adorna gran parte del pensamiento y la cultura popular contemporánea, impide ver con claridad muchos de los acontecimientos a nuestro alrededor. La progresía tiene ciertamente actitudes implacables, pero orientadas hacia objetivos banales, mezquinos y, en última instancia, miopes. La agenda progre local e internacional da fe de ello.

Quienes verdaderamente demuestran una implacabilidad, quizá no admirable pero ciertamente lógica y racional, son los enemigos de la Civilización Occidental o del orden internacional que emergió después de la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. La muerte de Alexei Navalny, el opositor al régimen de Putin mejor conectado en los altos estamentos del poder de Europa y Estados Unidos es un excelente ejemplo de ello.

En primer lugar, no sabemos si fue asesinado o simplemente murió en prisión, algo que, considerando el lugar de encarcelamiento en las profundidades del Ártico ruso y el deterioro de su salud previo producto de un fallido envenenamiento, no tendría nada de extraño. El hecho es que Putin prefiere no despejar esa duda para dejar en claro que, en cualquier supuesto, él es el responsable de su muerte.

Bajo la lógica del buenismo, lo que escribo parece impensable, pero no lo es.

Putin, el autócrata de Rusia, no el líder de un país caracterizado por valores democráticos y el respeto a la persona humana. Los gobernantes rusos que tendieron a una relativa liberalización acabaron mal. Por el contrario, Stalin arrasó Rusia y gobernó sin ninguna perturbación ni amenaza interna hasta el final de sus días (aunque existen versiones que indican que lo envenenó su más íntima camarilla, temerosa de convertirse en su siguiente víctima).

Lo anterior en el ámbito interno, pero ¿en el externo? Aunque ahí el ambiente es distinto, aplica la misma lógica.

Lo primero que debe entenderse es que la política general que aplica Putin no es un particularismo suyo, es el fruto de actitudes profundamente interiorizadas en la psiquis rusa. Rusia ha tenido siempre una vocación imperial, un insaciable apetito expansionista, percibiendo a la ahora independiente Ucrania como un mero vasallo díscolo, cuya vanidad debe ser ejemplarmente castigada.

El problema para Europa es que, además de los países bálticos, no solo Ucrania calificaría como un vasallo díscolo necesitado de ser puesto en su lugar. Lo mismo ocurre con Polonia, país que fue objeto de varias reparticiones entre sus vecinos (Prusia, Austria y Rusia), tres o hasta cuatro según como se lleve la contabilidad. Lo mismo ocurre con los demás países que integraron el Pacto de Varsovia.

Luego Serbia, aunque nunca fue vasallo, siempre fue un protegido, unido por la fe cristiana ortodoxa, cuyas temeridades sustentadas en el apoyo incondicional ruso desataron la Primera Guerra Mundial.

Por último, Rusia tiene una secular ambición: Escapar de su "encierro geográfico" accediendo a puertos de aguas cálidas en mares abiertos, concretamente la antigua Constantinopla, hoy Estambul. A todo ello debemos sumar sus apetitos asiáticos, enormes e insaciables.

Hecha esta explicación, asumiendo la culpa por la muerte de Navalny, Putin manda varios mensajes al mundo:

El primero es que el costo de oponerse a sus ambiciones es enorme. Estados Unidos tiene demasiados problemas internos y bien haría en ocuparse de ellos, no interfiriendo en lo que Rusia haga para obtener sus objetivos históricos.

Lo segundo, en el ámbito político, al proponerse como defensor de la familia tradicional, apela al creciente descontento en Europa y EE.UU. con la subordinación de todo a la agenda de género y demás obsesiones progres. A la clase media europea, preocupada por el comportamiento de los emigrados musulmanes, Putin les dice: "Yo soy tu aliado y no las élites obsesionadas con enemigos internos como Navalny."

En este contexto, la cruel determinación de Putin tiene todo el sentido del mundo. Le dice al mundo que él y su país están preparados para perseverar en el camino que han elegido. Le están comunicando que el sometimiento de Ucrania es para Rusia un asunto existencial, para el cual sacrificarán las vidas, propias y ajenas, que resulten necesarias. Por último, el mensaje central es uno: Putin destruirá a todo el que se le oponga, sin importar el costo en el que incurra.

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