OpiniónJueves, 7 de marzo de 2024
En Perú juegan con tus sentimientos, por María Ximena Rondón
María Ximena Rondón
Periodista de El Reporte

Quien considere que las cosas que ocurren en la política son totalmente honestas y según las reglas es un iluso. En un país donde la opinión pública está regida por los patrones de la ignorancia y el predomino de las emociones sobre la razón, es muy difícil comprender que esos sentimientos de la sociedad son los peones en el juego de estrategia de la política y el poder.

Un caso reciente como el del ex premier Alberto Otálora, fue manejado desde una perspectiva emocional: tenía la indignación colectiva por la corrupción, el interés por una presunta relación y la furia canalizada en una persona.

El uso de las emociones puede ser peligroso, porque a veces pueden cegar a la opinión pública, haciendo que esta crea en lo primero que le digan y no use su pensamiento crítico.

Quizás Otárola fue un catalizador emocional y este renunció para evitar que el escándalo y el morbo popular suban de nivel. O si lo hizo por considerarse culpable, ese ya es tema de la justicia y de su conciencia.

Esta semana, Alberto Fujimori también hizo una aparición para “deleite” de la opinión pública, especialmente de la izquierda, los caviares y los progresistas. Con el anuncio de sus redes sociales para expresar su punto de vista, inmediatamente surgió ese sentimiento anti fujimorista que suele mover a masas enteras solo por el hecho de la existencia de ese hombre. Seguramente, muchos han escuchado que la gente desprecia a este personaje porque lo consideran corrupto y una desgracia, pero cuando uno desea profundizar en las convicciones de esas personas, termina topándose con una tabula rasa. Muchos no tienen fundamentos para sus creencias políticas más allá de la emoción.

Recuerdo el caso de Pedro Castillo, quien supo manipular a los votantes a través de sentimientos como el resentimiento social, frustraciones y falsas esperanzas. Además, que su bando supo utilizar el odio popular hacia Fujimori.

Este escenario de personas no tan pensantes me recuerda a la novela Dune, de Frank Hebert, y a la segunda parte de la saga que fue estrenada la semana pasada. Un pequeño/gran detalle que me hizo pensar fue que el protagonista (Paul Atreides) supo utilizar las emociones y el fanatismo de los fremen para su beneficio político. Paul y el Barón Harkonen no son tan diferentes. La búsqueda del poder y obtener un trono los llevó a utilizar aliados como peones, a manipular y a ser buenos estrategas políticos.

Realmente, no hay nada como la ciencia ficción para desarrollar el pensamiento crítico.

Si los peruanos no despiertan sus mentes y siguen dejando que otros jueguen con sus sentimientos, nuestra situación política no mejorará. Hay una gran diferencia entre un país pensante a un país emocional. Ya basta de ser peones.

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