OpiniónMartes, 12 de marzo de 2024
¿Promueve el liberalismo el egoísmo?, por Dante Wong
Dante Wong
Filósofo

Es un lugar común decir que la corriente política conocida como liberalismo incentiva actitudes egoístas. Las manifestaciones más comunes de esta forma de vicio serían un producto directo de vivir en una sociedad liberal; y no algo causado por el mismo ser humano visto individualmente. Si este es ávaro e interesado exclusivamente en sí mismo, entonces, esto es culpa de la filosofía liberal. Por asociación, el empresario se convierte en el ejemplo más claro de vicio producido por el liberalismo, puesto que aquel es la bandera insignia de la libertad económica preconizada por esta filosofía.

De acuerdo con la RAE, el egoísmo es “el inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás”. Habiendo analizado la definición, habría que quedarse con las palabras: inmoderado, excesivo y propio interés. Estamos hablando de una actitud exagerada y fuera de proporción. Como lo dije en otro artículo, el egoísmo no es velar por uno mismo –que es legítimo–, sino una versión exagerada de esto. Si uno está más preocupado por encontrar algo que comer –pues no tiene nada– que en la pobreza general que existe en el Perú, no está siendo egoísta; solo está velando por su propia integridad física. Los seres humanos somos seres vulnerables. Por lo tanto, gran parte de nuestro quehacer cotidiano es preocuparnos inmediatamente por nuestras propias vidas. Si fuéramos dioses, tendríamos otra historia.

Sin embargo, ¿podríamos dar un ejemplo claro de egoísmo? Para esto, volvamos a la palabra antes mencionada: exageración. Cuando alguien no respeta la cola en un banco, digamos que tiene prisa, esto no justifica que deba concedérsele ser atendido antes. Podemos decir que ser atendido antes es un interés personal. Sin embargo, este comportamiento perjudica a todos, a la vez que estropea el buen funcionamiento del banco. Imaginemos ahora que varias personas quieren adelantarse al mismo momento. Tenemos el mismo escenario, solo que aumentado. Si todos fueran religiosamente disciplinados y no generaran problemas al demandar ser atendidos antes, probablemente la cola avanzaría más rápido. En este caso, tenemos un ejemplo de un interés propio fuera de lugar.

Lo que promueve el liberalismo, como lo dice ya su nombre, no es el egoísmo, sino la libertad individual. Ahora, del uso de esta libertad puede darse el vicio del egoísmo. No obstante, esto es un producto indirecto. La idea central del liberalismo consiste en proteger las decisiones individuales de la coacción del grupo, sea este la sociedad en general o la familia. El lema es: cada quién tiene derecho a vivir como le parezca más conveniente. Como producto del liberalismo, existe el liberalismo económico que promueve algo muy concreto: la libertad de poseer medios de producción, punto criticado por el marxismo.

Como podemos observar acerca de lo antes mencionado, lo que se está protegiendo es la libertad de poder atender al interés propio, sin que esto signifique una exageración. Cuando alguien persigue sus objetivos, esto puede ser montar un negocio rentable, ser un escritor, un artista o formar una familia, está haciendo valer su interés personal, algo que solo le incumbe a él o ella. En esto no se desvela ningún egoísmo. Por lo tanto, no se puede equiparar el interés propio y el egoísmo. Históricamente, las decisiones individuales han estado supeditadas a las estructuras sociales como la familia o la sociedad. Es la filosofía liberal la primera en permitir y dotar de derechos el poder de decisión del individuo. De esta manera, se ha hecho posible con mayor afirmación poder casarse con quién uno quiere, independientemente del origen étnico de cada quién, o, vivir dónde uno cree conveniente, además del derecho a la propiedad.

En conclusión, podemos decir que el liberalismo no promueve necesariamente el egoísmo. Igualmente, debemos decir que es el interés propio el que se legitima. Esto es algo positivo, puesto que nos permite afirmar nuestras decisiones individuales sin tener que rendir cuentas a nadie. El interés propio es un ingrediente necesario para entender la libertad. Si no se le protege, no hay libertad.

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