Los cables informan que se ha modificado la constitución francesa incorporando al aborto como un derecho constitucional de la mujer. La prensa también informa de ruidosas y jubilosas manifestaciones celebrando este supuesto triunfo de la mujer contra la opresión machista y la sonriente expresión de la asambleísta que promovió esta reforma.
Así planteado, el aborto deja de ser un mal menor frente a las circunstancias raras, excepcionales o difíciles en las que se encuentren algunas mujeres embarazadas. La procreación se convierte en una carga y en un castigo del cual las mujeres tienen el derecho supremo e incontestable de liberarse. Interrumpir un embarazo, en cualquier etapa, incluso cuando puede causar dolor al feto, se convierte en un requisito indispensable para que las mujeres llevan adelante sus proyectos de vida.
Hace tiempo ya que a las madres de niños con altas probabilidades de padecer Síndrome de Down las presionan para un rápido y expeditivo aborto, retornando a los valores de la antigua Esparta donde los enfermos, lisiados e inaptos para la guerra eran inmisericordemente eliminados. Y los promotores de estas regresiones se autodenominan “progresistas”. Los progres acabaron siendo peores que los auténticos nazis porque incluso estos últimos abandonaron esta práctica cuando la quisieron sigilosamente imponer poco antes de la Segunda Guerra Mundial, por la oposición que encontró.
En paralelo, se promueve la eutanasia, bajo el argumento buenista de liberar del dolor y sufrimiento a pacientes terminales. Se incluye entre los beneficiados a personas cuyo mal principal es la depresión o algún otro desorden psiquiátrico. Aquí no hablamos de la prolongación artificial de la vida, nos referimos a eliminar seres humanos que podrían perfectamente vivir muchos años más.
Los mismos fulanos que promueven estas prácticas también impulsan que jóvenes niños o adolescentes hagan la transición de hombres a mujeres y viceversa, sometiéndose a cirugías que los mutilan y otros tratamientos irreversibles. El resultado es que niños confundidos e inmaduros alteran para siempre el curso de sus vidas, quedando impedidos, entre otras cosas, de tener descendencia.
El contexto en el que esto ocurre es el más extendido colapso de las tasas de natalidad en todos los países del ahora mal llamado Primer Mundo. En Europa, quienes se reproducen y rápido, son los inmigrantes musulmanes, cuyas creencias son absolutamente incompatibles con las “ideas” que hemos descrito y los valores tradicionales europeos. Los gobiernos progres pretenden compensar el decrecimiento de las poblaciones nativas con la explosión demográfica de los inmigrantes. Los problemas que puedan derivarse de esa situación no les importan ya que coadyuvarían al objetivo de “deconstruir” Europa.
Sumemos las obsesiones ambientalistas en las que el Dios Cristiano es reemplazado por la Naturaleza y el Clima (así con mayúsculas) exigiendo que desparezcamos los hombres, autores supuestos del cambio climático y consumidores de carne de vaca, cuyas emisiones biológicas dañan al planeta.
Todas estas tendencias, examinadas en conjunto, sugieren un culto satánico a la muerte, insidioso y seductor, pero ineludiblemente mortal.
Mientras esto ocurre el Oso Ruso muestra sus garras. Ellos enfrentan su propio colapso demográfico, pero, olfatean la debilidad europea, como un edificio devorado por termitas y polillas a punto de implosionar. Si Rusia triunfa en Ucrania y ataca en la siguiente frontera (Polonia) y llegan después a Alemania, ¿estarán los alemanes dispuestos a defender su país? La experiencia de los últimos 80 años sugeriría lo contrario.
Todo apunta a que el mundo se acerca, vertiginosamente, al momento de las grandes definiciones, en que la realidad llama a la puerta y de la cual ya nadie puede esconderse. A su vez, aunque lentamente, crece la reacción, en Europa, Latinoamérica y Estados Unidos. Esperemos que no sea demasiado tarde.