En las profundidades de la Semana Santa peruana, ese teatro anual de devoción y desenfreno, emerge una pregunta tan escurridiza como un político ante las preguntas de un periodista incisivo: ¿Puede esta festividad, con sus raíces hundidas en la tradición y el ritual, enseñarnos algo sobre la construcción de una sociedad libre?
En la esencia misma de la Semana Santa peruana, ese crisol de devoción y contradicción, se plantea una interrogante tan provocativa como un debate nocturno en la televisión: ¿Qué nos puede enseñar esta tradición sobre la construcción de una sociedad más libre? Es aquí donde Evelyn Beatrice Hall, y no Voltaire como erróneamente se suele citar, nos ofrece una pista con su famosa interpretación de las ideas del filósofo francés: "No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo". Este concepto de tolerancia, aunque frecuentemente atribuido a Voltaire, proviene realmente de Hall en su esfuerzo por encapsular el ethos voltaireano en su obra "The Friends of Voltaire".
Es la representación viva de la coexistencia pacífica de múltiples verdades, algo que, en teoría, debería ser pan comido en el buffet de la libertad moderna, pero que en la práctica suele ser tan difícil de digerir entre las diferencias, desde las más superficiales a las profundas.
Ahora bien, ¿qué diría John Stuart Mill sobre nuestro dichoso feriado? Probablemente vería en la Semana Santa un ejemplo perfecto de su principio de daño: "La única razón por la cual la humanidad está justificada en interferir con la libertad de acción de cualquiera de sus miembros es la autoprotección". Las celebraciones, con su capacidad de unir a la comunidad y reafirmar lazos sociales, cumplen con este principio al no dañar, sino todo lo contrario, fortalecer el tejido social. Sin embargo, Mill nos instaría a preguntarnos: ¿se respetan las libertades individuales de aquellos que prefieren pasar la Semana Santa lejos de iglesias y procesiones, quizás contemplando el mar o devorando un libro en la tranquilidad de su hogar?
Avancemos a Friedrich Nietzsche, quien probablemente hubiera visto en la Semana Santa una magnífica representación del eterno retorno, con su ciclo de muerte y resurrección, ayuno y fiesta. Pero al mismo tiempo, nos hubiera advertido contra cualquier forma de celebración que coarte la voluntad de poder del individuo, su capacidad para crear, para definirse a sí mismo y a su entorno. La pregunta provocadora que Nietzsche nos lanzaría, con esa sonrisa pícara de quien ha descorchado la botella del nihilismo, sería: ¿estamos celebrando la Semana Santa como una afirmación de nuestra voluntad individual o simplemente siguiendo el rebaño?
No podemos olvidar a Hannah Arendt, para quien la libertad era una acción pública, un ejercicio vivo dentro de una comunidad política. La Semana Santa, con sus espacios comunes llenos de fieles y curiosos, sería para Arendt un escenario de acción colectiva, un momento donde la polis se manifiesta en todo su esplendor. Pero, ¿cuánto de esta participación es genuina acción libre y cuánto es mera repetición de un guion heredado?
Así, transitamos por la Semana Santa peruana, entre el asombro de los turistas y la devoción de los locales, entre el aroma del incienso y el estruendo de los cohetes, y nos preguntamos: ¿Es posible, en medio de esta cacofonía de tradición y modernidad, encontrar el verdadero rostro de la libertad?
La respuesta, mis queridos lectores, no es sencilla ni única. La Semana Santa nos ofrece un espejo en el cual podemos contemplar nuestras contradicciones, nuestras luchas internas entre la fe y la duda, entre el anhelo de pertenencia y el deseo de libertad. Es, en última instancia, un recordatorio de que la construcción de una sociedad libre es un proceso constante, lleno de tensiones y contradicciones, pero también de posibilidades.
Al final del día, la Semana Santa, con toda su pompa y circunstancia, no es más que otro capítulo en la interminable novela de la humanidad, un capítulo que nos invita a reflexionar sobre lo que significa ser libres, tanto individual como colectivamente. Y en esa reflexión, entre risas y lágrimas, sacrificio y celebración, quizás podamos acercarnos un poco más a la libertad que tanto anhelamos.