OpiniónDomingo, 25 de febrero de 2024
Las biografías antiguas, por Fernán Altuve-Febres*
Fernán Altuve
Abogado y analista político

La biografía es un género clásico, cuyos orígenes los podemos rastrear hasta la oratoria antigua, cuando aparecieron las primeras frases o versos formulados contra el olvido que trae la muerte, los llamados epitafios. El termino Epitaphios (ἐπιτάφιος) se compone de las palabras griegas Epi (sobre) y Taphos (tumbas) que derivaba de la costumbre de escribir un verso para recordar a un difunto apreciado o importante y, con el paso del tiempo, al adquirir esta práctica cierto refinamiento literario, se vio aparecer a la Elegia. Luego de haberse generalizado el epitafio escrito, nació el Epitáphios Logos (ἐπιτάφιος λόγος) o discurso fúnebre. Demóstenes sostuvo que esta fue una práctica exclusiva de los atenienses que quisieron demostrar que fueron los “únicos entre los griegos que sabían honrara el coraje”.

El Discurso fúnebre que pronuncio Pericles (circa 431 a. C) y que fue recogido por Tucídides en la Historia de la Guerra del Peloponeso se convirtió en el modelo emblemático de la oración luctuosa que luego se difundió en la cultura cívica de la antigüedad. Nicole Loraux (1943-2003)en La invención de Atenas. Historia de la oración fúnebre en la ciudad clásica nos explica que este era un:

…discurso oficial sometido a las prescripciones de un nomos y pronunciado por un hombre político elegido en estrictas condiciones y para ese fin por sus conciudadanos.(donde) los oradores se aplican, como mínimo, a proclamar que la gloria venció a la muerte en todos los campos de batalla y en cada uno de los soldados ciudadanos caídos en la lucha. Es así como el relato de las hazañas atenienses prescinde del verbo apothanein (morir), enmascarado por la formula consagrada ándrei agathol genómenoi (los que se han vuelto hombres valientes), y la muerte se diluye ya en el pasado. Y al mismo tiempo los muertos, precipitados por los oradores en la eternidad del recuerdo, se borran ante la ciudad siempre viva, instancia ultima de toda memoria.[i]

Los romanos acogieron el epitafio griego y lo adoptaron bajo la forma de la Laudatio Funebris. Este era un elogio de la vida de un paterfamilias realizada por un familiar o persona notable, generalmente en el foro y luego de una precesión luctuosa. En este contexto la Laudatio también era una expresión del prestigio de la gens del difunto y se considera que de ellas nacieron las primeras expresiones de la literatura gentilicia de la civitas arcaica.

María Teresa del Olmo nos dice que para el siglo V a. C. aparecen los primeros autores interesados en indagar sobre los hechos y logros de las grandes personalidades, y de entre ellos:

Los más destacados son Helánico, Damastes e Hipias, con trabajos en los que compilan las primeras genealogías de héroes y hombres, la tradición sobre la fundación de ciudades o listados de magistrados en una estructura sistemática o cronológica…[ii].

A estas indagaciones o “estudios anticuarios”, que también incluían la filología, la crónica, el coleccionismo, las inscripciones, las costumbres, o los ritos, se van a agregar los primeros relatos de vidas que con el pasar del tiempo dieron origen al género biográfico, e incluso, a partir de Helánico, empezó a perfilarse un subgénero que podríamos clasificar como la “biografía de las naciones” con ejemplos como La vida de Grecia de Dicearco o la Vida del pueblo romano de Varron.[iii]

La biografía, desde su más antiguo origen se distingue de la mera cronología y, de la mera narración histórica, puesto que, aquellos arcaicos relatos de vida mostraron desde un principio su fuerte sentido moralizante, pedagógico, toda vez que su objetivo era la ejemplaridad y, por ello, se resaltaba la virtud y condenaba el vicio. Este puede ser considerado como el núcleo fundamental en la práctica biográfica clásica, como se pude apreciar en las obras Ciropedia y Agesilao de Jenofonte. En cuanto a esta última obra podemos precisar que:

La primera parte de su encomium, la más larga, la dedica a la exposición de los hechos biográficos en orden cronológico, reservando la segunda parte para la exposición sistemática de sus virtudes: “la dicotomía entre la revisión cronológica de los hechos y el análisis sistemático de las cualidades era una forma de intentar resolver el problema de todo biógrafo: cómo definir un carácter sin menoscabar la variedad del acontecimiento de una vida individual. [iv]

En ese mismo sentido Plutarco de Queronea afirmaba en sus Vidas paralelas:

No escribimos historias, sino vidas; ni es en las acciones más ruidosas en las que se manifiestan la virtud o el vicio, sino que muchas veces un hecho de un momento, un dicho agudo y una niñería sirve más para aclarar un carácter que batallas en que mueren millares de hombres, numerosos ejércitos y sitios de ciudades. Por tanto, así como los pintores toman para retratar las semejanzas del rostro y aquella expresión de ojos en que más se manifiesta la índole y el carácter, cuidándose poco de todo lo demás, de la misma manera debe a nosotros concédasenos el que atendamos más a los indicios del ánimo, y que por ellos dibujemos la vida de cada uno, dejando a otros los hechos de grande aparato y los combates.[v]

Un estudioso de Plutarco, el filólogo Emilio Crespo Guembes, ha observado que en la antigüedad grecolatina hubo dos grandes tipos de relatos de vidas o biografías rudimentarias: las que se interesaban por héroes o las que lo hacían por los poetas, es decir; las que se interesaban por lo político (de polis) o lo literario.

La primera tiene en el mismo Plutarco a su máximo exponente, se le conoce como biografía “alejandrina”. Estaba organizada de manera cronológica y era destinada a un gran público. Por otro lado, la segunda estaba representada por Suetonio, autor de vida de los Césares, se organizaba principalmente de manera temática, era más elitista, y se interesaba tanto por los gobernantes como por los literatos. A esta última pertenecen la Vida de los filósofos más ilustres de Diogenes Laertio o los Viris illustribus de Cornelio Nepote. A estos tipos de la biografía arcaica se sumó uno nuevo, lo llamaremos “memorialístico”, al que pertenecen las Meditaciones de Marco Aurelio y que sobreviviría con las famosas Confesiones de San Agustín de Hipona y al que, con el tiempo, se sumaran los epistolarios, los diarios y diarios de viajes.

La tradición biográfica grecolatina logro preservarse a través de la cultura bizantina en la cual destaca el panegírico titulado la Vida de Constantino de Eusebio de Cesarea y la Cronografía del sabio monje Miguel Psellos, quien se decía seguidor de Plutarco, donde:

El objeto del relato es dar a conocer una selección de hechos y personajes históricos que Psellos considera importantes para el devenir político bizantino. Él mismo advierte que ha realizado una selección de acuerdo con sus preferencias y de acuerdo con su percepción de los hechos. Se siente en deuda con los emperadores que lo han colmado de dignidades, y por otro lado no concibe la Historia alejada de la verdad.[vi] 

*Este texto es el segundo de ocho entregas del autor sobre el género biográfico.


[i] Loraux, Nicole. La invención de Atenas. Historia de la oración fúnebre en la ciudad clásica. Buenos Aires. 2012.

[ii] Del Olmo Ibáñez, María Teresa. Teoría de la biografía. Madrid, 2015. pp. 31-32.

[iii] Del Olmo Ibáñez, María Teresa. Teoría de la biografía. Madrid, 2015. pp. 31-32.

[iv] Dosse, Francois. La apuesta biográfica. Valencia, 2007. pp. 124-125

[v] Plutarco. Vidas paralelas. México, 1993. p 213.

[vi]Carbo, Laura. La Cronografía de Miguel Psellos. La recepción de la tradición clásica y la síntesis con la visión cristiana de la Historia. revistas.ucm.es/index.php/DMAE/article/view/75611/4564456556838

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