En la saga del Señor de los Anillos, J.R.R Tolkien introduce un concepto llamado “eucatástrofe”, el cual significa que en medio de una situación imposible pueden ocurrir las cosas más inéditas u otras que alguien esperaba, pero todo parecía indicar que jamás sucederían.
En su carta número 89 (fechada en noviembre de 1944), dirigida a su hijo, Christopher Tolkien, el autor explica la “eucatástrofe” como la historia de un niño que tenía un final aparentemente triste, pero que resultó en un feliz.
“El súbito giro feliz en una historia que lo atraviesa a uno con tal alegría que le hace saltar lágrimas (…). Y llegué a la conclusión de que produce su peculiar efecto porque es un súbito atisbo de la Verdad”, escribió J.R.R Tolkien.
Un ejemplo que pone sobre el tema el pasaje de su libro “El Retorno del Rey”, cuando Frodo y Sam están habían salido de la cámara del fuego en el Monte del Destino y sentían que iban a morir. Sin embargo, aparecen las Águilas, que los rescatan y los llevan a Góndor.
En ese sentido, de todos esos acontecimientos donde sucede lo imposiblemente esperado, para Tolkien la Resurrección de Jesucristo es la mayor eucatástrofe de la historia, incluso mayor que la de un cuento de Hadas o cualquier historia.Describió que la emoción que la Resurrección produce es “la alegría cristiana que provoca lágrimas porque es cualitativamente equivalente al dolor, porque proviene de lugares donde la Alegría y el Dolor son lo mismo”.
El Triduo Pascual, que comienza este Jueves Santo, es una oportunidad para reflexionar sobre aquellas ocasiones en que la Providencia nos ha sorprendido con un “final feliz” cuando todo parecía perdido.
El hecho de vivir en una realidad plagada de crisis política y económica, sin una sensación de estabilidad, puede ser aquella situación que creemos no tiene una salida o que conduciría hacia un futuro aún más oscuro. Incluso en algunas conversaciones con amigos, conocidos o familiares, surge la temible frase “la vida es así” o “todo siempre es así, nada cambia”.
Ese tipo de pensamientos hunden a las personas en el conformismo y en la mediocridad, pues han perdido toda esperanza en un cambio positivo o en pensar en la posibilidad de generar un impacto positivo en su propio entorno.
Tolkien plasmó en su obra un mensaje muy importante: “Los pequeños actos de bondad cotidianos, son los que mantienen a raya a la maldad”. Habría que evaluar el accionar en nuestra vida cotidiana y qué hacemos para reparar el daño causado o hacer buenas acciones, pues quizás uno no se dé cuenta, pero esos actos que parecen insignificantes pueden ser “la eucatástrofe” en la vida de una persona.
Recordemos que Frodo y Sam tuvieron muchos fracasos en su misión para destruir el Anillo Único. En ocasiones se dejaron llevar por sus emociones, no fueron prudentes y fueron tentados. Frodo terminó cayendo en la tentación y fracasó, pero luego apareció Gollum, quien en su codicia terminó cayendo al fuego con su “precioso”. Después, Frodo terminaría arrepintiéndose y dando lo mejor de sí para remediar sus equivocaciones. Este viaje culminó con su viaje a Valinor.
Ambos personajes encarnan los errores que uno puede cometer, aunque tengamos los propósitos más nobles, no estamos libres de caer en “las tentaciones”. Por ello, siempre se debe tener en mente el hacer el bien. Sam fue uno de los que logró soltar el Anillo y acompañar a su amigo hasta el final. Pese a que cometió errores y en ocasiones no tuvo la mejor de las actitudes, incluyendo abandonar a Frodo, regresó y se redimió, convirtiéndose en esa “eucatástrofe” para su amigo que ya se veía muerto en los colmillos de Ella La Araña.
La Eucatástrofe de Jesús por medio de la Resurrección nos enseña que uno puede volver a empezar y siempre mantener viva la esperanza en que todo mejorará. Quizás esa mejoría de la sociedad a la que tantos aspiran debe empezar por uno mismo.
Quizás uno haya cometido actos terribles, los cuales sólo Dios puede perdonar, pues los seres humanos somos imperfectos y nuestra capacidad de perdonar y amar se ve limitada por esa imperfección. Sin embargo, uno siempre se puede levantar y hacer el bien, incluso si nadie nunca lo llega a notar y nunca recibe una felicitación.
No hay que dejar de esperar en lo imposible ni dejar de hacer el bien para que la maldad no siga avanzando. Podemos ser la eucatástrofe que el mundo está esperando.