OpiniónJueves, 28 de marzo de 2024
El Perú que todos queremos, por Eduardo Vega Marisca

¿Cómo es el Perú que todos queremos? Es decir, ¿existe una formula conciliatoria o consensuada respecto de aquello que todos los peruanos queremos/esperamos como país o realidad? Ciertamente es una pregunta difícil de responder, porque en las diferentes localidades y estratos sociales de nuestro territorio, siempre tendremos una enorme lista de necesidades e intereses particulares. Sin embargo, y por muy diversas que sean, entre todas estas deben existir algunas coincidencias que permitan establecer un mínimo de gestión para guiar/trazar el camino a seguir por nuestras autoridades, a toda escala.

Probablemente hacer el ejercicio inverso sea más fácil, quizás coincidamos en el Perú que no queremos, pues nadie quiere una sociedad plagada de corruptos, ladrones y sinvergüenzas, colegios calamitosos, postas sin medicinas, hospitales inoperativos, penales colapsados, carreteras inconclusas o centros poblados sin servicios básicos. Nadie desea que exista desempleo, hambre, desnutrición infantil, maestros de escuela o profesores universitarios terroristas o procesos inflacionarios que generan pobreza.

Por defecto entendemos que todos quieren seguridad, desarrollo y prosperidad; respeto entre peruanos, e igualdad entre extranjeros y nacionales, funcionarios públicos honestos, inversionistas y empresarios justos; respeto desde y hacia la autoridad policial, un sistema de salud y escuelas de calidad, un sistema de justicia eficiente y una clase política transparente, entre otros.

Lo interesante es que al sopesar y evaluar las bases de aquello que la mayoría entiende como el “Perú que todos queremos”, nos damos cuenta de que existe una mayoría de peruanos de bien, que por principio estarían fácilmente enfocados en lograr un objetivo común; sin embargo, al parecer, nunca llegamos a conectar con la ejecución de lo que serían las tareas más básicas para lograr lo que queremos o necesitamos.

Claro, un problema no menor es que tenemos una sociedad formada con parámetros egoístas que solamente está presente para exigir permanentemente al Estado, que siempre debe darnos todos los beneficios, antes que seamos nosotros mismos los que conscientemente debamos aportar con nuestros impuestos para que puedan ser otros los que los que también se beneficien de esas mismas exigencias. Y si cada vez somos más los que exigimos, y no se incrementa la cantidad de aportantes, sólo estaremos encaminados al deterioro de los pocos servicios que son de calidad, junto con la desaparición de aquellos que son más básicos.

Así, estando prácticamente definida la que debería ser una línea base para que cualquier político -con una escala de valores promedio- pueda dar inicio a la elaboración y promoción de un plan de trabajo razonable para el desarrollo del Perú; me resulta sumamente sorprendente que un poco de palabrería barata o discursos revolucionarios y violentistas sobre propósitos sumamente alejados de aquellos mínimos que en el inconsciente colectivo se reclaman como necesarios, obtengan constantemente la mayoría de los votos; o peor aún, haya personajes icónicos de esa contradicción pululando por el país o haciendo videos con total desfachatez haciendo una campaña para la cual se encuentran inhabilitados.

En efecto, en qué cabeza cabria que un fumón y asesino de policías o un sínico corrupto tenga un número importante de adeptos y posibles votantes, ¿Nos gusta autoengañarnos? O ¿Es que acaso somos una sociedad de borregos tontos, capaces de creer a un lobo que dice no comer de ovejas?

No hace falta ser un genio para darse cuenta de que la vida política tampoco es que ofrezca grandes oportunidades de crecimiento por la vía formal (el presidente del Perú sólo gana S/15,000 y el día que deba defenderse ante la justicia por sus errores políticos -si es que no robó- probablemente no le alcanzará para pagar sus abogados), pero al igual que para ser médico, policía, profesor, etc. a nadie se le obliga a ser candidato, político o funcionario. Con lo cual, si vamos a quejarnos de que antes de lograr el Perú que deseamos, el país se está yendo por el barranco; primero deberíamos sincerarnos y reconocer si es que estamos haciendo bien nuestra parte, o simplemente también estamos siendo tanto o más “chuecos” que aquellos a los que tanto criticamos.

Recordemos que hacer nuestra parte no se limita en ir a trabajar y volver a casa sin mirar lo que pasa a nuestro alrededor, o exigir la compostura de los demás cuando no hacen lo correcto, y justificarse en señalar que ese es problema del otro. El problema más grande que podemos tener como personas o como sociedad, es creernos nuestras propias mentiras, y de ese hueco puede que no se salga nunca.

Habiendo llegado la Semana Santa, solo puedo pensar que los peruanos vivimos en vía crucis, uno tan cruel que parece repetirse permanentemente, donde los políticos son como Judas Iscariote o los sumos sacerdotes, y entonces sólo se dedican a traicionar a su pueblo, y a exigir azuzando a las masas antes que ¡se libere a Barrabás! Antes de salvar a los justos.

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