Ubicado en el departamento de Antioquia, en la zona cercana al Caribe, la región de Urabá y los municipios aledaños han sufrido durante años los azotes del conflicto armado. Pese a que en 2016 el gobierno firmó un acuerdo de paz con las FARC, aún prevalecen grupos como el ELN, cárteles de narcotráfico, y otros guerrilleros. Según el Registro Único de Víctimas (RUV) hasta el año 2023 se contaban más de 9, 500 millones de víctimas.
Esta guerra ha dejado secuelas, especialmente en las viudas y los huérfanos. Para mitigar ese dolor y darles la oportunidad de empezar de nuevo y perdonar, desde hace más de 30 años una comunidad de religiosas lanzó una iniciativa conocida como la Fundación Diocesana Compartir, que actúa bajo el lema “Para que la muerte no se vista más de indiferencia”.
La Fundación Compartir ha ayudado a miles de viudas en Urabá
Todo comenzó en el año 1996, durante la etapa más grave del conflicto armado en Colombia (entre 1988 y 2002). La congregación de las Dominicas de la Presentación junto con la Diócesis de Apartadó crearon un proyecto de acompañamiento para las viudas y niños. La Hermana Carola Agudelo, de origen colombiano, vió la génesis de esta iniciativa y contó a El Reporte que comenzaron su trabajo en los municipios aledaños de la zona.
“Todos los fines de semana, junto a mis hermanas de comunidad caminábamos por cada municipio, preguntamos cuántas viudas había en el lugar y pedimos ayuda a las emisoras radiales para encontrarlas. Todas las viudas eran madres de hijos menores. Conseguimos casas y un equipo permanente para atender a la gente”.
En 1999, el proyecto se convirtió en una Fundación Diocesana y consiguieron donaciones del gobierno regional de Urabá para expandir su trabajo a más lugares. Además, ha recibido algunos reconocimientos por su trabajo como el Premio Nacional Alejandro Ángel Escobar y el Premio Internacional Jaime Brunet a la promoción de los Derechos Humanos.
Encuentro con el dolor
La Hermana Carola narró a El Reporte que durante la época más cruda del conflicto, “las viudas que llegaban a nosotras habían perdido a sus maridos en las matanzas, especialmente en las zonas de las fincas y el campo. Para muchas era duro porque el esposo era todo, ellas solo se quedaban en las fincas. Las citábamos, conversábamos con ellas y conseguíamos que tuvieran seguimiento psicológico y un proceso de resiliencia. Ellas asumieron todas estas etapas muy bien y lograban superarse”.
Además de encontrarse con las víctimas y atenderlas, en tres ocasiones tuvo que ir a las localidades donde ocurrieron masacres, a pedido del Obispo, porque a veces ni las autoridades ni nadie más podía ir.
“Lo más impactante es el momento de llegar y encontrar a los hombres con las manos atadas y con el tiro en la nuca, porque los ponían de rodillas y les daban un tiro de espaldas. Yo hice un infarto al año de haber llegado a ese tipo de lugares. No sé cómo logré aguantar esa sensación, todo era muy tremendo y una tenía que aprender a ser resiliente”. contó.
La Hermana Carola ha visitado varios municipios para buscar viudas y huérfanos a los que ayudar
“Una de nuestras viudas murió y me tocó hacer el levantamiento del cadáver. Fueron a buscarla de noche y le dijeron que necesitaban a su hijo. Ella no les dio esa información y le pidieron salir de su casa para hablar en privado. Salió y sus hijas escucharon los tiroteos que la mataron. Al día siguiente fui a levantar el cadáver porque los terroristas pusieron una bomba en los almacenes de Apartadó y todas las fuerzas del orden estaban allí”.
En los pueblos donde ocurrieron las masacres, a través de la Fundación Compartir, las religiosas ayudaban a las víctimas con víveres cada dos semanas durante el plazo de dos años y les ayudaban programas especiales.
La Hermana Carola contó que una de las religiosas, identificada como la Hermana Elizabeth, estaba en una zona de misión y estalló un enfrentamiento en el lugar. Ella se quedó acompañando a la población y se refugiaron en una de las casas mientras “veían las ráfagas y escuchaban las balas. Fue un bombardeo tremendo”.
Otra de las religiosas que apoya a la Fundación Compartir es la Hermana Yraida, proveniente de Panamá, quien ha trabajado en lugares muy pobres y violentos de Urabá como Riosucio.
Narró a El Reporte que una vez en la casa de su congregación en las zonas de misión, “acogimos a varias personas que estaban huyendo de las batallas. Nosotras solíamos albergar a la gente en el comedor, pero en una ocasión decidimos mover a todos a la capilla. Esa noche hubo un tiroteo y las balas cayeron en el comedor. Se podían ver las huellas de las balas en las paredes. Logramos salvarlos de milagro”.
Las religiosas no eran las únicas que salían al encuentro de las víctimas. A veces, las familias acudían a ellas en busca de socorro antes las amenazas de los grupos armados o tras haber perdido todo al estar en medio del fuego cruzado entre el ejército y los guerrilleros.
“En dos ocasiones acogimos a familias completas en nuestra casa de Apartadó. La primera venía huyendo de los enfrentamientos del municipio de Riosucio y eran nueve personas. Se quedaron una semana. La otra familia era de cinco miembros a los que amenazaron de muerte porque les pidieron una información que no tenían y debían pagar con sus vidas. A todos les buscamos la manera de irse”.
También, tanto la Hermana Iraida como la Hermana Carola contaron que solían ayudar a escapar a los adolescentes y jóvenes para que no fueran reclutados por los grupos armados o no fueran asesinados.
El caso más duro de presenciar para la Hermana Carola fue el de una mujer que trabajó en la casa de su congregación. “Ella llegó al día siguiente de que mataran a su marido, al hermano y a su cuñado. La vi llegar con su cabellera hasta la cadera y con siete hijos, el mayo de 12 años y la menor de 2. Fue muy impactante escuchar todo lo que hicieron para huir, cómo uno de los niños se aferraba a la pierna de su papá para que no lo mataran. Nadie se imagina que eso ocurre”.
¿Cómo se reconstruye una vida?
La Hermana Carola explicó a El Reporte el proceso que siguen las viudas, los huérfanos y los demás jóvenes para superar su dolor y reconstruir sus vidas.
Según las religiosas contaron, las viudas asisten a un programa de tres etapas. La primera es la atención y un diagnóstico, la segunda es la estabilización emocional y la tercera la proyección laboral. Las dos últimas pueden hacerse al mismo tiempo, aunque, el tiempo del proceso depende de cada persona.
“Muchas de las viudas y madres llegan desorientadas y son analfabetas. Entonces les enseñamos algo que llamamos ´lectoescritura´para que se sientan importantes y no señaladas. Algunas han continuado sus estudios”, manifestó.
La Hermana Carola contó que en la época más cruda del conflicto “hubo un momento en el que llegamos a atender a dos mil viudas. Esta cantidad aumentó porque había muchos muertos. Tiempo después, la situación empezó a menguar y apaciguarse. Muchas de las viudas lograron rehacer sus vidas. Algunas encontraron una nueva pareja y a otras les ayudamos a validar su primaria y pudieron proseguir sus estudios. Muchas están agradecidas con nosotras y llegamos a tener a 40 trabajando en nuestra fundación”.
“En uno de los cursos, una viuda compartió su testimonio sobre lo feliz que era de participar en la Fundación Compartir. Ella dijo con lágrimas en los ojos: ´yo creía que no valía nada y me he dado cuenta de que soy una persona importante´. Ahora esta mujer es una líder en su municipio, llamado Turbo, y ha creado programas de ayuda”, expresó respecto a los frutos de la ayuda brindada.
Actualmente, en la Fundación Compartir, las Dominicas de la Presentación y el personal organizan reuniones para las viudas cada ocho días, donde reciben charlas de formación y continúan con el proceso de transformación de sus vidas.
Perdonar y dejar a un lado la venganza
Los Hogares Día están destinados a la atención de los huérfanos o hijos de las viudas mayores de 7 años y se vela porque sean escolarizados. Los más pequeños recibían apoyo de organismos gubernamentales como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.
Pero una de las heridas, que tanto la Hermana Yraida como la Hermana Carola detectaron en los cientos de muchachos ha sido el deseo de venganza.
“Los niños decían que querían crecer para matar a los que mataron a nuestros padres”, contó la Hermana Carola.
Sin embargo, tras el proceso de escolarización, el apoyo y las conversaciones con las religiosas, prosiguió, “estos niños y jóvenes empezaron a hablar de la necesidad de obtener el perdón para tener la paz”.
“Les enseñamos a perdonar, buscamos gente especialista para hablarles y usar los medios para lograr que ellos entendieran que el camino no era la guerra sino la búsqueda de la paz”, expresó.
Desde la fundación Compartir, las hermanas y el personal están muy orgullosos por el trabajo realizado pues “logramos que todos los muchachos que llegaban se escolarizaran. Buscábamos que al crecer tuvieran un empleo y capacitaciones técnicas. No hemos tenido muchachos que se fueran a la guerra, hemos logrado mantenerlos al margen.”
Este deseo de ayudar a los demás y la fortaleza para acompañar a los que sufren es lo que sigue motivando a la Hermana Carola, quien tiene 82 años y no ha dejado de trabajar por la paz.
“Trabajamos cerca de la gente, con los más desposeídos y los necesitados, con las víctimas y para que todos puedan tener una vida digna. Desde niña siempre me ha motivado el deseo de justicia y moriré deseando que Colombia tenga paz”, finalizó.
Estos son los rostros de misericordia que se necesitan en medio de realidades tan duras como el conflicto armado y la pobreza en Colombia. Es admirable el testimonio de personas valientes que deciden ayudar a que la gente en situaciones difíciles puedan reconstruir sus vidas, sacar lo mejor de sí y superarse. Este ejemplo es digno de replicarse en los otros países afectados por el terrorismo, en lugar de seguir sembrando el resentimiento e imponiendo narrativas sociales que son más destructivas que constructivas.